Equipos secundarios
El fútbol no está solo. En España, y en muchos otros mercados maduros, existen deportes de equipo con una implantación histórica sólida, con estructuras de base bien definidas y con un peso específico suficiente como para justificar una atención constante por parte de marcas, distribuidores e instituciones. Son disciplinas que suman menos licencias, generan menos ventas y ocupan menos espacio mediático, pero que cumplen una función clave dentro del ecosistema deportivo y del propio sector del material deportivo.
Baloncesto, balonmano, voleibol u hockey forman parte de ese segundo escalón que, sin competir con el fútbol, sí aporta estabilidad, diversificación y continuidad a la práctica deportiva. Cada uno con sus particularidades, sus limitaciones y sus oportunidades. El problema no es su falta de base, sino la dificultad para crecer más allá de ella. Y, sobre todo, para mantenerla a largo plazo.
BALONCESTO: EL SEGUNDO GRAN PILAR
Si se analizan los deportes de equipo desde una perspectiva estructural, el baloncesto ocupa una posición claramente diferenciada. Es, sin duda, el único que puede considerarse relativamente cercano al fútbol en términos de implantación social, especialmente en edad escolar. España ha sido tradicionalmente un país de baloncesto, con una fuerte presencia en colegios, clubes de formación y competiciones base. En muchos centros educativos, su práctica no sólo rivaliza con la del fútbol, sino que en determinados contextos llega incluso a superarla.
Uno de los grandes activos del baloncesto es su transversalidad. Se practica en entornos urbanos, requiere infraestructuras relativamente accesibles y cuenta con una elevada participación femenina desde edades tempranas. A diferencia de otros deportes colectivos, no se percibe como una disciplina marcadamente masculina, lo que amplía de forma natural su base potencial y lo convierte en un deporte especialmente atractivo desde una óptica de desarrollo a medio y largo plazo.
A diferencia de lo que ocurre en el fútbol, la especialización en baloncesto es prácticamente inexistente en el retail. No tanto por falta de demanda, sino por la estructura misma del mercado. El grueso del consumo se concentra en edades tempranas, donde el precio, la durabilidad y la funcionalidad pesan más que la innovación o la diferenciación técnica. En ese contexto, el papel de Decathlon resulta determinante.
La cadena francesa ha sabido posicionarse con enorme eficacia en el segmento junior, controlando una parte muy significativa de las ventas de calzado de baloncesto para niños y adolescentes. Su propuesta responde perfectamente a las necesidades de este público y deja poco margen de maniobra a otras marcas en ese tramo de edad. Sin embargo, el escenario cambia cuando el jugador crece, consolida su identidad deportiva y empieza a mirar hacia sus referentes.
Es en ese punto donde entran en juego las grandes marcas internacionales. Nike —y su universo Jordan—, adidas y Under Armour dominan claramente el baloncesto de rendimiento y aspiracional. A diferencia del fútbol, donde el mercado se fragmenta en múltiples marcas y categorías, en baloncesto la concentración es notable. Apenas cuatro o cinco marcas disputan la mayor parte del pastel, lo que simplifica la estrategia comercial y permite un control más directo sobre tendencias, innovación y promoción.
Las inversiones en I+D, diseño y marketing son constantes y muy elevadas. El nivel de innovación técnica en el calzado de baloncesto no tiene nada que envidiar al del fútbol, y en muchos aspectos incluso lo supera. A ello se suma una estrategia de patrocinios extremadamente agresiva, que convierte cada lanzamiento en un acontecimiento y refuerza la percepción de valor del producto.
El gran desafío: la continuidad
Pese a todo, el baloncesto comparte con el fútbol uno de sus principales problemas estructurales: la caída de la práctica a partir de la adolescencia. Es un deporte muy practicado hasta los 14 o 15 años, con una densidad de competiciones muy elevada y una red de clubes y escuelas bien organizada. Cada fin de semana se disputan miles de partidos en todo el país. Sin embargo, a partir de cierta edad, el abandono es significativo.
Existen ligas amateurs y equipos sénior, pero su impacto está muy lejos del que tienen las competiciones no federadas en el fútbol. La transición hacia la edad universitaria marca un punto de inflexión, y muchos jugadores dejan la práctica activa. Esta pérdida de base limita de forma directa el potencial de crecimiento del mercado, especialmente en productos de rendimiento.
