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La gestión de los espacios periurbanos

Criterios básicos para la planificación del entorno de Zaragoza

Francisco Pellicer12/11/2003

Los paisajes del entorno de Zaragoza se desarrollan sobre un medio natural diverso, caracterizado como un espacio semiárido con afloramiento masivo de yesos, cruzado de Este a Oeste por el Ebro y en sentido meridiano por el Gállego con dirección de Norte a Sur y por el Huerva con rumbo de Sur a Norte.

Los paisajes del entorno de Zaragoza se desarrollan sobre un medio natural diverso, caracterizado como un espacio semiárido con afloramiento masivo de yesos, cruzado de Este a Oeste por el Ebro y en sentido meridiano por el Gállego con dirección de Norte a Sur y por el Huerva con rumbo de Sur a Norte.

En la convergencia de los corredores fluviales se sitúa Zaragoza, en un emplazamiento privilegiado río. Los corredores fluviales con fértiles suelos desarrollados sobre terrazas, agua abundante y elevada productividad biológica, contrastan con las duras condiciones que imponen para la vida los raquíticos suelos generados sobre los yesos y las escasas precipitaciones inferiores a 350 mm.

En las últimas décadas, el modelo tradicional ha experimentado drásticos cambios debido a la fuerte demanda de suelo para expansión urbana y vial, a la disponibilidad de medios técnicos para afectar el medio ambiente, a la desvalorización en términos económicos de las actividades agrícolas del entorno periurbano y a la presión de los ciudadanos necesitados de lugares de ocio y esparcimiento.

Así, el espacio periurbano está siendo arrollado por el crecimiento irracional y continuado de la ciudad y sufre intensamente la degradación progresiva de sus valores naturales y culturales. El restablecimiento de relaciones equilibradas entre la ciudad y su entorno exige restaurar el espacio rural degradado y revitalizarlo ecológica, cultural y económicamente para satisfacer las nuevas demandas sociales de calidad de vida. Este es el objetivo de numerosos estudios que realiza un equipo interdisciplinar dirigido desde el Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza para el Ayuntamiento de Zaragoza. Se exponen a continuación dos de los paisajes más característicos del entorno de Zaragoza, el corredor del Ebro y la huerta, y las líneas directrices de los estudios para la planificación.

Los paisajes naturales: Sotos y Galachos del Ebro
Zaragoza goza del privilegio, escasamente conocido y valorado, de poseer todavía espacios naturales fluviales a las puertas de la ciudad. El centro de la Depresión del Ebro es en términos generales un paisaje horizontal, seco, terroso, opaco, homogéneamente muy luminoso y de gran amplitud visual. Sobre esta clave, cobran especial valor los sotos y riberas que, por el contrario, son húmedos, transparentes, verdes, con abundantes elementos verticales, con duros contrastes de luminosidad y con cerrados recintos visuales.

Pero lejos de formar un pasillo vegetal ribereño continuo, las formaciones vegetales de ribera o sotos se encuentran reducidas a pequeños enclaves desconectados entre sí. El valor de los sotos estriba, por un lado, en su singularidad paisajística, ya que las masas arboladas son muy poco frecuentes tanto en los espacios de huerta intensamente cultivados, como en las tierras altas donde las condiciones semiáridas y la sobreexplotación del medio por el ganado y la extracción de leñas ha determinado la completa deforestación.

La mayoría de los sotos son muy jóvenes y se instalan sobre terrenos renovados por el río en las crecidas de la primera mitad del siglo, donde no ha sido viable la puesta en cultivo a causa de la excesiva frecuencia de inundaciones o de la abundancia de gravas en el terreno. La progresiva reducción de la dinámica fluvial por la fijación del cauce y la disminución de la carga sólida ha permitido el avance de los sotos hacia la lámina de agua, la madurez y aumento de la diversidad ecológica y de la complejidad de estas comunidades.

