Diamantes de sangre
Se llaman diamantes de sangre por qué han sido obtenidos en una zona de guerra, mediante el uso de personas –muchos de ellos niños- en una explotación minera financiada por empresas multinacionales y/o gobiernos locales donde se trabaja en condiciones de semiesclavitud.
Las atrocidades cometidas en la Guerra Civil de Sierra Leona para obligar a sacar estos minerales les dieron este nombre, al entenderse que el derramamiento de sangre de unas 120.000 personas fue provocado por estas explotaciones y por las luchas del poder para hacerse con dichos minerales.
Los diamantes de sangre, cuyo contrabando financió las guerras civiles de Angola, Sierra Leona y Liberia en los 90 inspiraron el Proceso de Kimberley.
Pero no solo los diamantes se tiñen de rojo. En la República Democrática del Congo, los niños son explotados en minas de coltán, mineral utilizado para la fabricación de ordenadores, teléfonos móviles y cualquier tipo de dispositivo electrónico. La dependencia que existe en el primer mundo de esos minerales lleva a la explotación del continente africano por empresas multinacionales que en última instancia financian gobiernos o guerrillas y grupos terroristas, y provocan guerras y conflictos constantes.
Los niños son los únicos que caben
Las víctimas que se han cobrado las explotaciones se cifran en 5 millones de personas según la ONU, y muchos de ellos son niños de entre siete y diez años, y a los que se les “paga” con 25 céntimos de euro al día. Según se publica en los medios generalistas, cada kilo de coltán que se extrae le cuesta la vida a dos niños. El coltán lo extraen niños porque se encuentra en yacimientos a muy baja profundidad, y con sus pequeños cuerpos son los que caben mejor por los recovecos.
Minas
El 7% de los niños del mundo trabajan actualmente. El 50% de estos, lo hace en condiciones de peligro. Esos porcentajes traducidos a cifras absolutas resultan, si cabe, todavía más estremecedores: De los 2200 millones de niños que hay en el mundo, 180 millones trabajan, y 85 millones lo hacen desarrollando trabajos peligrosos.
Según datos de la ONG Global Humanitaria, Asia y el Pacífico son las regiones con mayor número de niños trabajadores: 78 millones. Y la que tiene mayor proporción de niños trabajando es África subsahariana, con más del 21%.
Primeros pasos para detener la explotación
El pasado mayo, el Parlamento Europeo en Estrasburgo votó por la justicia. Votó a favor del comercio responsable de minerales en la UE. Hasta el momento, la legislación se centraba en la autocertificación voluntaria de las empresas, pero parece que el rumbo ha cambiado.
Se aprobó una enmienda en dicho texto por la que se obliga a todas las empresas de la cadena de producción a identificar de dónde provienen los materiales que comercian, lo que afecta a 800.000 compañías europeas. Aun así, éste es solo el principio de un largo camino para la erradicación de la esclavitud y la explotación infantil.
Hoy queríamos mirar más allá de nuestras narices. Más allá de nuestras oficinas, que aunque por supuesto también merecen nuestra atención, no conviene olvidar qué hay más allá de nuestras sillas incómodas o nuestro síndrome del Túnel Carpiano. Más allá hay extremos, más allá hay esclavitud, explotación, trabajo infantil e injusticias a diario.
No nos olvidamos. La prevención es internacional.