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Las soluciones deben guiarse por la prevención y control integrados, los ciclos de vida, y las alternativas basadas en la civilización

Gestión sostenible de los residuos

Fernando Gutiérrez Martín, Doctor en Ciencias Químicas, Catedrático de Ingeniería Química y Profesor de Tecnología Ambiental15/09/2005
La problemática de los residuos tiene que ver tanto con aspectos ambientales y de seguridad, como de conservación de recursos. Las soluciones deben guiarse por los tres paradigmas de la “sostenibilidad”: la prevención y control integrados, los ciclos de vida, y las alternativas basadas en la civilización; siguiendo un orden jerárquico donde las necesidades de los productos deben disminuirse, estos rediseñarse para limitar sus impactos de fabricación y uso, y los procesos optimizarse para minimizar esfuerzos de tratamiento y vertido. Pero lo cierto es que, siendo esta prioridad aceptada, sigue habiendo aún demasiados residuos tras los esfuerzos de prevención y de producción más limpia; por otra parte, algunos reclamos de "polución cero" pueden resultar engañosos al prometer una gestión y reciclado casi perfectos, sin tener en cuenta sus impactos de tratamiento concurrentes.
El análisis de ciclo de vida es una herramienta fundamental en la toma de decisiones, que cabe aplicar a los servicios “gestores de residuos” para evaluar las opciones de reciclado, incineración o vertido de un modo holístico; los estudios indican que esta jerarquía sigue siendo válida en la mayoría de casos: por ejemplo, la reducción de vertidos a cambio de una mayor recuperación es casi siempre positiva en cuanto a impactos ambientales, balance energético y económico, y ello se debe sobre todo a que el sistema de gestión elegido afecta a procesos externos (por ejemplo, mercado de energía y reciclados), que se hacen patentes con el método de ciclo de vida. Por otra parte, la relación entre políticas de residuos y energética es muy relevante en estos tiempos de lucha contra el cambio climático, donde los vertederos no solo emiten CO2 como la combustión, sino también metano de degradación orgánica, que es un gas más potente de efecto invernadero.

La incineración permite la oxidación de los residuos, de una forma teóricamente segura, gracias al diseño de los hornos (mezcla, temperatura, tiempo) y al tratamiento de humos (filtros, catalizador, etc). Los contaminantes potenciales son los metales, gases ácidos y combustiones incompletas, además de las cenizas, filtros usados y aguas de lavado. Las medidas correctivas abarcan la selección de los materiales incinerables, el control de la combustión y los efluentes.

Bajo consideraciones técnicas, la valorización energética de los residuos es una opción madura, aunque compleja, cara y peor que otras como la reducción en origen y la recuperación, en general, pero también por encima de la incineración simple y los tratamientos no destructivos generales como la inertización y el depósito, sobre todo si existen limitaciones a los vertederos –de espacio, geoambientales- que serían en todo caso el último resorte de la gestión de residuos.

El balance de la incineración es fundamentalmente negativo frente al reciclaje material, en la medida que no recupera la energía para la extracción de materias primas y fabricación, que hay que consumir de nuevo en el ciclo del producto (quemado como basura). Sin embargo, en el ámbito de la gestión integral de los residuos deben tratarse aquellos no evitables ni reciclables, de forma que la incineración sería tanto más apropiada para los remanentes del sistema, que por si sola alternativa al vertido en tierra (última opción, naturalmente, pues la descomposición de las basuras emite los mismos gases que la combustión teórica de la materia carbonada, además de metano, sin aprovechamiento energético, y contamina las aguas subterráneas por lixiviación).

En cambio, si los residuos permiten reemplazar al carbón o al petróleo como fuentes de energía, las alternativas de valorización favorecerían la lucha contra el cambio climático y otros impactos, aunque subsistirían todavía los problemas de los productos de combustión incompleta y las escorias (que requieren un tratamiento complejo).

Con estas premisas los siguientes aspectos resultan prioritarios: necesidad de los bienes, su longevidad y reciclabilidad (consumo responsable, envoltorios, etc), reducción drástica de contaminantes en los productos (evitando materiales en la mezcla como pilas, halogenados, etc), y quemar la menor cantidad de rechazos que hayan pasado la fase de clasificación y digestión.