Las masas de vegetación de ribera más extensas e interesantes no se encuentran precisamente a las orillas del cauce, sino colonizando los galachos o cauces abandonados aislados en el centro del llano de inundación. Los que se mantienen todavía encharcados, con una lámina de agua más o menos extensa en función de la rapidez de la colonización vegetal y del relleno por sedimentación conforman enclaves de gran valor natural y diversidad ecológica. Estos espacios juegan un papel fundamental en la defensa y estabilidad de las orillas, con un mínimo de cuidados y mantenimiento.

Los sotos interceptan la radiación solar, reducen el viento, limitan el recalentamiento del agua y disminuyen las oscilaciones térmicas creando un microclima especial. Un soto denso respecto a una zona deforestada adyacente puede hacer disminuir en 5ºC la temperatura y aumentar un 30% de humedad relativa (MARTI, 1991). Los sotos contribuyen eficazmente a la depuración de las aguas y mejoran la calidad del aire. Son finalmente el hábitat de muchas especies animales.

El Galacho de Juslibol, aguas arriba de la ciudad, y la Reserva Natural de los Galachos de La Alfranca, La Cartuja y El Burgo de Ebro, aguas abajo, son sin duda los enclaves naturales de mayor significación del entorno de Zaragoza. Corresponde a un meandro abandonado, parcialmente inundado, y a un conjunto de lagunas con origen en excavaciones realizadas para la explotación de áridos en la década de1970, entre las que se ha desarrollado un cerrado bosque de ribera. La superficie del Galacho es relativamente reducida: 200 ha.

El espacio de las lagunas y los sotos espontáneos, integrado en el ecosistema fluvial del Ebro, limita por el Norte con un paisaje estepario de colinas y barrancos modelados en yesos, y en el contacto entre ambas unidades se interpone un abrupto e inestable escarpe de 60 m. de desnivel. El espacio fluvial, las colinas esteparias y el escarpe, forman una rica combinación de elementos geomorfológicos, hidrológicos, botánicos, faunísticos y culturales que hacen de este lugar uno de los paisajes más interesantes del municipio y del Ebro medio.

La Reserva Natural Dirigida de los Galachos de La Alfranca de Pastriz, La Cartuja y El Burgo de Ebro es un espacio clasificado por la Ley 6/1998 de Espacios Protegidos de Aragón. Las Reservas Naturales Dirigidas son espacios naturales de dimensiones moderadas, cuya declaración tiene como finalidad la protección de los ecosistemas, comunidades o elementos biológicos que por su rareza, fragilidad, importancia o singularidad merecen una valoración especial.

La gestión está encaminada a la preservación y restauración, así como la ordenación de los usos considerados compatibles: actividades científicas, educativas, de uso público y aprovechamiento de los recursos naturales tradicionales, siempre que estén integradas en los objetivos de conservación.

Los Galachos de La Alfranca de Pastriz, La Cartuja y El Burgo de Ebro se formaron a mediados del s. XX por cortas de los meandros ejercidas de forma directa o inducida por el ser humano para ganar tierras de cultivo y tratar de contener la dinámica de un tren de meandros extremadamente móviles. Aunque la expansión posterior de los cultivos y las plantaciones de chopos han reducido de forma considerable el espacio natural, los sotos de la Reserva son de los pocos que en la Depresión del Ebro mantienen sus características primitivas y una superficie destacable. A ello se añade la riqueza de su fauna ornítica, aspecto que más interés ha despertado para la conservación del espacio.

El paisaje cultural: las huertas
La fertilidad de las tierras aluviales, el agua abundante de los tres ríos y el Canal Imperial de Aragón y el trabajo constante durante milenios han creado una de las expresiones más altas de la cultura mediterránea del agua: la huerta de Zaragoza. La huerta se identifica como un espacio llano y abierto, salpicado de torres y casetas, regado por las acequias históricas del Gállego, Huerva, Ebro y Canal Imperial de Aragón. Tradicionalmente, la huerta ha estado estrechamente vinculada a la ciudad y dedicada al cultivo intensivo de hortalizas y frutas.

