"Pensar en la iluminación demasiado tarde comporta el tener que rehacer planos del proyecto ejecutivo que han supuesto horas de trabajo"

Del mismo modo que un pintor pinta con pinturas, un arquitecto diseña con materiales. El diseño etéreo o inmaterial, por bello que sea, suele provocar quebraderos de cabeza. Pero, ¿qué ocurre cuando la iluminación no forma parte de esa paleta de materiales?

En la Escuela de Arquitectura los profesores de las asignaturas de Construcción nos insistían en construir desde los materiales, en incluir sus características morfológicas y estéticas y su comportamiento frente a los agentes externos en ingredientes básicos del proyecto arquitectónico. Nuestra tentación como estudiantes era la de empezar con celeridad a dibujar líneas en el espacio y a crear volúmenes y formas imaginarias, con sus aberturas, con sus voladizos, sus espacios diáfanos… y el “cómo se aguantará” o “cómo se construirá” venían mucho después.

Imagen de concurso para la iluminación de una oficina. Proyecto: X3 - TresOR Studio. Render: HUNICA.

Normalmente eso comportaba cantidad de problemas, los materiales se convertían en el mayor estorbo del proyecto: si no sé de entrada qué tipo de forjado voy a utilizar, posiblemente cuando después de diseñar el interior del edificio elija uno, exigirá un ritmo y un tamaño de pilares que no coincidirán con mi distribución pensada; o cuando elija un tipo de fachada (porque ¡Sí, los edificios sirven para proteger a los usuarios de las condiciones del exterior!) me daré cuenta que el grueso de muros que pensé no es adecuado, que no existe ningún sistema de paneles que se ajuste a las proporciones de mi fachada o a la distancia entre ventanas…

A media que pasan los años en la Escuela, sobre todo si tienes la suerte de que tu profesora o profesor de Proyectos se suma a la insistencia de los de Construcción, vas aprendiendo la lección, y descubres que si en un inicio piensas “por el tipo de clima del lugar lo más apropiado es que diseñe mi edificio con fachada ventilada con acabado pétreo y con un sistema de celosías fijas en las aberturas” o “como que el programa exige espacios de grandes luces creo que investigaré en forjados con placa Pi”, los propios materiales se ponen de tu lado y te ayudan a resolver dudas; desaparecen las “proporciones inciertas”. Te das cuenta de que las medidas de un plafón exterior de Omega-Zeta o la pieza de anclaje que lo sujeta a la hoja interior de la fachada terminan siendo elementos lógicos y a la vez bellos que conforman tu proyecto y te ayudan a componer un ritmo de ventanas, o que las placas Pi del techo de tu sala de actos se pueden alternar con unos estupendos lucernarios. Y ¡chan! Descubres el significado de la arquitectura.

Sin embargo, ¿ocurre lo mismo con la iluminación? Lamentablemente, la respuesta suele ser: ¡No!

A lo largo de mi vida, tanto estudiantil como profesional, son incontables las veces que he visto proyectos completamente terminados de diseñar y con detalles constructivos de nivel ejecutivo que, sin embargo, no dedican ni una página a los sistemas de iluminación. En el mejor de los casos esto se termina resolviendo posteriori con un sistema estándar (por ejemplo una malla de downlights de superficie) que, aunque aporta el nivel de luz que marca la normativa, es completamente ajeno a los materiales y la composición arquitectónica del edificio. No le aporta nada de valor, más bien causa el efecto contrario.

En el peor de los casos, pensar en la iluminación demasiado tarde comporta el tener que rehacer planos del proyecto ejecutivo que han supuesto horas de trabajo o incluso tener que perforar o desmantelar materiales recién puestos, si la obra está ya en marcha, porque resulta que hace falta pasar una regata que no se había previsto o porque las luminarias coinciden justo en una junta entre materiales. También existe la “no-solución” de “habría quedado bonito, pero ya no estamos a tiempo de hacerlo”.

El problema de base se encuentra, lamentablemente, en la universidad. A día de hoy en el Trabajo de final de Máster (antiguo Proyecto de Final de Carrera) de Arquitectura los planos de iluminación son optativos, no forman parte de las exigencias mínimas; como mucho se invita al alumno a pensar de forma superficial en la iluminación de un espacio representativo del proyecto, que ya es algo, pero en ningún caso se le alienta a llegar a un nivel más avanzado de investigación. Sin embargo, sí que es obligatorio plantear ¡y calcular! los sistemas de climatización y de producción de agua caliente, algo que también defiendo, pues considero que arquitectura sin eficiencia energética no es arquitectura.

Antes y después de un proyecto de arquitectura interior de una vivienda donde se recomendó poner luz únicamente donde se debía poner.

Existen dos errores de planteamiento. El primero, de nivel físico-técnico, es obviar por un lado que el sistema de iluminación influye en gran medida en el comportamiento y el ahorro energético del edificio y que existen multitud de sistemas de luminarias y sistemas dinámicos de control para adaptarse a cualquier realidad y reducir el consumo; y por otro lado que estos sistemas afectan también sobremanera al bienestar del usuario del espacio en función de las actividades que vaya desarrollar.

El segundo error, de nivel compositivo y conceptual, es no caer en cuenta de que la iluminación tanto natural como artificial condiciona absolutamente la apariencia de los edificios, que forma parte del lenguaje arquitectónico, que sin ésta los edificios no se ven.

Pensar en luz es pensar en reflejos, en ritmos, en directrices, en formas… y no solamente en números. En muchos casos el propio edificio o los propios materiales te están pidiendo cómo ser iluminados. Dos ejemplos reales en los que recientemente he hecho de consultor lumínico han sido el bar de un edificio público, que se desarrollaba en gran parte en un espacio en doble altura con forjado de bóvedas vistas de hormigón blanco y un distribuidor con las paredes recubiertas de material texturizado. En el primer caso se había planteado una iluminación a base de luminarias colgantes sobre las mesas y en el segundo una línea de downlights empotrados. Mi propuesta para el primer caso fue sustituir las luminarias colgantes por unos proyectores situados en el trozo de pared que separaba las dos alturas de techo, enfocados hacia el techo más alto. De esta manera se hacía a los materiales partícipes de la iluminación, convirtiendo las preciosas bóvedas de hormigón blanco en reflectores de la luz, a modo de grandes luminarias. Al mismo tiempo se dotó de más flexibilidad al espacio, ya que la posición de las mesas ya no estaría condicionada por la de las luminarias. Para el segundo caso la propuesta fue situar los downlights del centro del espacio por unos perfiles LED a ras de la pared para resaltar la textura de los materiales que la recubrían, y de nuevo crear una relación entre luz y arquitectura.

Considero que en el aspecto educativo de la iluminación dentro de la arquitectura se debería volver la vista atrás para aprender de los grandes maestros de la arquitectura de finales del Siglo XIX y primera mitad del Siglo XX, cuya pasión por la iluminación quedó reflejada tanto en sus obras como en las clases que impartían en sus respectivas Escuelas y Facultades.