Poda artística: técnica, sensibilidad y legado vegetal
Fernando Pozuelo, fundador y CEO de Fernando Pozuelo Unique Landscapes
05/09/2025
La poda es mucho más que una técnica hortícola: es una herramienta de diálogo entre el ser humano y la naturaleza. Desde la tradición topiaria romana hasta la espiritualidad japonesa del bonsái, el arte de podar revela cómo cultivamos no solo plantas, sino también equilibrio, memoria y belleza. En este artículo, el paisajista Fernando Pozuelo comparte su visión humanista del jardín, donde cada corte expresa una intención y el ser humano toma la palabra en el lenguaje de la naturaleza.
La poda no es simplemente cortar ramas. La poda es una forma de hablar con la naturaleza. Cada técnica, cada corte, cada forma que se moldea, lleva un mensaje implícito. Podar es componer versos en el paisaje, esculpir espacios que reflejan el alma del lugar y de quien lo habita. Desde una mirada humanista, podar es un acto profundamente simbólico y estético. Es el espacio donde convergen el arte, la técnica y yo diría también, la espiritualidad.
A lo largo de la historia, el ser humano ha desarrollado diversos estilos y técnicas para que el simple hecho de ‘cortar o quitar las ramas superfluas de las plantas para que después se desarrollen con más vigor’ vaya mucho más allá de lo funcional. En mi experiencia, podemos agruparlos en seis grandes enfoques que no solo responden a necesidades prácticas o estéticas, sino que reflejan una evolución cultural, filosófica y emocional de la relación entre el hombre y la naturaleza.
1. La poda topiaria: origen, nobleza y geometría del poder
Los jardines romanos y, más tarde, los claustros medievales, son el punto de partida del arte topiario. En estos espacios cerrados, el hombre trazaba el orden en medio del caos natural. El jardín de cuatro cuadrantes, símbolo del Edén, era también símbolo de dominio: lo vegetal era moldeado al servicio de una visión elevada del mundo.
Con el Renacimiento y el Barroco, la topiaria se perfecciona como lenguaje del poder. Le Nôtre en Versalles, por ejemplo, no solo diseñó jardines, sino una escenografía política. Hoy, la poda topiaria sigue vigente como signo de elegancia, orden y permanencia. En los jardines de lujo que proyectamos, la geometría puede ser una herramienta que estructura, da solemnidad y transmite sofisticación.
2. Poda de formación: equilibrio entre lo que somos y lo que seremos
La poda de formación tiene un fuerte arraigo en Europa, pero su filosofía está profundamente ligada al paisajismo oriental, especialmente al japonés. En esta técnica no se impone una forma, sino que se acompaña al árbol hacia su plenitud. Se busca un equilibrio entre el volumen y el vacío, entre la forma y el espacio que la rodea. Es, por tanto, una metáfora del crecimiento humano: guiamos sin forzar, moldeamos con paciencia, escuchamos el ritmo de la vida.
En jardines como el de Ritsurin Kōen (Takamatsu, Japón), se expresa esta visión: árboles equilibrados como personas equilibradas. En mis proyectos, aplicamos esta técnica como una forma de generar armonía visual y psicológica. El jardín no solo se ve, se respira y se habita: también se interioriza.
3. Poda espiritual: contemplación, reverencia y silencio
En los jardines Shintō o Zen, la poda se convierte en un ritual. No es un acto técnico, sino casi litúrgico. Se poda el musgo, se acaricia el árbol con las tijeras. El jardín se convierte en templo, y el jardinero en sacerdote de la naturaleza.
En Occidente, esta idea está presente en los monasterios. El ciprés de Silos, los tejos podados con sobriedad, expresan la misma reverencia. En Vermiego (Asturias), el tejo milenario no ha sido podado, pero ha sido venerado. Y eso es también una forma de poda: el acto consciente de no intervenir.
Esta visión espiritual forma parte de nuestra filosofía del paisaje humanista. Los jardines no son solo espacios visuales; son lugares de introspección, de memoria, de conexión trascendente.
4. Poda utilitaria: la naturaleza al servicio del hombre… y viceversa
La poda agrícola es posiblemente la más extendida: viñedos, frutales, campos en espaldera. Pero incluso en lo funcional hay arte. En la Ribeira Sacra, la poda de los viñedos aterrazados transforma la ladera en un paisaje poético. En Asia, los arrozales escalonados de Bali o Tailandia expresan ese mismo equilibrio productivo y estético.
