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Uso de plantas productoras de feromonas para el control de plagas

Redacción ProfesionalesHoy22/03/2022
Control de plagas
Control de plagas

A no ser que seas un abogado samoano, las drogas y el sexo forman un cóctel difícil de digerir por muy equívoca que pueda ser la viagra. Parece algo claro a primeras, pero si lo piensas con profundidad, te asaltan las dudas. ¿No iba esto de excesos, Scorsese? Y es que los excesos normalmente, realmente, están teñidos desde el principio de cierto dramatismo, y cuando se juntan drogas y sexo el tinte está mezclado con lo patético.

Y si lo patético cómico es una bendición absoluta —gracias Waititi por enseñar esto al mundo— , lo patético dramático conforma un traje ceñido de vergüenza pegajosa. Y esa sensación es la que experimentamos al acompañar a Dirk Diggler por su travesía por el mundo del porno en Boogie Nights, de Paul Thomas Anderson, y de forma indirecta, aunque más acusada, al leer a Hunter S. Thompson o verle interpretado por Johnny Depp en Miedo y asco en Las Vegas, de Terry Gilliam. A Burroughs vale con solo nombrarle, tampoco es necesario caer en lo escatológico.

Julio se levanta de la cama sudoroso, algo excitado. Tiene el regusto de un sueño húmedo. Siente el roce de las sábanas, pero no es lo mismo: hace ya mucho de la última vez. El frescor del rocío no basta para calmarse, como tampoco repasar las tareas del día. Un desfile de imágenes, fantasías y deseos pasa por su cabeza mientras va volando al trabajo ̶—otra vez llega tarde —, y su mirada no puede evitar entretenerse con las diminutas, magnéticas y sensuales bellezas que, como luciérnagas, brillan a su alrededor.

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Porque las reglas no se cumplen si eres un abogado samoano. A la izda., el periodista Gonzo Hunter S. Thompson. A la dcha., su abogado, Oscar Zeta Acosta. Crédito: Random House.

De pequeño Julio soñaba con volar junto a las estrellas y, en un instante, las luciérnagas se vuelven cálidos soles donde vaciar sus fuerzas. Al final de la rambla, los soles vuelven a ser luciérnagas, y al chocar fortuitamente con una negra rosa, Julio llega a una determinación: Tinder. Y después de un duro día de trabajo, vestido con sus mejores galas, Julio se abre una cuenta y lanza en las corrientes del viento electrónico una llamada agónica de galantería y necesidad. Julio espera en su nidito del amor ̶—o así lo llama en secreto ̶— una respuesta a su grito silencioso. Al principio es selectivo escogiendo perfiles, pero los sueños húmedos actúan como demonios y la angustia cada vez es mayor. Así que pronto cambia de estrategia y sus disparos con fusil se convierten en obuses. Pronto Julio dejará de ir a trabajar —o le entra la comida, dice ̶—.

Una mañana se verá reflejado en una cristalina gota de agua y sus ojos solo encontrarán un asqueroso gusano. Poco a poco, Julio dejará de aletear y aletargado, cansado de que la vida no se ajuste apenas a lo que uno espera de ella, se abandonará. Quizá su último pensamiento sea: “dichoso tabaco”.

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Julio podría haber sido una de estas. Cópula de chinches de las malvas (Pyrrhocoris apterus). Crédito: C. Pradera.

Dichosa Nicotiana

Dichoso es, quizá, el mejor adjetivo posible para acompañar la palabra tabaco. Sustantivo y adjetivo comparten algo que los hace prácticamente únicos: pueden designar algo bueno y algo malo. “Dichosos los bienaventurados” es una frase equívoca en función de si la susurra un cura de pueblo en una gran ciudad al ver a un pobre cojo pidiendo limosna o si la exclama un satánico a punto de acuchillar en el ascensor a su vecino, también cura.

Y así “tabaco” es un concepto abstruso en función de si lees en una cajetilla “fumar puede reducir el flujo sanguíneo y provoca impotencia” o de si en un laboratorio escuchas “hoy día largo, voy a hacer una transitoria en tabaco”. Y es que el tabaco (Nicotiana benthamiana y N. tabacum) es un organismo modelo en investigación, o mejor, una herramienta de investigación. Y es que Julio era una mosca.

Que el tabaco sea sexy también puede ser un concepto equívoco. No dudo que lo sexy que le queda el cigarrillo a Humphrey Bogart en Casablanca haya llevado a algunos a fumar, pero que el tabaco sea sexy también puede referirse a los intentos de algunos laboratorios de generar plantas de tabaco productoras de feromonas sexuales, originalmente llamadas Sexy Plants o SxP.

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Que el tabaco sea sexy aquí no es un concepto equívoco. Casablanca (1942). Crédito: Warner Bros.

Las feromonas son sustancias químicas, normalmente volátiles, que se secretan para inducir comportamientos específicos en otros individuos. Pueden ser, entre otras, señales de alerta, de rastro o de atracción. Usando el símil del Tinder, los machos y hembras de una especie pueden liberar feromonas al aire ̶—subir sus fotos e intereses a la red ̶— para atraer a un individuo al que posiblemente nunca se le ha visto “en directo”. Y resulta que ¡dichosas feromonas!, porque son una alternativa, nada novedosa pero muy válida, al también ambiguo mundo de los plaguicidas, ya que, a diferencia de los productos de amplio espectro, las feromonas son altamente específicas de especie y minimizan el impacto ambiental.

Las feromonas se han venido usando como plaguicidas de diferentes maneras, destacando las estrategias de atraer y matar, en las que las feromonas funcionan de cebos para trampas masivas con insecticidas; las estrategias de empujar y tirar, las cuales se basan en alejar a los insectos del cultivo a huéspedes alternativos; y las técnicas “cortarollos” ̶—nombre libre— o de disrupción del apareamiento, las cuales intentan eliminar o retrasar el apareamiento mediante el tratamiento con feromonas que provoquen pistas confusas o señales equívocas.

