TO2 - Tierras Porcino

SALUD 6 Figura 2. Reconocimiento de patógenos y señalización intracelular. Cuando un patógeno (virus en este caso) entra en contacto con una célula, los receptores de la inmunidad innata de tipo TLR reconocen algunos componentes de los patógenos (RNA o DNA), activando rutas de señalización que conllevan la producción de factores de transcripción (NF-κB e IRF7) que, a su vez, inducen la expresión de multitud de citoquinas inflamatorias y de interferón de tipo I (α y β), respectivamente. El IFN-β ejerce su acción de manera autocrina o paracrina dependiendo de la sensibilidad celular (presencia del receptor IFNAR), que se traduce en la expresión de una gran cantidad de proteínas antivirales como APOBEC3 o teterina. La capacidad de modificar y potenciar la actividad de este sistema data de tiempos inmemoriales en los que las epidemias de viruela o peste devastaban poblaciones humanas. Sin embargo, algunos individuos se recuperaban y otros no volvían a enfermar. Se tiene constancia de esta observación en la China del siglo XII, cuando se inoculaba deliberadamente a niños con pústulas de viruela procedentes de individuos enfermos, proceso que conocemos como “variolización”, protegiendo a los supervivientes. Posteriormente, esta práctica se convirtió en vacunación cuando Edward Jenner observó que los animales inoculados con material contaminado procedente de vacas con peste bovina sufrían una enfermedad más leve y permanecían protegidos, frente a exposiciones posteriores. Las estrategias de defensa que se han desarrollado en el marco de las infecciones contagiosas es muy variada y abarca desde la presencia de meras barreras físicas, a mecanismos moleculares minuciosamente regulados, en respuesta a la también gran variedad de patógenos que las causan. En general podemos afirmar que al menos existen dos líneas de defensa frente a la invasión microbiana: la inmunidad innata que comprende tanto las barreras físicas, celulares y biológicas que actúan de manera temprana y con un grado de especialización bajo; y la inmunidad adquirida que incluye la respuesta humoral y celular de gran especificidad. INMUNIDAD INNATA La inmunidad innata supone la primera línea de defensa y se basa en la existencia de barreas físicas, químicas y moleculares presentes en todas las células del organismo. Los patrones moleculares asociados a los diferentes grupos patógenos y que conocemos como PAMPs (pathogen-associated molecular patterns), dentro de los que podemos encontrar macroestructuras como el lipopolisacárido bacteriano, la manosilación de proteínas virales, diferentes tipos de material genético o metabolitos poco comunes en los mamíferos, son reconocidos por los receptores de reconocimiento de patógenos (PRRs). Estos PRRs incluyen detectores de diferentes macromoléculas asociadas a patógenos relacionadas con su presencia, invasión o replicación. El reconocimiento de los PAMPs deriva en una activación inmunitaria rápida. La conexión entre la respuesta innata y la adaptativa ocurre cuando células presentadoras de antígeno (CPAs) con capacidad fagocítica, reconocen a través de sus PRRs, los mencionados PAMPs. Esta interacción determina una activación subsiguiente en las propias CPAs que, tras procesar los antígenos de los patógenos, los presentan a los linfocitos en un ambiente adecuado. Así, el tipo de activación debido a la respuesta innata determina el tipo de respuesta adaptativa, un aspecto que debe considerarse en el diseño de vacunas (figura 2).

RkJQdWJsaXNoZXIy Njg1MjYx