El potager francés es un ejemplo de esto llevado al refinamiento: hortalizas y flores conviven en un mismo diseño. Esta simbiosis entre belleza y productividad es algo que trasladamos con frecuencia a jardines contemporáneos con vocación de autoabastecimiento y diseño.
En el jardín de lujo, no está reñido lo útil con lo bello. Al contrario, su armonía refuerza la experiencia estética.
5. Poda expresiva: arte, libertad y paisaje en movimiento
La poda puede ser también un gesto libre, un acto artístico. En este sentido, el land art y la obra de paisajistas como Gilles Clément nos inspiran. En su libro El jardín en movimiento, Clément habla de podar lo espontáneo, de dejar crecer lo natural y, solo después, intervenir.
Esta poda es casi performativa. Se mezcla lo silvestre con lo cultivado, lo azaroso con lo racional. En nuestros jardines, esta técnica aparece en zonas de transición, donde el control se suaviza y se permite que la naturaleza dialogue de forma más espontánea con el diseño. La belleza del jardín está también en lo imperfecto, en lo cambiante, en lo inesperado. Como en la vida misma.
6. Poda de conservación: preservar el alma vegetal del tiempo
Todo jardín con historia necesita ser conservado. Ya sea el Real Jardín Botánico de Madrid o Kew Gardens en Londres, las técnicas de poda de conservación tienen una finalidad clara: mantener viva la memoria vegetal del lugar.
Es un trabajo meticuloso, documentado, casi arqueológico. Se respetan especies originales, formas centenarias, usos tradicionales. En España, proyectos como la restauración de los jardines del Palacio de Aranjuez, La Granja de San Ildefonso, La Alhambra o la Quinta del Duque del Arco en El Pardo, muestran cómo el jardín puede renacer sin perder su alma.
Esta conservación también se aplica a jardines privados con historia. Desde nuestro estudio, abordamos cada caso con un enfoque técnico y emocional, entendiendo que cada poda es una decisión ética y estética.
Poda y filosofía: dejar ir para dejar crecer
Hay una dimensión última de la poda que nos conecta con lo esencial: la poda como metáfora de vida. Podar es soltar, suprimir, dejar espacio para que lo nuevo nazca. En otoño, las plantas entran en latencia. Es una retirada sabia, necesaria. Luego llegará la primavera.
El Templo de Ryōan-ji, en Kioto, con sus trece rocas y su musgo podado al detalle, representa ese extremo de contemplación y atención. Allí, incluso el vacío tiene forma. Incluso el silencio se cuida. Ese nivel de detalle, de compromiso con lo invisible, es el que buscamos en cada proyecto paisajístico.
Además, es acto simbólico y técnico, puede representar también la renovación o los nuevos comienzos. En jardines que han permanecido mucho tiempo abandonados o descuidados, podar se convierte en una acción transformadora, similar al saneamiento o la restauración arquitectónica. Eliminar lo que sobra, retirar lo que creció sin control, es el primer paso para recuperar la armonía. En esos casos, permite hacer borrón y cuenta nueva, establecer nuevas bases y reiniciar el diálogo entre el ser humano y su entorno natural. Devuelve sentido y dirección. Es especialmente útil cuando el crecimiento caótico ha ocultado las líneas originales del diseño o ha suprimido zonas de paso, perspectiva o luz. De hecho, en nuestro estudio es habitual que la primera intervención en un jardín histórico o privado abandonado sea una poda que limpie y descubra el alma del espacio, para luego poder actuar con respeto, creatividad y visión de futuro.
En definitiva, podar es un acto de amor hacia la naturaleza. Desde mi perspectiva como creador de paisajes humanistas y jardines únicos, no es solo un conjunto de técnicas, sino una herramienta de consciencia, de presencia y de creación. Es la forma que tenemos los humanos de escribir nuestra historia en la piel verde del mundo.
Un jardín bien podado no solo crece, respira o produce: cuenta una historia. Y esa historia puede ser familiar, institucional, espiritual o artística. Lo importante es que haya intención, belleza y respeto.
Cada jardín es un legado. Y cada poda, un gesto de amor.


















