Los microplásticos del Delta del Ebro se medirán con un sistema de Inteligencia Artificial
Cada año, 8 millones de toneladas de plástico terminen en el mar, e imágenes de la isla gigante de plástico en el Océano Pacífico han despertado numerosas campañas y estudios, centrados mayoritariamente en los microplásticos, mientras que los más pequeños hasta hace poco habían pasado a menudo más desapercibidos tanto para la sociedad como para las ciencias ambientales. “Muchos parajes naturales que creemos impolutos también están contaminados, tanto si lo vemos como si no”, explica la investigadora del programa de Aguas marinas y continentales del IRTA, Maite Martínez-Eixarch.
En este contexto, uno de los retos actuales es lograr avances en las técnicas de identificación y monitorización de microplásticos para entender de dónde vienen y cómo se comportan y, eventualmente, actuar para reducir su impacto. Por eso, un equipo del IRTA coordinado por Martínez-Eixarch inició en 2021 el proyecto BIO-Displas, con el apoyo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Su objetivo es determinar la distribución de microplásticos en los ambientes acuáticos del Delta y desarrollar un sistema que los clasifique de forma automática. Una búsqueda de 2019 del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB) estimó que desde este embudo natural se vierten cada año 2.200 millones de microplásticos en el Mediterráneo. En 2019, un estudio del Instituto de Ciència y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB) estimó que desde este embudo natural se abocan cada año 2.200 millones de microplásticos en el Mediterráneo.
A diferencia del estudio del ICTA-UAB, que se basó en muestras recogidas en las playas de arena, en el lecho del estuario y en las aguas superficiales, el proyecto BIO-Displas parte de un muestreo de agua y sedimentos hecho en cinco lagunas y un arrozal del Delta. “Actualmente estamos ultimando el método para realizar la extracción de los microplásticos en el laboratorio para que se adapte a la tipología de muestras con las que trabajamos y poder extraerlos de forma correcta”, detalla Rosa Trobajo, investigadora del proyecto. Una vez los microplásticos estén separados de los restos naturales, se efectuará el recuento y la clasificación de las partículas a partir de tres variables: tamaño, color y tipo de estructura (como fibras, fragmentos o films). El resultado será una tabla con la concentración de polímeros en los distintos hábitats del ecosistema.
Además, a partir de estos datos, el IRTA desarrollará un modelo informático para identificar, contar y medir los microplásticos en imágenes hechas con microscopio o lupa binocular. Tras recibir unas primeras consignas manuales, la propia aplicación se irá perfeccionando durante el proceso gracias a un algoritmo de aprendizaje automatizado. A la larga, la aplicación habrá aprendido a realizar la detección y clasificación por sí sola. Se trata de una tecnología visual ya aplicada en otros ámbitos, como el registro de colonias de microorganismos. “Nos permitirá ahorrar tiempo y esfuerzos y poder estandarizar y automatizar los futuros procesos de recuento”, defiende Carles Alcaraz, investigador del IRTA y encargado de programar el modelo.
Diminutos pero nocivos
La ubicuidad de los microplásticos en la mayor parte de la red hidrográfica peninsular ha sido demostrada en estudios como el de la Asociación Hombre y Territorio en 2020. Sin embargo, según advierte la científica del IRTA Maite Martínez-Eixarch, “aún queda mucho por esclarecer tanto en cuanto a la distribución como en lo que respecta a los efectos de estos polímeros sobre los diferentes hábitats”. Por un lado, los materiales sintéticos podrían provocar alteraciones en dinámicas como el ciclo de nutrientes y la descomposición de la materia orgánica. Además, como se ha observado en Cataluña en el caso de las aves marinas, los microplásticos se introducen en la red trófica, que llega hasta nosotros y puede provocar toxicidad o ser disruptores del sistema hormonal.