En el siglo XV la huerta se dividía en distritos en función de las acequias de riego: la Almozara, Miralbueno, Rabal, Gállego, Urdán, la Huerva. A partir de la siguiente centuria comenzaron a aparecer las típicas torres, expresión de una agricultura urbana floreciente, que servían como segunda residencia veraniega, y abastecían a la ciudad con sus productos. En el siglo XIX se amplió la superficie de huertas gracias a la incorporación de nuevos terrenos regados con las aguas del Canal Imperial de Aragón: Garrapinillos, Miralbueno, Romareda, Casablanca. Con ello, a finales de este siglo la ciudad aparecía rodeada por un extenso cinturón verde constituido por huertas y olivares.

En la primera mitad del siglo XX comenzó un proceso de invasión de espacios de huerta como consecuencia de la expansión urbanística de la ciudad. Pero es a partir de los años 60 cuando el desarrollo de la ciudad lleva consigo la invasión masiva de los terrenos de huerta. La población de duplicó en diez años, Zaragoza fue declarada polo de desarrollo industrial, la política urbanística municipal, representada por el Plan de Ordenación Urbana de 1968, diseñó grandes zonas residenciales, como la Romareda o el proyecto del ACTUR, que ocuparon ricas zonas de huerta y, por último, se construyeron importantes infraestructuras, como la autopista a Barcelona y la ronda norte.

La situación actual de la huerta zaragozana es, cuanto menos, preocupante. La ciudad continúa creciendo, se proyectan y construyen nuevas infraestructuras (el AVE, tercer y cuarto cinturón), existe un elevado número de segundas residencias ilegales ocupando terrenos agrícolas (fenómeno de gran envergadura en barrios como el de Garrapinillos), todo ello unido a los problemas que atraviesa el sector agrícola y, en particular, la agricultura periurbana, sometida a una fuerte presión desde la propia ciudad.

Multitud de actividades no estrictamente agrícolas se desarrollan en suelo de huerta generando numerosos conflictos de uso que pueden poner en peligro la subsistencia de la huerta como tal si no se toman las medidas adecuadas. El paisaje eminentemente agrario, donde se conserva, está dedicado a cultivos herbáceos que requieren poca atención y permiten la agricultura a tiempo parcial (forrajeras, maíz y otros cereales, por este orden). La superficie destinada a hortalizas y frutales se ha reducido drásticamente y se concentra especialmente en las huertas de Ranillas y Las Fuentes.

Junto a la agricultura tradicional muy simplificada, aparecen los huertos familiares que además de abastecer al consumo familiar satisfacen la necesidad de ocio de los zaragozanos. Los pequeños huertos que proliferan en las periferias urbanas son muy a menudo el germen de construcciones ilegales que acaban siendo segundas residencias sin servicios de abastecimiento ni vertido, con malos accesos, emplazadas frecuentemente en terrenos inundables y con una calidad de construcción y estéticaextremadamente pobres.

Tanto la actividad agrícola como la residencial y otras actividades presentes llevan consigo la necesidad de cerramientos de parcelas, tanto para combatir los efectos del cierzo que perjudica a los cultivos y hace ingrata la estancia, como por el deseo de preservar la intimidad y de protejerse de los hurtos y agresiones. Los materiales más frecuentes son las cañas, los setos, las mallas metálicas, las verjas y los muros de obra La inseguridad y la segregación social suelen ser un subproducto de esta disfunción del territorio propiciada por una planificación y gestión deficientes.

En el último extremo se encuentran viviendas unifamiliares de dos plantas, de mayor superficie edificada, más lujosas, cerradas por muros, con jardín cuidado y frutales, pero que puede carecer de huerto. Mientras tanto, las viviendas rurales tradicionales de la huerta, las llamadas torres, se encuentran en un grave estado de ruina, con la consiguiente pérdida de patrimonio.

