CK28 - Tierras Caprino

GANADERÍA, CAMBIO CLIMÁTICO Y LA BRECHA RURAL editorial MANUEL SÁNCHEZ RODRÍGUEZ Doctor en Veterinaria. Profesor Titular de Producción Animal de la Universidad de Córdoba. n los últimos años, estamos asistiendo a la apertura de una brecha entre la sociedad urbana y la sociedad rural que resulta más evidente cada día en los países ricos y que pone en jaque la continuidad de actividades como la ganadería, si no se reconduce por el camino adecuado. Las formas de ver y entender el mundo que tienen ambas partes están cada vez más distanciadas, y el proceso se está agudizando con las culpas que la opinión general, claramente urbana, dirige hacia la actividad ganadera en relación con el cambio climático, que, unidas a la presión de los movimientos animalistas, están llevando a criminalizar a los ganaderos y a su sistema de vida. Como profesor de Producción Animal en Veterinaria, me sorprende que cada año sean más los alumnos que no consumen productos de origen animal, y piensen incluso que las prácticas ganaderas son directamente maltrato animal. No alcanzo a comprender como las nuevas generaciones de los países ricos ningunean la variedad y calidad de alimentos que tenemos a nuestra disposición, de gran valor nutritivo y a un precio asequible para toda la sociedad. Está claro que olvidan de dónde venimos, y sería necesario empezar a contrastar ese sentir con el de los millones de jóvenes que no han tenido la suerte de nacer en estas sociedades opulentas y todavía tienen que luchar contra el hambre y la desnutrición como una realidad cotidiana de la sociedad que les rodea. Son muchas las contradicciones y las críticas simplistas que hay detrás de esas posturas, como se ha podido ver en la reciente Cumbre del cambio climático celebrada en Madrid, alrededor de la que se han organizado numerosos actos y ‘contracumbres’. Una mención especial merece la reunión de representantes de comunidades de pueblos pastores organizada por la plataforma ‘Campo adentro’, frente a la que no faltaron las protestas y performances a las que nos tienen acostumbrados grupos animalistas y similares, que casualmente viven acomodados en grandes urbes del primer mundo. Tras las críticas recibidas, el representante de una comunidad pastoril africana replicó a los organizadores que no estaban dispuestos a tolerar que personas del mundo rico, con todas las facilidades que les brindan sus sociedades, cuestionaran la forma en la que muchos grupos como ellos intentan subsistir. Y esa es la realidad de fondo que subyace detrás de muchas de estas descali caciones de la ganadería como actividad cruel y contaminante. Son argumentos teñidos de la soberbia del mundo desarrollado y empujados por grupos de opinión que bene - cian a unos intereses económicos claros. No es casual que detrás de las hamburguesas veganas o de los creadores de la carne de laboratorio estén las grandes fortunas del planeta y las grandes compañías de siempre. Frente a esto, el mundo agrario debe reaccionar para desenmascarar tantas falacias y dejar claro cuál es el peso de la actividad agroganadera en la emisión de gases de efecto invernadero y cuál es su papel real e insustituible en la conservación del medio ambiente. La FAO adjudica a la actividad ganadera el 18% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, una cifra que vista así, sin más explicaciones, resulta llamativa. Pero no se está contando toda la verdad, porque en el cálculo de esas emisiones se suman todas las fases del proceso, desde la producción de alimentos para estos animales hasta el coste ambiental de su distribución. Se aplica, por tanto, un baremo muy amplio que después se reduce cuándo se calculan las emisiones, por ejemplo, del transporte, donde se mide la ‘huella’ de la energía que consume cada desplazamiento, pero no se tienen en cuenta otras emisiones como las del proceso de extracción de las materias primas para construir los automóviles, los trenes, los aviones...; o las emisiones de su fabricación, etc… Además, se olvida que el sector agropecuario, junto con el forestal, son los únicos que secuestran carbono en su desarrollo, neutralizando una parte de las emisiones que realizan y ofreciendo una ‘huella’ nal que en muchas explotaciones es incluso negativa. Resulta evidente, por tanto, que esas críticas que acosan a la ganadería son injustas y están mal planteadas. Y provienen además de una población urbana que olvida después medir el impacto ambiental de muchos gestos de su vida cotidiana: desde mandar un email o disfrutar de unas vacaciones, a la compra de productos que viajan miles de kilómetros… En de nitiva, parece claro que estamos ante una batalla crucial, con grandes intereses económicos detrás, frente a la que tenemos que dar la cara. Y animamos a seguir a quienes ya lo está haciendo: ganaderos jóvenes, técnicos, cientí cos…; a la vez que recordamos a todos los demás que éste es un gran reto, y todos tenemos que ayudar para desmontar el injusto estado de opinión que se intenta construir a nuestro alrededor. E

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