Apostar por la calidad para impulsar la competitividad
Eva Novoa, directora general de Soermar
09/09/2025
Todo sector económico relevante que se precie tiene dos parámetros esenciales para medir su actividad: calidad y cantidad (y alcanzar la excelencia en ambos es, sin duda, la máxima aspiración). En el sector naval, dominado en volumen por grandes astilleros asiáticos, España ha apostado por posicionarse estratégicamente a través de la calidad, o, dicho de otra manera, por la especialización tecnológica y el compromiso con la investigación, el desarrollo y la innovación. Esto es lo que ha llevado a que nuestro país sea un referente en la construcción de buques de alto valor añadido.
Dicho esto, hay algo que está meridianamente claro, que la tecnología favorece la competitividad. Por ello, el futuro del sector naval español pasa por invertir en mejora continua para impulsar proyectos de innovación. Y ello implica, sin duda, la colaboración tecnológica efectiva para que esa innovación llegue a toda su cadena de valor y conseguir ser una industria naval más eficiente, sostenible y resiliente. Entre las soluciones que están incorporando los astilleros se encuentra la realidad aumentada, los sistemas de trazabilidad inteligente o la ingeniería virtual aplicada a sus productos y en sus procesos productivos. Tecnologías que permiten alcanzar mayor precisión, reducir errores y optimizar los tiempos de desarrollo, lo que, sin duda, refuerza el estándar de calidad que caracteriza a la industria naval española.
La importancia de esa apuesta por un modelo basado en la calidad queda perfectamente plasmada, y respaldada, en informes como el ‘EU Blue Economy Report 2025’, que, basado en datos de 2023, destaca que España, junto a Alemania, Francia e Italia, es uno de los principales contribuyentes a la economía azul en la UE, donde representa el 60% del valor añadido bruto y el 52% del empleo del sector. El mismo documento refleja que la industria naval europea facturó 37.900 millones de euros en 2023, un 17,7% más que el año anterior, y que España destaca especialmente en el segmento de buques complejos y especializados. Un sector en el que los astilleros privados han conseguido contratos relevantes gracias a su capacidad técnica y flexibilidad operativa.
La solidez del sector queda reflejada también en los contratos. En 2024 había 66 buques en construcción en los astilleros españoles por un valor superior a los 2.500 millones de euros, la mayor cifra de los últimos nueve años. Y el 44% de ellos incorporan tecnologías limpias, 12 puntos más que la media global, lo que sitúa a nuestro país a la vanguardia en la transición hacia una industria naval descarbonizada.
Un liderazgo que es fruto de una estrategia sostenida en el tiempo de inversión en calidad e innovación. Una de las herramientas que han impulsado esas inversiones ha sido el PERTE Naval, con el que el Ministerio de Industria y Turismo tenía el objetivo de movilizar 1.460 millones de euros, 310 provenientes de fondos públicos y 1.150, de inversiones privadas. Los proyectos tractores que recibieron ayudas están llegando a su finalización y en unos meses tendremos la oportunidad de compartir con todo el sector marítimo: los nuevos desarrollos, el volumen de ayudas y la movilización de inversión privada que finalmente ha dinamizado el PERTE Naval. No cabe ninguna duda de que ha sido un incentivo para fomentar la digitalización, la diversificación y la sostenibilidad, reforzando la competitividad de los astilleros y las empresas que forman la columna vertebral del sector marítimo. Pero tenemos que seguir trabajando, aprovechar los instrumentos a nuestra disposición, como, por ejemplo, las nuevas líneas del Ministerio de Industria y Turismo para eficiencia energética y la Estrategia Marítima del Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible (junio de 2025) para la descarbonización, así como otras de carácter autonómico.
El motivo es, como he dicho al principio, que mientras los grandes astilleros asiáticos -principalmente en China y Corea del Sur- dominan el mercado en número de unidades, España apuesta por un modelo en el que se construyen menos unidades, pero con mayor valor añadido. Esto exige una sofisticación tecnológica superior, procesos más complejos y una cultura empresarial orientada al detalle y al cumplimiento de los más altos estándares internacionales de calidad.
España es un país marítimo por geografía, historia y economía. Pero ser verdaderamente un país marítimo en el siglo XXI exige competir en calidad, no solo en precio. ‘Calidad’ no es un adjetivo ornamental, es una estrategia que vertebra innovación, seguridad, sostenibilidad, talento y gobernanza a lo largo de toda la cadena de valor. España aspira a consolidar su liderazgo en nichos de alto valor —desde ferris rápidos y oceanográficos hasta eólica marina y servicios portuarios de referencia— y para ello se apuesta por una calidad certificada por entidades independientes a través de estándares industriales nacionales e internacionales (UNE, ISO…), ampliamente implantados en los astilleros españoles y reflejo de la excelencia a la que aspira el sector. Excelencia que se alcanza gracias a evitar la tentación de reducir la calidad a certificaciones o a controles a pie de muelle. Algo que es comprensible, pero insuficiente.
La calidad que compite es sistémica: alinea a astilleros, industria auxiliar, suministradores de equipos, armadores, puertos, universidades y centros de investigación bajo objetivos medibles y compartidos. Esa coordinación es la que permite a los astilleros especializarse en buques tecnológicamente complejos y de alto margen; a los puertos mantener tiempos de escala sobresalientes; a los armadores operar flotas más seguras, eficientes y descarbonizadas, y a la academia producir talento y soluciones transferibles.
Ahora bien, sostener este modelo no está exento de retos. La escasez de talento cualificado, la necesidad de capacitar profesionales en competencias digitales o la modernización de infraestructuras son algunos de los desafíos que requieren nuestra atención inmediata.
La evidencia reciente en España y en la UE apunta que los ecosistemas que estandarizan procesos de calidad total (desde diseño concurrente y soldadura avanzada hasta commissioning digital y mantenimiento predictivo) obtienen mejores plazos, menos retrabajo y mayor fiabilidad. En el entorno regulatorio actual —ETS marítimo, FuelEU Maritime, zonas ECA y OPS en puertos— esa fiabilidad reduce riesgos, volatilidad de costes y penalizaciones, y, por tanto, se convierte en ventaja competitiva.
Lo cierto es que España cuenta con una red de astilleros privados que ha demostrado que competir en el escenario internacional desde la innovación y la calidad es posible. En un mercado globalizado y altamente exigente, el modelo español se presenta como una vía sostenible, rentable y alineada con los objetivos europeos de transición ecológica y digital.
Los datos y tendencias confirman que la construcción naval del futuro dependerá de la especialización tecnológica y de la apuesta firme por la calidad. Los astilleros españoles ya han tomado ese camino: están en marcha, con resultados tangibles, pero conscientes de que el éxito dependerá de un triángulo inseparable —innovación, talento y sostenibilidad—.
















