La salud pulmonar, en riesgo
Redacción Protección Laboral10/06/2015
La mayoría de los trabajadores goza de buena salud, hecho al que no dan la importancia que tiene. Sólo empezamos a valorar la salud cuando flaquea. En el ámbito preventivo, sabemos que prima la actuación precoz. Por este motivo llamaremos la atención sobre el supino menosprecio que estamos observando ante el repunte de las enfermedades pulmonares de origen respiratorio. Menudean informes por doquier que advierten de la situación. La EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) es una realidad incuestionable. En España, afecta a un 15% de los hombres y casi un 6% de las mujeres en la horquilla de edad 40-80 años. Situada en el puesto número 4 de la clasificación de ‘liquidadores’, la enfermedad pulmonar se cobra la vida de unas 18.000 personas cada año (España). La cifra es de órdago: como si se estrellasen más de 100 aviones en un año. Sin embargo, seguimos impasibles, o –aún peor- los que deben pasar a la acción preventiva han enmudecido, argumentando, por lo general, que “no se puede propalar un alarmismo injustificado”.
Si no hubiera cundido la alarma en el pasado, es probable que hoy día algunos profesionales siguieran inhalando vapores de mercurio (y los siguiéramos tachando de ‘sonados’ en vez de considerarlos enfermos a causa de su trabajo), o respirando fibras de amianto a domicilio al hacer la colada de las prendas laborales del cabeza de familia.
Y aunque no es seguro que hayamos desterrado las dos lacras citadas (mercurio, amianto) como hace patente, a veces, la crónica de sucesos, observamos por toda nuestra geografía otros casos que, además de ser aún más flagrantes, forman parte de nuestro estilo de vida despreocupado, negligente… nada proclive al alarmismo ni tan siquiera a la prevención. Nos referimos a la legión de empleados de la construcción que levantan auténticas nubes de polvo silíceo en medio de la vía pública, y no llevan ni una triste mascarilla; además de contaminar a los transeúntes y residentes. Nos referimos a los agricultores que fumigan sus huertas a ‘cuerpo gentil’ para erradicar plagas, sin saber que, en realidad, se están erradicando a sí mismos al inhalar químicos nocivos porque no emplean protección respiratoria. En semejante contexto poli-tóxico nacional –que, parece, tenemos asumido-, a nadie se le escapa un grito de espanto cuando en la oficina se crea una atmósfera nociva a base de partículas ultra-finas (y ultra-respirables) de tóner por una incorrecta manipulación de los cartuchos. Aquí no pasa nada: todos gozamos de buena salud (oficialmente), hasta que nos detectan una EPOC.
Los síntomas de alarma –que no alarmismo- pueden ser tos persistente, falta de aire, que aumenta con la solicitación física; sibilancias (pitos) al respirar; disnea (dificultad para respirar con sensación de ahogo), etc…, aunque son síntomas inespecíficos, o comunes a muchas otras enfermedades.
¡Es mucho lo que podemos hacer antes de perder el aliento!
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Si no hubiera cundido la alarma en el pasado, es probable que hoy día algunos profesionales siguieran inhalando vapores de mercurio (y los siguiéramos tachando de ‘sonados’ en vez de considerarlos enfermos a causa de su trabajo), o respirando fibras de amianto a domicilio al hacer la colada de las prendas laborales del cabeza de familia.
Y aunque no es seguro que hayamos desterrado las dos lacras citadas (mercurio, amianto) como hace patente, a veces, la crónica de sucesos, observamos por toda nuestra geografía otros casos que, además de ser aún más flagrantes, forman parte de nuestro estilo de vida despreocupado, negligente… nada proclive al alarmismo ni tan siquiera a la prevención. Nos referimos a la legión de empleados de la construcción que levantan auténticas nubes de polvo silíceo en medio de la vía pública, y no llevan ni una triste mascarilla; además de contaminar a los transeúntes y residentes. Nos referimos a los agricultores que fumigan sus huertas a ‘cuerpo gentil’ para erradicar plagas, sin saber que, en realidad, se están erradicando a sí mismos al inhalar químicos nocivos porque no emplean protección respiratoria. En semejante contexto poli-tóxico nacional –que, parece, tenemos asumido-, a nadie se le escapa un grito de espanto cuando en la oficina se crea una atmósfera nociva a base de partículas ultra-finas (y ultra-respirables) de tóner por una incorrecta manipulación de los cartuchos. Aquí no pasa nada: todos gozamos de buena salud (oficialmente), hasta que nos detectan una EPOC.
Los síntomas de alarma –que no alarmismo- pueden ser tos persistente, falta de aire, que aumenta con la solicitación física; sibilancias (pitos) al respirar; disnea (dificultad para respirar con sensación de ahogo), etc…, aunque son síntomas inespecíficos, o comunes a muchas otras enfermedades.
¡Es mucho lo que podemos hacer antes de perder el aliento!
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