El régimen de tenencia es en propiedad, bien se trate de su propietario tradicional o de un nuevo comprador urbano. No se dan en Zaragoza las situaciones de ocupación generalizada de suelo público o privado como sucede en el periurbano de otras ciudades.

En determinados lugares, el espacio rural puede ser compatible con una urbanización muy abierta e integrada con los demás usos, controlada bajo requerimientos estrictos en cuanto a tipología, volúmenes y alturas, y manteniendo viarios filtrantes, arbolado y jardines. Las estrictas restricciones del la planificación vigente, desvinculada de las demandas sociales, ha llevado consigo la transgresión generalizada de las normas del PGOU y un problema de unas dimensiones y grado de complejidad que hacen difícil su solución.

Junto a los huertos y segundas residencias se han instalado en la huerta algunas nuevas actividades económicas, no agrarias, en expansión y ligadas a la demanda de actividades de recreo (ej. picaderos de caballos o el adiestramiento de perros), si bien todavía son pocas para dejar una impronta notoria en el paisaje.

Además de las ocupaciones del suelo, la huerta está soportando un trasiego diario de ciudadanos en busca de espacios abiertos donde pasear contemplativamente o practicar alguna de sus aficiones: paseos en bicicleta, footing, pic-nic, tomar el sol, observar pájaros, pescar...

El uso de la huerta como zona de esparcimiento está ocasionando ciertos impactos que deberían evitarse: presencia de vehículos por los caminos con el consiguiente ruido, emisión de gases, polvo, estacionamientos indebidos y lavaderos, otro efecto de los visitantes es el pisoteo de la vegetación y sobre todo el abandono de basuras, además de los hurtos (prácticamente la totalidad de los campos de frutales están cercados).

Por otra parte, la huerta de Zaragoza recibe todo aquello que arroja o no tiene cabida en la ciudad y absorbe funciones que en determinados casos, requieren condiciones de cierto alejamiento, tamaño suficiente y menor precio del suelo (SANCHO, 1988). La amenaza se acentúa cada día especialmente en las inmediaciones de los grandes corredores viarios. Desde el punto de vista medioambiental, pero también en términos sociales y culturales, es un espacio desarticulado, debido al uso arbitrario que de él se ha hecho, sometido muchas veces a intereses privados, escudados por la inercia permisiva de las administraciones.

La supervivencia de la huerta sólo es posible reorientando sus funciones respecto a la ciudad. Ha de proporcionar alimentos frescos y de calidad que compitan en el mercado local, promocionar sus mejores y más singulares productos, como la deliciosa y saludable borraja, ofrecer paisaje de calidad, abierto y natural en contrapartida al cerrado, artificial y tenso de la ciudad y ser soporte de numerosas actividades recreativas, deportivas y educativas demandadas por la nueva sociedad urbana. Es importante, asimismo, mantener la capacidad de producción para la sociedad del futuro y reducir la dependencia del exterior.

Finalmente, la huerta desempeña una función esencial, la de contribuir a la mejora de la calidad del aire contaminado, seco y más caliente del ecosistema urbano.

Numerosas actividades científicas y educativas pueden desarrollarse sobre el patrimonio rural periurbano, contribuyendo a su conservación, conocimiento y valoración, aprovechando la oportunidad del Campus de Aula Dei (Estación Experimental del CSIC, Instituto Pirenaico de Ecología, Servicio de Investigación Agraria de la Diputación General de Aragón, Instituto Agronómico de Zaragoza).

Principios básicos para la planificación de los espacios fluviales y la huerta zaragozana
Los paisajes fluviales y las huertas del entorno de Zaragoza son la representación ambiental de un sistema de relaciones entre la ciudad y su entorno natural y rural. Sólo desde la teoría de las relaciones pueden comprenderse los sistemas complejos y discontinuos como éste. Los estudios orientados a la planificación urbanística de áreas perirubanas como ésta, deben partir del análisis integrado de las diferentes funciones y flujos del área considerada para obtener algunos indicadores del grado de organización del territorio, así como de su potencialidad de intercambio; es decir, de la biodiversidad y la información cultural contenida en el sistema.