Paradójicamente, donde el baloncesto ha encontrado una vía alternativa de crecimiento es fuera de la cancha. La fuerza del baloncesto no se mide únicamente en practicantes o en clubes, sino también en la capacidad de generar mercado fuera de la cancha. Los modelos de calzado inspirados en el baloncesto, muchas veces asociados a la cultura urbana y al lifestyle, representan una parte relevante de las ventas. Jordan, Converse y Nike lideran este segmento, con lanzamientos periódicos de ediciones especiales que combinan historia, diseño y marketing emocional. Estas zapatillas rara vez se utilizan para jugar, pero generan un flujo constante de ingresos que mantiene vivo el interés de las marcas y de los retailers.
BALONMANO, VÓLEY Y HOCKEY: BASE ESTABLE, OPORTUNIDADES LIMITADAS
Más allá del fútbol y el baloncesto, España cuenta con otros deportes colectivos que, pese a su menor repercusión mediática, mantienen una base de practicantes sólida. El balonmano, tradicionalmente el tercer deporte en equipo más practicado, se distingue por la calidad de su estructura y la existencia de clubes de referencia, tanto a nivel nacional como europeo. Sin embargo, su alcance sigue siendo mucho menor que el del baloncesto: las licencias representan apenas una fracción del total del fútbol, y su cobertura en medios y presencia en tienda es limitada. Aun así, la estabilidad de su base juvenil ofrece un nicho de mercado interesante para marcas especializadas y para tiendas en zonas con tradición en la disciplina.
El vóley, más flexible territorialmente, y el hockey, con un perfil más reducido y concentrado, presentan retos similares. Su práctica escolar es elevada en determinadas comunidades, pero la transición hacia la adolescencia reduce significativamente el número de jugadores activos. En estos deportes, la existencia de ligas amateurs es limitada o testimonial, y el volumen de ventas de material específico no alcanza cifras relevantes fuera de entornos especializados o de la distribución de cadenas como Decathlon. No obstante, su estabilidad histórica y la concentración de la demanda en segmentos concretos permiten que marcas pequeñas y medianas puedan generar negocio rentable si se enfoca de manera adecuada.
ENFOCARSE EN LA BASE: LA CLAVE DEL CRECIMIENTO
El verdadero desafío para todos los deportes de equipo minoritarios no está en generar ventas inmediatas, sino en mantener y ampliar la base de practicantes. La sombra del fútbol es larga, y su influencia condiciona la visibilidad y las inversiones que llegan a otras disciplinas. Sin apoyo mediático, institucional o comercial, resulta complicado convencer a los más pequeños de apostar por deportes distintos. Pero cuidar esta base es imprescindible: de ella depende la salud a largo plazo del sector y la sostenibilidad del mercado.
Los programas escolares, las ligas de iniciación y los clubes locales cumplen un papel estratégico. Son la cantera, la semilla que garantiza que el deporte siga vivo y que los ciclos comerciales tengan continuidad. La tasa de abandono adolescente es un problema común a casi todos los deportes colectivos; el éxito radica en la capacidad de generar estructuras atractivas y sostenibles, que combinen diversión, formación y competencia. Donde el fútbol puede sostenerse con apenas inversión adicional, los deportes secundarios requieren una atención constante para no perder relevancia.
El mercado de material deportivo también refleja esta realidad. Las ventas de calzado, equipaciones y complementos están directamente ligadas a la cantidad de practicantes y a su fidelidad. Un segmento minoritario, con base estable y con un modelo de distribución sólido, puede ser rentable y atractivo para marcas medianas y especializadas. En cambio, sin base y sin visibilidad, incluso los deportes con larga tradición corren el riesgo de desaparecer del radar comercial.
Los deportes colectivos menores pueden no generar cifras millonarias a diario, pero sumados representan un ecosistema que mantiene viva la pasión por la actividad física, asegura la presencia de las marcas en múltiples puntos de venta y contribuye a una salud deportiva sostenible. Y si se combinan con estrategias de marketing adecuadas, con eventos, ligas escolares y patrocinios inteligentes, incluso los deportes más pequeños pueden convertirse en palancas de crecimiento real para el sector.