Si tú atufas el ambiente con una cantidad ingente de feromonas sexuales, lo más probable es que el macho no consiga llegar a la hembra, ya que siente a la hembra por todas partes. Todo son luciérnagas y soles para Julio, la mosca. Y al final lo más probable es que ante tanto equívoco acabe muriendo solo, sin descendencia.

Como decía, la idea no es nueva, y es que el mercado ya mueve unos dos mil millones de dólares en feromonas. El problema es que son muy caras y complejas de producir por síntesis química, además de contaminante. Y es así como algunos grupos intentan introducir la síntesis de feromonas en sistemas biológicos. En concreto, en plantas. Y la mejor planta para producir compuestos por su gran biomasa foliar y fácil manipulación, como ya ocurrió con el fármaco contra el ébola, es el tabaco, cuyo cultivo industrial es además fácil de escalar y de bajo coste.

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Y aquí tampoco… Tuca & Bertie (2019). Crédito: Netflix.

Pequeño pero matón, qué película más mala

Entre varios intentos de conseguir plantas sexys de tabaco destaca uno llevado a cabo en España, en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de Valencia. En este intento introdujeron en tabaco un gen procedente del gusano de la naranja navel, un segundo de la oruga de la col y un último gen de planta del arbusto Euonymus alatus o huso con alas, para conseguir plantas con la ruta de biosíntesis de ciertos componentes de las feromonas de casi trescientas especies de lepidópteros.

Sin embargo, muy frecuentemente en biología molecular, cuando tú introduces una nueva ruta de síntesis de un producto que por lo general no se produce en el organismo de trabajo ocurren efectos no deseados —y por eso la biología molecular y la cocina no se parecen tanto, “un poquito de esto por aquí, otro poquito por acá” —, lo cual se conoce en el campo como pleiotropía o efectos pleiotrópicos.

Primero, cuando tú metes mucho de algo en un organismo, lo más probable es que este lo rebaje. Como un Ferrari en una carretera de 90, la planta no debe expresar más de cierto nivel del gen, aunque esté configurado para expresarse mucho más. Y es que la propia planta reducirá la expresión por un mecanismo de silenciamiento génico que apaga la transgénesis.

Y si el investigador evita esto, están los problemas del balance energético y de la toxicidad. Por un lado y poniendo otro símil —este le titularemos como “antes sencillo que muerto”, aunque no suene tan bien como lo contrario— , un niño que pase toda su infancia enfermo gastará muchos recursos en luchar por recuperarse, y parte de sus recursos energéticos que iban destinados a su crecimiento se derivarán a la enfermedad. Así que, llevando el ejemplo a extremo, a más enfermo más bajito.

Y, por otro lado, parte de los productos que componen las feromonas son alcoholes, productos tóxicos para todos los organismos vivos al causar estrés oxidativo. En conclusión, queremos plantas que produzcan mucho producto parcialmente tóxico. Y así no es de extrañar, entonces, que tras generar tabacos que sobreexpresaban enzimas de síntesis de feromonas los investigadores obtuvieran plantas enanas (desbalance energético, toxicidad) con una baja producción (silenciamiento).

Y aunque finalmente obtuvieron una planta con un efecto negativo sobre el crecimiento menos pronunciado, debido a que era capaz de convertir parte de los alcoholes a acetatos y, con ello, reducir su toxicidad, esta línea seguía presentando grandes alteraciones con respecto a su homólogo sin alterar: forma de repollo, peciolos cortos y curvados, y síntomas de senescencia acelerados, con un amarilleo prematuro y pronta muerte tras la formación de frutos.

Además de que su producción total de compuestos relacionados con las feromonas tampoco era para tirar cohetes, debido sobre todo a que la emisión está relacionada con la biomasa de la planta, y recordemos que tanto las líneas anteriores como esta son, en distinto grado, plantas enanas. Según sus cálculos, con esta última línea, para romper el apareamiento de los lepidópteros de una hectárea, se necesitarían entre mil y veinticinco mil kilogramos de tabaco, una cantidad desproporcionada.

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En las dos columnas de la izquierda se muestran los efectos de la acumulación de feromonas en plantas de tabaco en comparación a una planta silvestre (columna de la derecha). Crédito: BioDesign Research, Volume 2021, Article ID 9891082.

Cuestión de ovarios

Aunque lo parezca, esto no es un fracaso. La ciencia avanza despacio y este trabajo de momento dice: es posible. Difícil optimizar, sí, pero se pueden conseguir plantas que producen feromonas de insectos. ¿Cuál es entonces el margen de mejora? Sabemos que cuanta más biomasa (cuanto más grande es la planta), más feromonas se emiten; que se emite más cuanta más feromona se produzca; que cuanta más feromona se produzca, hay menos biomasa (más pequeña la planta); que cuanto más queso, menos queso. ¿Cómo entonces romper la paradoja del Gruyere?

En teoría, desacoplando producción de feromonas con crecimiento. Y esto sería posible, aunque difícil, si se expresan los genes de síntesis de feromonas bajo el control inducible de un producto que además ha de ser ecofriendly. Y esto es difícil porque la tecnología de inducción de genes “a la carta” existe, pero normalmente los productos que funcionan no son demasiado “amables”. El ejemplo clásico, de hecho, es la inducibilidad por estradiol, esa hormona que se produce en los óvulos y regula el ciclo menstrual y el desarrollo sexual. Y tampoco es cuestión de tener a los insectos y a los agricultores locos. Texto: Gerardo Carrera.

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Crédito: New Line Cinema.

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