Las propuestas necesarias para la ordenación de estos espacios en términos de sostenibilidad y para disminuir la incertidumbre ambiental se basan en el aumento de la complejidad del sistema, el incremento de la capacidad de anticipación y la reducción del impacto en el entorno. La ciudad que mira al futuro no puede desarrollarse sin el respeto e integración de los flujos y fuerzas del medio físico, sin caer en el despilfarro de los recursos y sin increpar a las catástrofes llamadas naturales.

Las huertas y los corredores fluviales proporcionan una condiciones inmejorables para integrarse en el sistema de grandes espacios abiertos de la ciudad, contribuyendo sin particulares cargas económicas al reciclaje de los sistemas vitales degradados en la ciudad densa. Los corredores fluviales que se adentran en la ciudad, en particular el del Ebro, deben estar en conexión espacios interiores, estableciendo una red con los paseos arbolados, plazas y parques que desempeñan el papel de nodos verdes o espacios abiertos adicionales. En estos paisajes llamados a tener una importante función recreativa y relajante para el ciudadano, debería tenerse en cuenta la valoración estética del paisaje; el gusto estético también se educa y además Zaragoza tiene un patrimonio paisajístico extraordinario en el que cultivarlo.

Estos principios ecológicos deben ir acompañados de otras medidas encaminadas a conseguir un espacio periurbano en el que la calidad y complejidad sean compatibles con una mayor austeridad en el consumo de espacio, infraestructuras, agua y energía.

En los nuevos ensanches urbanos, ha de procurarse el mantenimiento de unos niveles de densidad residencial y de diversidad de actividades y servicios que permitan la pervivencia del espacio plurifuncional clásico de la ciudad mediterránea, desplazamientos a pie y eficacia de los transportes públicos. Han de diseñarse cuidadosamente los bordes, articulando la integración del espacio urbano y los espacios rurales y naturales, tratando de atenuar especialmente las rupturas que suponen las grandes barreras de carácter viario. Más que una zonificación de usos segregados han de procurarse las transiciones graduales de espacios vividos.

La invasión de la huerta por urbanizaciones ilegales en los términos actuales sólo lleva al deterioro, el riesgo y la depreciación de la riqueza ecológica y los valores culturales acumulados durante milenios. El espacio periurbano puede soportar en los lugares apropiados, no en zonas de riesgo o de alto valor ecológico, una determinada densidad residencial, siguiendo la mejor tradición mediterránea (torres, casetas, alquerías,...), siempre con las oportunas adaptaciones a las nuevas demandas y sujeta a las demás funciones asignadas a estos espacios plurifuncionales.

El agua es un flujo natural que interpenetra los sistemas naturales, rurales y urbanos, generando múltiples paisajes reflejo de su uso y funciones. Los paisajes del agua pueden servir de hilo conductor para detectar los problemas medioambientales en su realidad compleja, comprender el funcionamiento de la interfase naturaleza-ciudad y elaborar propuestas en el ejercicio del proyecto sostenible de la ciudad.

El establecimiento en el espacio periurbano de equipamientos (ecomuseos) y espacios abiertos (sistema de áreas de protección de espacios naturales con funciones educativo-recreativas) cuya complejidad morfológica, estructural y funcional facilite la integración social de la población residente con la de la ciudad y el aprovechamiento comunitario de los espacios públicos como lugares de encuentro, intercambio, disfrute y de contacto con la naturaleza.

Finalmente, es muy importante tener en cuenta las necesidades reales de las gentes y su papel decisivo en la definición y puesta en marcha de las estrategias socio-culturales, económicas y ambientales.

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