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El Pueblo de Colonización de Vegaviana (1956, Cáceres) de José Luis Fernández del Amo Moreno

En los últimos años, desde el mundo académico se ha hecho un esfuerzo por recuperar la memoria de una de las actuaciones más singulares de los primeros años del franquismo: los pueblos construidos por el Instituto Nacional de Colonización (INC). Una de las razones que hicieron despertar este interés es la existencia de un reportaje fotográfico de Joaquín del Palacio (Kindel) y, en concreto, de una célebre fotografía. En ella vemos una lavandera ante una lámina de agua en la que se refleja una arquitectura sorprendente, moderna y rural a la vez. Se trata del Pueblo de Colonización de Vegaviana, en Cáceres, del arquitecto José Luis Fernández del Amo.
Poblado de Colonización de Vegaviana. Foto: Joaquín del Palacios (Kindel) - Herederos de Kindel
Poblado de Colonización de Vegaviana. Foto: Joaquín del Palacios (Kindel) - Herederos de Kindel.

Al término de la Guerra Civil, en una España hambrienta y devastada, la lluvia no llegaba. La sequía que abarcó toda la década de 1940 es una de las más severas que se recuerdan. La productividad agrícola debía mejorar urgentemente para ayudar a paliar la hambruna; sin embargo, la situación del campo español, largamente abandonado y falto de infraestructuras (especialmente hídricas), era mísera. Por ende, este se vaciaba en un éxodo imparable hacia las grandes urbes del país.

El Régimen pronto entendió que el futuro se jugaría en las ciudades, pero también estaba en deuda con una España rural que había apoyado mayoritariamente el levantamiento de 1936. Teniendo en cuenta todas estas circunstancias, no es de extrañar que una de las primeras acciones del Régimen fuera poner en marcha un gran programa de desarrollo y modernización del mundo rural. Es así como nace, en 1939, el Instituto Nacional de Colonización, dependiente del Ministerio de Agricultura.

El INC, a través del Plan Nacional Transformación y Colonización, emprendió la ingente tarea de modernizar el campo español. Para ello, fue necesario crear las infraestructuras para resistir las épocas de sequía e implantar nuevas modalidades y técnicas agrícolas, más eficientes. Además, sería necesaria la construcción de nuevos asentamientos rurales, vinculados a programas de desarrollo local que promovían la repoblación y fijaban la población más allá de las grandes ciudades.

Vista aérea del pueblo de colonización de Vegaviana. Foto: Archivo José Luis Fernández del Amo
Vista aérea del pueblo de colonización de Vegaviana. Foto: Archivo José Luis Fernández del Amo.

En conjunto, este programa y otros que le siguieron, tuvieron un gran impacto territorial y unas consecuencias sociales, económicas y paisajísticas de gran calado en muchas provincias españolas. Desde el Instituto se construyeron más de 300 nuevos pueblos que alojaron, en un primer momento, a más de 55.000 familias. A los nuevos pobladores se les otorgaron viviendas y tierras en propiedad, siempre y cuando fueran aceptados como ‘válidos’ y cumplieran con las estrictas reglas morales que el Régimen imponía. Podemos encontrar ejemplos en un buen número de provincias españolas, si bien es cierto que, en muchos casos, la evolución natural de los espacios urbanos ha ido enmascarando la pureza y la coherencia del proyecto original, resultando a menudo irreconocible.

Los pueblos seguían un modelo normalizado: siempre tenían como punto central y referencial la iglesia, acompañada de una plaza central o un centro cívico, que era el escenario de la vida comunitaria. Las viviendas unifamiliares reinterpretaban la arquitectura vernácula en clave de modernidad e incorporaban servicios como baños y retretes propios, algo extraordinario en la empobrecida España rural.

Grandes arquitectos de la modernidad española, como Alejandro de La Sota, dejaron magníficas obras en las que asumieron el diseño de hasta el más mínimo de los detalles e introdujeron el racionalismo en un contexto y un programa poco habituales en la Europa del momento. Numerosos pueblos como Miraelrío, Poblenou del Delta, Esquivel, Entrerríos o Villalba de Calatrava dan buena cuenta de ello y conservan, aún hoy, su encanto.

El ‘redescubrimiento’ de los pueblos de colonización va unido a la revaloración de un arquitecto poco conocido y que firmó algunos de los pueblos más bellos (Vegaviana entre ellos), se trata de José Luis Fernández del Amo.

Fernández del Amo contribuyó a la reconstrucción de localidades y edificios que habían sido dañados durante la Guerra Civil, entrando en contacto con la arquitectura popular del Sur peninsular, por ejemplo, de los pueblos blancos de las Alpujarras. En Almería construyó el barrio de la Chanca que, años más tarde, recibiría la atención de fotógrafos y escritores, como Juan Goytisolo, por su compleja realidad social.

Instantáneas de las viviendas de colonos. Foto: Luis Argüelles/Fundación Docomomo Ibérico

Instantáneas de las viviendas de colonos. Foto: Luis Argüelles/Fundación Docomomo Ibérico.

Como arquitecto del INC recibió el encargo de construir varios pueblos. En el noroeste de Extremadura, cerca de Moraleja, nacería Vegaviana, un poblado para 2.000 personas. Está situado en un enclave que mutó su paisaje de encinas por el regadío, gracias al nuevo embalse del Borbollón. En la ribera del arroyo Tinajas, en un terreno llano con suave pendiente, del Amo construye 232 viviendas de colonos y sus dependencias agrícolas, 60 viviendas de obreros, Ayuntamiento, edificio social, artesanías y comercio con sus viviendas, posada y bar, escuelas, viviendas para maestros, iglesia con local de Acción Católica y casa rectoral, hermandad sindical y cooperativa.

Iglesia de Vegaviana. Foto: Luis Argüelles/Fundación Docomomo Ibérico
Iglesia de Vegaviana. Foto: Luis Argüelles/Fundación Docomomo Ibérico.

En Vegaviana, la sensibilidad del arquitecto con el lugar se expresa en todas las escalas del proyecto: nace de una delicada relación entre arquitectura y paisaje, en el enclave de un encinar que no desaparece, sino que convive con el proyecto, mezclándose con las viviendas blancas. Las calles del pueblo se extienden hacia el paisaje, en sendas que llevan hacia las parcelas de labor.

En la arquitectura se busca la síntesis de lo moderno y lo vernáculo y se experimenta con la integración de los códigos de la arquitectura popular y los que son propios de la arquitectura moderna. A través de volúmenes puros combinados con formas arquetípicas se evoca el imaginario de lo rural, dando pie a unas arquitecturas de interesantes resultados plásticos y de gran profundidad simbólica. Siempre en contacto con las vanguardias artísticas, Fernández del Amo invitó a numerosos artistas a integrar sus obras en la arquitectura de los poblados, en particular en sus iglesias.

Dependencias agrícolas. Foto: Luis Argüelles/Fundación Docomomo Ibérico
Dependencias agrícolas. Foto: Luis Argüelles/Fundación Docomomo Ibérico.

Hoy se reconoce unánimemente la gran calidad y la belleza poética de estas delicadas obras, casi secretas, que pueblan el campo español. El mismo Fernández del Amo proyectó hasta ocho de ellas, pero quizá sea Vegaviana la que mejor refleja la profunda investigación del arquitecto alrededor de la luz, la expresividad y el significado de las formas arquitectónicas y la capacidad de capturar e incorporar la belleza del paisaje.

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