Hijos del arsénico
Paula Llull19/09/2014
La intoxicación por arsénico no es algo habitual en nuestro país, pero no por ello deja de ser un problema serio para aquellos que lo padecen y sus allegados. Como muchos otros metales pesados, el arsénico es invisible, incoloro e imperceptible. Imperceptible hasta que las manchas en la piel no dejan de aparecer día tras día, y las articulaciones están tan hinchadas que bloquean la movilidad de brazos y piernas.
El arsénico es un veneno que va matándonos lentamente, hallado normalmente en el agua de los pozos y aire de las minas, siendo además uno de los elementos más abundantes en la corteza terrestre. Un contacto continuado con nuestro organismo (por vías respiratorias o por ingesta de alimentos o bebidas contaminadas) nos mataría lentamente.
Para muchos de nosotros, la principal y única exposición que tenemos a esta silenciosa arma es a través de pequeñas cantidades halladas en carne o pescado; exposición por la cual no se corre ningún riesgo. Pero no en todos los lugares del mundo es así, y como siempre los países en desarrollo son los que sufren las consecuencias del olvido y la falta de prevención.
La contaminación por arsénico se ha dado de distintas formas y en distintos lugares. Uno de los casos más destacados de contaminación masiva desde los años 70 se da en el continente americano, concretamente en las minas de Chile. Camuflado en el aire, el arsénico iba adentrándose poco a poco en el sistema respiratorio de los trabajadores dejándoles únicamente un sabor a metal en la boca durante su jornada.
Imagen de ecoportal.net
Fue en la época de los 90 cuando se llevaron a cabo los primeros estudios sobre la incidencia de cáncer de vejiga, pulmón y piel en las personas que trabajaban en las minas del norte de Chile o vivían en poblaciones cercanas, sacando a la luz unos datos escalofriantes: En veinte años, la tasa de mortalidad a causa de estas enfermedades se había duplicado (pasando del 3% al 6% de la población). Este aumento se mantuvo incluso después de normalizar los niveles de arsénico por parte de las autoridades, evidenciando sus ya conocidos efectos a muy largo plazo.
Casos similares han ocurrido también en otros lugares del mundo. Por ejemplo, a partir de los años 70, en Bangladesh se impulsaron campañas para que la gente se acostumbrara a beber agua de los pozos, ignorando que estaban siendo envenenados. Fue también al cabo de veinte años cuando la población empezó a desarrollar cáncer e infecciones cutáneas antes inexistentes lo que llevó a las autoridades médicas a investigar: y se dieron de bruces con los metales pesados. Los últimos datos extraídos en 2008 apuntan que más de 20 millones de personas han podido contaminarse por beber agua con arsénico.
La actividad minera representa una de las principales actividades comerciales y laborales de Chile y muchos otros países, así como también el suministro de agua directamente de los pozos. Como decimos, los países en desarrollo son los más susceptibles de padecer este tipo de enfermedades, inexistentes en otros lugares, ya no solo por la presencia de metales en las zonas volcánicas, sino por la ignorancia sistemática que reciben por parte de las autoridades sanitarias y humanitarias.
El arsénico es un veneno que va matándonos lentamente, hallado normalmente en el agua de los pozos y aire de las minas, siendo además uno de los elementos más abundantes en la corteza terrestre. Un contacto continuado con nuestro organismo (por vías respiratorias o por ingesta de alimentos o bebidas contaminadas) nos mataría lentamente.
Para muchos de nosotros, la principal y única exposición que tenemos a esta silenciosa arma es a través de pequeñas cantidades halladas en carne o pescado; exposición por la cual no se corre ningún riesgo. Pero no en todos los lugares del mundo es así, y como siempre los países en desarrollo son los que sufren las consecuencias del olvido y la falta de prevención.
La contaminación por arsénico se ha dado de distintas formas y en distintos lugares. Uno de los casos más destacados de contaminación masiva desde los años 70 se da en el continente americano, concretamente en las minas de Chile. Camuflado en el aire, el arsénico iba adentrándose poco a poco en el sistema respiratorio de los trabajadores dejándoles únicamente un sabor a metal en la boca durante su jornada.
Imagen de ecoportal.net
Fue en la época de los 90 cuando se llevaron a cabo los primeros estudios sobre la incidencia de cáncer de vejiga, pulmón y piel en las personas que trabajaban en las minas del norte de Chile o vivían en poblaciones cercanas, sacando a la luz unos datos escalofriantes: En veinte años, la tasa de mortalidad a causa de estas enfermedades se había duplicado (pasando del 3% al 6% de la población). Este aumento se mantuvo incluso después de normalizar los niveles de arsénico por parte de las autoridades, evidenciando sus ya conocidos efectos a muy largo plazo.
Casos similares han ocurrido también en otros lugares del mundo. Por ejemplo, a partir de los años 70, en Bangladesh se impulsaron campañas para que la gente se acostumbrara a beber agua de los pozos, ignorando que estaban siendo envenenados. Fue también al cabo de veinte años cuando la población empezó a desarrollar cáncer e infecciones cutáneas antes inexistentes lo que llevó a las autoridades médicas a investigar: y se dieron de bruces con los metales pesados. Los últimos datos extraídos en 2008 apuntan que más de 20 millones de personas han podido contaminarse por beber agua con arsénico.
La actividad minera representa una de las principales actividades comerciales y laborales de Chile y muchos otros países, así como también el suministro de agua directamente de los pozos. Como decimos, los países en desarrollo son los más susceptibles de padecer este tipo de enfermedades, inexistentes en otros lugares, ya no solo por la presencia de metales en las zonas volcánicas, sino por la ignorancia sistemática que reciben por parte de las autoridades sanitarias y humanitarias.