Así, un sistema integral de gestión de residuos debe considerar las diferentes fracciones de la basura (reciclable, combustible y fermentable), separar en origen el vidrio, papel, metales, plásticos y nocivos, compostar o gasificar la fracción orgánica y valorizar energéticamente el resto, cuando resulte rentable. Pues ocurre que al funcionar eficazmente las opciones proactivas muchos hornos se quedarían sin “combustible” o tendrían que importarlo para seguir su negocio, desincentivando de alguna manera la prevención; por su parte, la separación previa favorecería la recuperación material, pero en este caso resultan críticas la logística y participación ciudadana (recogida selectiva), ya que las plantas de tratamiento en el propio vertedero presentan elevados costes tecnológicos y un menor rendimiento (a causa de la mezcla, ensuciamiento y deterioro).

Resulta prioritario: necesidad de los bienes, su longevidad y reciclabilidad, reducción drástica de contaminantes en los y quemar la menor cantidad de rechazos
Caso aparte son algunos residuos de alta potencia calorífica, y muy difíciles de evitar o reciclar (como lodos, neumáticos, aceites, etc), y ciertas instalaciones como centrales térmicas, siderurgias o cementeras, que permiten descomponer eficazmente los residuos, aprovechar su energía y retener productos de combustión. Los hornos de cemento han demostrado su eficacia co-incinerando residuos diversos y ahorrando combustibles, en un proceso tan imprescindible como intensivo en energía: sus grandes temperaturas y tiempos de residencia exceden los requerimientos destructivos de la mayoría de los compuestos, y los gases generados se enfrían y neutralizan por la cal presente, sin casi reducir la alcalinidad del producto; los análisis muestran que el modelo típico de emisión apenas varía con la sustitución parcial del combustible por residuos como harinas o caucho; la calidad del clinker no resulta afectada con un control óptimo de ambos procesos, y la ceniza queda inmovilizada en la matriz del cemento (inertización).

Debe recordarse, finalmente, que el mejor residuo es siempre el no producido, lo cual nos lleva a un análisis crítico de las soluciones actuales, las necesidades subyacentes y los modos en que estas son cubiertas (funciones alternativas, productos durables, limitar peso y embalajes, etc).

Los problemas ambientales son sistémicos, de modo que precisan de una aproximación sistemática, desde la descarga hasta los procesos de fabricación, y más allá, hasta el suministro y diseño de los productos, los ciclos de vida, el complejo productivo y aspectos institucionales de la civilización industrial. Elementos como la transparencia, asignación de costes y una reforma fiscal ecológica para diferenciar las actividades económicas e incentivar las de menor impacto, resultan fundamentales en un nuevo contexto sociotécnico orientado hacia la sostenibilidad.

Asimismo, el desarrollo sostenible requiere planteamientos “holísticos” -mas allá de una mera optimización de procesos o servicios- lo que hace necesario trabajar sobre problemas, pero también sobre necesidades y conceptos de acumulación. El consumismo tiende a verse como el resultado de preferencias individuales, aun siendo determinadas por el sistema socioproductivo y la tiranía de las pequeñas decisiones (que impiden percibir los efectos agregados).

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También se percibe que las desigualdades fomentan el consumo, por la voluntad de guardar las distancias, lo que genera dinámicas en espiral; y que las políticas dominantes juzgan buenas estas diferencias para fomentar el crecimiento justo por factores de posicionamiento lo cual nos conduce a una conclusión de gran alcance: la desigualdad es desfavorable a la vez para la equidad social y la sostenibilidad ecológica, y nos lleva a tener en cuenta la construcción social de las necesidades y otros procesos culturales como dimensiones del desarrollo sostenible.
El mejor residuo es siempre el no producido, lo cual nos lleva a un análisis crítico de las soluciones actuales, las necesidades subyacentes y los modos en que estas son cubiertas
Este requiere, al tiempo, de nuevas culturas de la eficiencia (tecnología) y la suficiencia (éticas del bienestar y el consumo), no ya solo dependientes de decisiones morales puramente individuales, sino también de una acción política orientada y un enorme esfuerzo democrático (pues las gentes de otros países y las generaciones futuras no votan); sin embargo, carecemos de una teoría ecologista del estado democrático y de criterios científicos para discernir lo superfluo de lo conveniente, lo que nos deja al término ante el reto de cultivar unas formas de sabiduría hoy poco frecuentes (con unos modos de vida notablemente más modestos y parsimoniosos que los experimentados por los ricos de nuestra civilización en el último siglo).

Dimensiones y conectividad medianas resultan condiciones favorables a la flexibilidad, y por ello a la capacidad adaptativa (que parece la única garantía frente a los errores evolutivos); la flexibilidad resultaría entonces un recurso precioso para la sostenibilidad, que dependerá del hecho de que se mantengan muchas variables en el punto medio de sus límites tolerables.

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