'El Hortelano': la desbordada imaginación de un visionario
Giuseppe Arcimboldo pintó este cuadro en 1590, tres años antes de su muerte. Había nacido en Milán en 1527 y fue, como buen renacentista, un hombre polifacético. Proyectó increíbles aparatos hidráulicos e instrumentos musicales fantásticos, pero si ha pasado a la historia ha sido por sus extraordinarios “caprichos alegóricos”. Estas pinturas, figuras de rostros configuradas con hortalizas, flores o animales, no admiten comparación con ningún artista coetáneo y no será hasta la aparición del surrealismo cuando su obra empiece a ser valorada y reivindicada.
En el óleo que nos ocupa, habrán reparado en la ausencia de algunas de las hortalizas más habituales en la cocina moderna, como los tomates o los pimientos, cuyos variados colores y tonalidades debieran hacer las delicias de un pintor de bodegones. Pero en el siglo XVI estos productos, originarios de América, todavía no formaban parte de la alimentación de los europeos y, de hecho, no se popularizarían hasta dos siglos después.
Arcimboldo, en esta obra como en tantas otras, nos propone una reflexión sobre la unidad de la naturaleza y de su relación con el hombre. Todo en el cosmos son piezas de un gran rompecabezas que permite infinitos encajes y cada combinación, a su vez, nos proporciona percepciones de la realidad que son en sí mismas un reflejo del todo y de cada una de sus partes. En el cuadro vemos como los diversos frutos y verduras surgidos del trabajo del hortelano y que volverán al hortelano en forma de alimento, son a su vez el propio hortelano en sí mismo. Y al mismo tiempo, ese rostro mofletudo y socarrón que surge al voltear el cuadro, nos recuerda que somos poco más que una suma de elementos orgánicos perecederos. Hombre y naturaleza enlazados a través del arte en la obra genial de un visionario.