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Preparándonos para la red eléctrica del futuro

La transición energética actual, liderada por unos objetivos ambiciosos de descarbonización, la implantación masiva de energías renovables y la electrificación, está cambiando profundamente la red eléctrica tal y como la conocemos.

Durante décadas, la generación eléctrica ha estado basada en un modelo centralizado: grandes plantas de producción ubicadas lejos de los centros de consumo, suministrando energía a la red en una única dirección. Un sistema mono direccional, centralizado, analógico, carbón-intensivo y centrado en la producción. Este paradigma está cambiando rápidamente hacia recursos energéticos distribuidos (DERs) – instalaciones solares en azoteas, generadores eólicos onshore y offshore, baterías domésticas e incluso vehículos eléctricos — que ya no son actores invisibles: se tornan activos dentro del paisaje energético. El sistema emergente es descentralizado, digital, descarbonizado y centrado en el consumidor.

Esta transformación conlleva implicaciones mayores. La primera es que la electricidad no va a fluir nunca más en una sola dirección. Los consumidores que también producen energía, los llamados prosumidores, pueden tanto inyectar como demandar electricidad de la red dependiendo de sus necesidades y condiciones de mercado. La segunda implicación es el reto de la gestión dinámica de carga. Con una movilidad y climatización electrificadas, la demanda fluctuará de una forma más brusca y debe ser balanceada en tiempo real. Y la tercera, es la integración de las energías renovables. La solar y la eólica abren grandes oportunidades, pero también traen intermitencia y volatilidad, lo que requiere que la red sea mucho más flexible de lo que ha sido hasta ahora.

Pero este cambio de paradigma no se realiza por sí solo. Requiere de nuevas características en los sistemas electrónicos y embebidos que soportan la red.

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Dispositivos inteligentes

Para hacer funcional esta nueva red eléctrica, la inteligencia debe estar embebida en local, en los propios dispositivos que interactúan con la energía en el día a día.

¿Cuáles son esos dispositivos?

Por un lado, nos encontramos los Controladores DER. Modernos inversores solares, sistemas de almacenamiento de energía y cargadores de VE no pueden ser simples dispositivos 'plug & play'. Deben ser capaces de reaccionar a las señales de la red, ayudando a estabilizar los picos de demanda o incluso retroalimentar energía al sistema cuando sea necesario.

Por otro lado, tenemos a los sistemas de gestión energética, o plataformas EMS. Éstos actúan como los directores de la orquesta energética, coordinando dispositivos consumidores, generación solar, almacenamiento y VE. Tienen un doble objetivo: maximizar el auto consumo y minimizar costes a la vez que proporcionar servicios de flexibilidad a un sistema global. 

Para que estos dispositivos puedan cumplir con sus objetivos, es necesario que dispongan de una rápida actualización de la medida y sean capaces de tomar decisiones en local (Edge computing). La combinación de ambas características hace posible que los dispositivos reaccionen en pocos segundos a fluctuaciones en voltaje o frecuencia, sin tener que esperar a instrucciones de sistemas IT centralizados. Esto previene cuellos de botella y asegura estabilidad, a la velocidad que requiere hoy en día la red.

Por supuesto, no podemos pasar por alto ni inteligencia artificial ni el 'machine learning'. Estas herramientas brindan potencia predictiva al sistema pronosticando consumo o producción, detectando anomalías antes de causar fallos, y optimizando constantemente el balance de objetivos del sistema local y global. La capacidad de construir una línea base dinámicamente, aprendiendo de las condiciones operacionales reales del sistema en sí mismo, es necesaria tanto para subrayar anomalías como para calcular la remuneración de un comando de flexibilidad de la demanda.

Requerimientos de los dispositivos

Para hacer posible que los dispositivos DER y EMS sean capaces de resaltar anomalías, reaccionar dinámicamente a escenarios complejos y alojar algoritmos energéticos avanzados, deben basarse en entornos flexibles, capaces de albergar diferentes estrategias y lógicas de control. Del mismo modo que un sistema operativo permite que diferentes aplicaciones se ejecuten en un smartphone.

Los requerimientos técnicos más habituales para estos dispositivos son:

  1. Módulos de medida de alta precisión que cumplan con estándares europeos como la Directiva de Instrumentos de Medida (MID). Esto asegura la interoperabilidad entre sistemas ya que los datos intercambiados son confiables y permiten los servicios de flexibilidad de la demanda.
  2. Potentes CPUs equipadas con enclaves seguros. Al ser estos procesadores los cerebros del nodo deben disponer de zonas aisladas dentro del chip que protejan información sensible como claves criptográficas, credenciales de usuarios e integridad del firmware.
  3. Sistema operativo embebido. Un sistema operativo escalable y ligero permite portabilidad de software, lo que significa que las aplicaciones se pueden desplegar en miles de dispositivos con un mínimo esfuerzo. También permite la coordinación de diferentes servicios simultáneamente (medida, optimización, comunicación) sin conflictos. Y quizás lo más importante, permite las actualizaciones remotas over-the-air (OTA). Esta capacidad es vital ya que la red evoluciona rápidamente: nuevas tarifas, nuevos servicios de flexibilidad o nuevas amenazas de seguridad.
  4.  Co-procesadores de Machine Learning. Aceleradores de IA dedicados como TPUs, NPUs o DSP. Éstos permiten la detección de anomalías en tiempo real, un control adaptativo y análisis predictivo directamente en la instalación. Aquí la clave es la autonomía: los dispositivos deben poder operar de forma inteligente, aunque se desconecten temporalmente de los sistemas centralizados.
  5.  Protocolos de comunicación estandarizados. Un escenario fragmentado donde cada fabricante utilice lenguajes propietarios paralizaría la interoperabilidad. Es esencial soportar estándares como IEC 61850, Modbus, MQTT, OCPP, DLMS u OPC-UA permitiendo que los dispositivos intercambien información fácilmente entre utilities, agregadores y otros nodos. La interoperabilidad garantiza que los assets pequeños distribuidos puedan ser agregados de una forma fiable en la red.
  6. Seguridad desde el diseño. Todo dispositivo debe integrar encriptación end-to-end, firmware firmado y gestión segura de claves como características por defecto, no como un extra opcional. La ciberseguridad no puede ser un pensamiento a posteriori porque un nodo comprometido no es solo un problema local, se convierte en una vulnerabilidad del sistema.
  7. Gestión continua del ciclo de vida. La actualización remota y el mantenimiento predictivo asegura que el dispositivo sea fiable y resiliente a lo largo del tiempo.
  8. Eficientes energéticamente. Un dispositivo que proporciona flexibilidad, pero consume excesiva energía o requiere de conectividad constante socava su propio propósito.

Conclusión

Lo que emerge de esta travesía no es una simple cuestión de tirar más cables, instalar más transformadores o construir más subestaciones. Es darle una vuelta a la red haciendo que sea inteligente, interactiva y centrada en el consumidor.

La regulación proporciona el marco para el cambio. La tecnología ofrece la forma de realizarlo. Ambas dimensiones crean las bases de una red que no solo es más verde, sino que es más resiliente, flexible e inclusiva.

En definitiva, la transición energética va menos de un refuerzo de la infraestructura y más de inteligencia y adaptabilidad.

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Carlo Gavazzi, S.A.
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