Invernaderos autosuficientes con OPV
El principio se basa en la selectividad y la complementariedad. La fotovoltaica orgánica (OPV) semitransparente es capaz de convertir en electricidad una parte del espectro solar, dejando pasar la fracción fotosintéticamente activa y así alimentando el cultivo con suficiente luz útil. Con esta estrategia, fotosíntesis y generación conviven en el mismo espacio, de modo que el invernadero puede cubrir una parte relevante de su consumo energético allí donde se produce. El enfoque se orienta al autoconsumo inmediato y a la proximidad: utilizar la electricidad a pocos metros de su origen reduce pérdidas y amortigua picos de demanda. El resultado buscado es continuidad de servicio, mayor control operativo y un menor impacto de las oscilaciones de la red sobre los sistemas imprescindibles del día a día del invernadero moderno.
La fotovoltaica orgánica aporta cualidades idóneas para agricultura protegida. Su ligereza evita sobrecargas estructurales y su flexibilidad facilita el ajuste a geometrías reales. Su transparencia controlada mantiene la luz útil, con formatos que alcanzan hasta un sesenta por ciento de transmitancia, lo que permite decidir cuánta radiación entra en función del cultivo y de la estación. En esta propuesta, las láminas apuntan además a un objetivo de generación de diez vatios por metro cuadrado en condiciones representativas, como guía de diseño razonable. La combinación de transparencia regulable, densidad de potencia y facilidad de integración simplifica la colocación en cubiertas y laterales existentes, sin grandes refuerzos y con una implantación más práctica que la de paneles opacos tradicionales que compiten por el espacio disponible en cada proyecto.
Más allá de la electricidad, la instalación incide en el microclima interior. Al modular la radiación entrante, las bandas atenúan picos de insolación que disparan la evaporación, y la menor ganancia térmica contribuye a estabilizar la temperatura del volumen. Como la laminación incorpora una capa estanca, también puede mejorar el control del vapor, siempre ajustando ventilaciones para evitar condensaciones indeseadas. Esa doble acción —menos radiación directa y mejor gestión del intercambio— ayuda a reducir pérdidas de agua y a suavizar oscilaciones. En campañas calurosas, cuando el agua se planifica con prudencia, el efecto acumulado de una menor evaporación y de un ambiente más estable se traduce en menos riegos correctivos, mayor uniformidad y una operación más serena para el personal de campo en las campañas.
El programa del proyecto se organiza en dos fases. Primero, un análisis del emplazamiento para evaluar orientación, sombras, geometría y usos, determinando dónde la tecnología aporta más valor y cómo distribuir las bandas con equilibrio entre generación y transmisión de luz. Segundo, el dimensionado eléctrico y el encaje con ventilación, sombreo y riego, definiendo protecciones, cuadros y su convivencia con labores y recorridos de mantenimiento. Concluida esta preparación, se instala una prueba de concepto en IRTA Canet para verificar integración, operación y mantenimiento. La instrumentación permitirá comparar zonas con y sin cobertura, observar la distribución de radiación en pasillos y líneas, y registrar la relación entre producción eléctrica y consumos cercanos, con el objetivo de ajustar la solución antes de escalar con criterios claros medibles.
La energía generada se destina a necesidades inmediatas del invernadero. Se priorizan sensores y comunicaciones, ventilación auxiliar, actuadores de aperturas y sombreo, y los equipos hidráulicos: bombas de riego y válvulas de agua. La proximidad entre generación y consumo reduce dependencia de la red y aporta resiliencia ante caídas de tensión. Para explotaciones pequeñas y medianas, o para instalaciones remotas, esta cercanía energética se traduce en continuidad y capacidad de respuesta en días críticos. Cuando la irradiancia desciende, se establece una jerarquía de cargas: primero comunicación y control, después ventilación y actuadores, y por último bombeos no críticos, minimizando impactos sobre la fisiología del cultivo. Este orden puede automatizarse con algoritmos que leen producción, estado de baterías y prioridades definidas por el equipo técnico.
La ambición va más allá del autoconsumo. La electricidad generada puede impulsar sistemas de riego que aprovechan la humedad ambiental y recirculan la condensación, reduciendo extracciones y bombeos correctivos. Cuando la cubierta participa en la gestión del clima y, a la vez, suministra energía, el ciclo operativo gana coherencia: las mismas condiciones que disparan la producción eléctrica suelen coincidir con necesidades de ventilación y control. Este enfoque se alinea con la eficiencia hídrica, con la búsqueda de estabilidad de costes y con el interés por soluciones que reduzcan la exposición a fallos de suministro. Además, al concentrar generación y consumo en el punto de uso, se facilita la monitorización y la priorización de cargas críticas, especialmente en campañas donde las ventanas de trabajo son estrechas.
