Más de la mitad de bodegas no cubre la plantilla durante la vendimia
El sector vitivinícola español se enfrentó a uno de sus principales retos durante la última campaña de vendimia: la falta de mano de obra. Según el ProWein Business Report, el 63% de las bodegas no logró completar sus plantillas ni cubrir las actividades vinculadas al enoturismo, lo que generó fuertes tensiones operativas en una de las etapas más críticas del calendario agrícola.
Esta escasez de personal reflejó un cambio estructural en el empleo agrario, que dejó atrás el modelo tradicional basado en la disponibilidad local y la experiencia previa. Factores como el cambio climático, la movilidad laboral, la seguridad en el trabajo y la fidelización del talento cobraron un peso creciente en la gestión de recursos humanos en el campo.
Las condiciones laborales se endurecieron. Las altas temperaturas y las olas de calor recurrentes supusieron un riesgo significativo para quienes trabajaron al aire libre. Según datos de CC OO, solo el 21% de los Equipos de Protección Individual (EPI) estaban preparados para el estrés térmico, dejando al 79% de los temporeros expuestos a problemas como la deshidratación o los golpes de calor. En este contexto, garantizar la salud y seguridad laboral se volvió clave para atraer y retener trabajadores.
Otro obstáculo fue el aumento del ‘ghosting’ laboral, tanto en fases de selección como tras la contratación. Numerosos candidatos abandonaron procesos sin previo aviso o renunciaron al puesto de forma repentina, dificultando aún más la cobertura de vacantes. La necesidad de estrategias de comunicación claras y de acompañamiento personalizado al candidato se hizo evidente. “Debimos acompañar al candidato desde el primer momento. No se trató solo de cubrir vacantes, sino de generar confianza y relaciones laborales a largo plazo”, afirma Sílvia Balcells, CEO de Synergie España.
Paralelamente, países como Francia captaron parte del talento español. Según UGT FICA, en 2023 más de 15.000 temporeros españoles trabajaron en la vendimia francesa, atraídos por un salario mínimo de 11,5 euros por hora. El 75% de ellos procedía de Andalucía. Este éxodo evidenció un desajuste entre oferta y demanda nacional. “El sector vitivinícola español necesitó adaptarse, no solo en lo productivo, sino también en lo laboral. Solo con planificación, protección adecuada y una nueva cultura de gestión del talento podríamos asegurar el relevo generacional y la sostenibilidad del sector”, sostuvo Balcells.
Con todo este escenario, la fidelización del talento se convirtió en prioridad. Las empresas comenzaron a adelantar sus campañas de contratación para anticiparse a posibles abandonos y garantizar cobertura en momentos clave de la producción.
Entre los perfiles más demandados estuvieron los temporeros que, tras una campaña satisfactoria, podían ser reubicados en otras cosechas como la del kiwi o la fresa. Esta continuidad entre campañas se consolidó como una estrategia eficaz para retener personal.
“La posibilidad de ofrecer continuidad marcó la diferencia. Cuando un trabajador vio estabilidad en los empleos estacionales, su compromiso también creció”, explica Balcells. Además, las funciones en el campo se especializaron. Antes un vendimiador asumía varias tareas; ahora, los perfiles se diversificaron: vendimiadores, cargadores, conductores o técnicos de campo. Este último, especialmente difícil de cubrir, requirió formación específica que muchos profesionales prefirieron aplicar en entornos administrativos, menos expuestos a condiciones climáticas adversas. Esta desconexión entre formación y disponibilidad práctica dejó vacantes que impactaron directamente en la producción vitivinícola nacional.








