Las ventajas del bruñido sobre el lapeado
Durante años el bruñido y el lapeado se han mencionado casi como sinónimos porque ambos sirven para el acabado preciso de orificios. Sin embargo, sus fundamentos y, sobre todo, sus prestaciones difieren considerablemente, hasta el punto de que hoy resulta clave distinguirlos. El bruñido se ha consolidado como la opción más productiva cuando se busca simultáneamente eliminar material, mejorar la geometría y obtener una textura que favorezca la lubricación.
Arranque de material y rapidez de ciclo
A diferencia del lapeado, pensado esencialmente para pulir con muy poca remoción, el bruñido puede quitar varias décimas de milímetro en segundos incluso en aceros tratados. Casos típicos mencionan la eliminación de 0,4 mm en un taladro de 25 mm de diámetro por 25 mm de longitud en apenas 40 s, o hasta 0,5 mm en 60 s cuando se trabaja con metal duro.
Precisión geométrica superior
Calidad superficial orientada a la lubricación
Mínimo daño térmico y tensiones residuales
Coste operativo: mano de obra frente a consumible
Aplicaciones representativas
- Aerospacial & Ferrocarril: cilindros hidráulicos, casquillos y ejes que requieren larga vida útil y fricción controlada.
- Automoción: camisas de cilindro, guías de válvula y engranajes, donde la película de aceite es decisiva.
- Industria general: motores de turbinas, matrices de inyección y componentes de precisión con orificios discontinuos o ranuras donde otras operaciones fallan.
El bruñido se ha transformado de “último retoque” a auténtico proceso de mecanizado de alta productividad. Su capacidad para arrancar material, corregir forma y dejar una superficie óptima para la lubricación lo coloca, en la mayoría de los casos, un paso por delante del lapeado cuando se trata de orificios de precisión con exigencias de rendimiento industrial.




















































