Equipos de ultravioleta C ¿Todo vale?
Fernando Moreno, director del Grupo de Óptica de la Universidad de Cantabria, asesor científico de la División Radiométrica de Fotoglass
09/04/2021
Es bien sabido que esa radiación transporta energía en forma de ondas que se caracterizan por su frecuencia (o su longitud de onda). El espectro electromagnético se divide en bandas de frecuencia. La radiación de más baja frecuencia contiene las ondas de radio y las microondas (con las que calentamos nuestros alimentos). En la frecuencia intermedia encontramos el infrarrojo lejano (radiación que emite un cuerpo caliente) y el infrarrojo cercano; ambas generan sensación de calor en nuestra piel. La alta frecuencia comprende la radiación visible, del rojo al azul, que es la que produce el estímulo visual y a continuación la acompaña el ultravioleta, seguido por la radiación de muy alta energía, como los rayos X y la que viene del espacio y conocida como rayos cósmicos. La región de interés del ultravioleta se divide, a su vez, en tres zonas, el ultravioleta A (UVA), el B (UVB) y finalmente, el más energético, el C (UVC), base de los dispositivos de desinfección.

El efecto germicida sobre bacterias se conoce desde 1877. En 1835, se propone la primera lámpara de vapor de mercurio, emisora de radiación UV, y que es la base de las modernas lámparas que forman parte de la mayoría de los equipos de desinfección por UVC. Hay que esperar hasta 1906 para ver el uso de esta radiación para desinfectar agua. En 1927, se demuestra científicamente el efecto germicida del UV para bacterias y virus, y 5 años más tarde, que preferentemente, es la radiación de 253 nanómetros, contenida en la zona UVC, la responsable del efecto germicida (tener en cuenta que 1 nanómetro es la mil millonésima parte de un metro y como curiosidad, el SARS-COV-2 mide 100 nanómetros, una décima de una micra).
La aparición del virus que ahora nos amenaza, ha vuelto a despertar el interés para desinfectar superficies y sobre todo el aire, dada su facilidad de transmisión a través de este medio. Hay múltiples variantes de estos sistemas y que se fabrican actualmente: desde sistemas fijos (algunos mixtos con lámparas convencionales) a móviles, incluso para uso manual. Su eficacia para una determinada aplicación requiere de un exhaustivo análisis radiométrico para saber cuánta potencia por unidad de área llega a los lugares a desinfectar y de aquí, estimar la dosis necesaria (tiempo de exposición) para eliminar un determinado patógeno. Ésta se conoce razonablemente bien para bacterias y virus en agua, pero es muy diferente cuando éstos están sobre una superficie o en el aire, donde son más vulnerables, no habiendo una correlación clara entre ambas situaciones.

En ningún caso, existe una normativa específica que guíe la fabricación y el uso seguro de fuentes de radiación ultravioleta, ni a nivel nacional ni internacional y en donde se señalen claramente, para los diferentes patógenos, las dosis necesarias para lograr distintos grados de desinfección y al mismo tiempo, proteger al usuario en su manipulación. Sólo la literatura científica contiene datos en los que apoyarse y sólo existen algunos informes sobre el uso de este tipo de radiación por parte de organismos como el Lightning Research Center americano (diciembre, 2020), la Comisión Internacional de la Iluminación (mayo, 2020), una ‘opinión’ emitida por el Comité científico de Salud, Medio Ambiente y Riesgos Emergentes de la Comisión Europea (febrero, 2017) o la especificación UNE 0068 (junio, 2020). Es de vital importancia, por tanto, que los gobiernos, apoyados por adecuados equipos de especialistas, preferentemente en biología y radiometría, adopten las medidas necesarias para que exista una normativa que controle la fabricación y el uso de dispositivos para desinfección basados en radiación ultravioleta de alta energía (UVC).