El contexto tecnológico favorece la integración. La fotovoltaica orgánica admite formatos y niveles de transparencia ajustables, pensados para convivir con la fisiología del cultivo y con el calendario agronómico. Frente a soluciones rígidas y opacas, su flexibilidad simplifica la instalación y permite adaptar la cobertura a estaciones y variedades sin rediseñar la estructura. La compatibilidad es clave: no se trata de añadir tecnología sin más, sino de integrarla para que la luz haga dos trabajos a la vez, sin perturbar tareas habituales como el manejo de ventanas cenitales, los recorridos de mantenimiento o la logística de recolección. Esta visión evita competir por el espacio y convierte la cubierta en una capa funcional que dialoga con el resto de sistemas del invernadero con naturalidad y eficacia operativa.
El plano operativo determina la adopción real. Los equipos de producción valoran tecnologías que no impongan una curva de aprendizaje excesiva. La fotovoltaica orgánica semitransparente encaja con rutinas conocidas: limpieza periódica, inspección de conexiones y sustitución de elementos. Al integrarse como una capa adicional, no exige rediseñar el invernadero y su mantenimiento puede programarse junto con el de la cubierta o el sistema de sombreo. La disponibilidad de repuestos modulares y la proximidad de los cuadros eléctricos facilitan intervenciones sin detener la actividad. Para consolidar hábitos, la formación se centra en pautas sencillas: qué limpiar, qué inspeccionar, cómo identificar una anomalía y cuándo escalarla. El objetivo es que la fotovoltaica orgánica se perciba como una ayuda que mejora el control del ambiente y aporta fiabilidad en picos.
La compatibilidad con estrategias de cultivo ofrece margen de ajuste fino. La transmisión selectiva permite modular el porcentaje de cobertura según especie, calendario y latitud. En cultivos de hoja puede interesar una atenuación más ambiciosa en los meses de mayor radiación, mientras que en cultivos de fruto la prioridad puede ser preservar picos lumínicos que favorecen cuajado y coloración. Diseñar campañas con este control desde la cubierta abre una vía de optimización agronómica que no depende exclusivamente de mallas internas. Además, la selección de patrones de transparencia y distribución de bandas facilita compatibilizar luz útil y pasillos, evitando sombras indeseadas sobre accesos o sensores. Esta capacidad de afinado permite tratar cada cultivo como un caso de uso, con decisiones reversibles en cada campaña.
La generación distribuida simplifica la logística energética. Reducir recorridos entre producción y consumo disminuye pérdidas y facilita el uso de almacenamiento local de pequeña escala. Baterías de pequeña capacidad, ubicadas cerca de cuadros sectorizados, permiten salvar nubes pasajeras o picos breves de demanda de actuadores y ventilación. En operaciones remotas, donde la llegada de un generador o el suministro de combustible encarece la respuesta, esta autonomía incremental añade seguridad a la planificación y reduce desplazamientos correctivos. Al concentrar la energía en el punto de uso, también se simplifica la monitorización y la priorización de cargas críticas, haciendo más transparentes las decisiones sobre qué encender, cuándo y durante cuánto tiempo. El resultado es una operación con menos incertidumbre y mejor preparada para contingencias técnicas y meteorológicas.
La dimensión territorial y organizativa completa el cuadro. Zonas costeras con veranos largos, valles de insolación intensa e islas concentran necesidades donde la electricidad cercana y la reducción de evaporación generan mayor impacto. En paralelo, la electricidad que no recorre kilómetros de cable evita pérdidas y reduce emisiones cuando las redes son intensivas en fósiles. El tándem entre Eurecat, un centro tecnológico, y Lenium, una ingeniería, aporta garantías de materiales y puesta en marcha, con un interlocutor claro para soporte. La hoja de ruta es clara: documentar la experiencia en Canet, afinar distribución de bandas y diseñar un piloto escalable. Con ese aprendizaje, industrialización e instalación replicable harán posible pasar de demostración a solución repetible y útil para el día a día.




































