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Nuevas soluciones para cubrir nuevas necesidades

¿Quién teme a la RSC?

Anna Ros, experta en gestión de negocios y personas01/08/2005
Desde hace un tiempo, algunas décadas, la sensibilidad de la sociedad ante conceptos y dimensiones como la Responsabilidad Social Corporativa –en adelante RSC–, el desarrollo sostenible, la ética, los valores, la transparencia en la gestión, en definitiva, el cómo se hace lo que se hace, la relevancia de los contenidos y especialmente la preocupación por las formas, han ido evolucionando “in crescendo”….y no es por casualidad.
Ante los estados carenciales de diferentes orígenes, pongamos por ejemplo, de ciertas vitaminas, se suele recurrir a los complejos vitamínicos, eso sí, tras la correspondiente prescripción facultativa. Un estado carencial suele ser efecto de alguna causa determinada (a menudo de varias), que es altamente recomendable poder identificar, tratar y si es posible, controlar y prevenir. Siguiendo con este ejemplo básico, en nuestra sociedad nos encontramos en permanentes estados carenciales de diferentes grados de criticidad, y que se manifiestan de diferentes formas: nos ocuparemos en este breve escrito de la falta de confianza.

Nuestra sociedad actual vive instalada en una profunda crisis de confianza en los valores más tradicionales y también en las estructuras que sustentan la economía de un país: sus empresas y sus administraciones. Ante un hecho –síntoma– crisis de confianza, suelen desencadenarse unos efectos importantes: fractura social, inestabilidad, entre otros, y ello es debido a un escenario causal –hablar de una sola causa sería tan injusto como inadecuado, y ante tal situación debemos proceder a profundas reflexiones y análisis, y posteriormente al diseño de posibles soluciones: planes de acción.

Aunque cíclicamente se han producido crisis sonadas como las de origen bursátil del año 1929 en EEUU, entre tantas otras, el último bloque de desatinos empresariales parece habernos marcado para siempre: la ruptura de la burbuja tecnológica se erige en paradigma de fatalidad, y posteriores etapas sucesivas de escándalos en los que la contabilidad creativa, las malas praxis empresariales, la corrupción y los negocios desenfocados eran los protagonistas, exceso de confianza, “approach” nihilista en el que algunos se sentían por encima del bien y del mal…, provocan definitivamente la certeza de que algo debía cambiar en la manera de gestionar los negocios a partir de ese momento. Era necesario llamar a la atención de los empresarios y exigir nuevas responsabilidades, poner medida a sus acciones, paliar los efectos secundarios derivados de las mismas ante la sociedad y ante lo que se ha dado en llamar las “partes interesadas”.

Quiero señalar que aunque la terminología partes interesadas parece de nuevo cuño, hace referencia a colectivos que siempre han existido y que forman parte del engranaje empresarial y de su estructura relacional. Se trata de colectivos que han resultado gravemente perjudicados por la fractura generada. En este sentido, el nuevo término pretende enfatizar la importancia de su existencia y fomentar el sentido de responsabilidad que tiene la empresa ante ellos, es decir ante los propios empresarios, accionistas, directivos, empleados, clientes, proveedores, grupos de inversores, comunidades financieras, grupos sociales…en definitiva ante todos los entes de la sociedad: todos ellos pueden ser emisores y receptores, de las buenas o las malas prácticas, todos ellos son o pueden ser arte y parte, en diferentes fases de los procesos de interacción económico social, ya sea en el ámbito de las administraciones públicas y por supuesto en el empresarial.

La inseguridad asociada a la falta de credibilidad de la sociedad productiva y normativa, la extrema volatilidad, las estrategias que se han evidenciado efímeras, cortoplacistas, la falta de estrategia, o las estrategias altamente riesgosas e inconsistentes, dibujan un panorama en el que las citadas “partes interesadas” han de tomar medidas y ello significa retomar el control de la situación.

La reacción de la sociedad no es otra que generar “herramientas” que ayuden a “controlar” la situación. La sensibilidad, pues, hacia los temas de RSC no es más que un intento de aportar soluciones a las carencias que nos están condicionando y afectando al desarrollo sostenible de nuestra seguridad productiva justamente debido a la falta de responsabilidad evidenciada.

Hay también un factor evolutivo. La propia sociedad se torna con el tiempo más madura, curtida y exigente, percibiéndose de sus debilidades e intentando generar mecanismos tendentes a la paliación de los efectos secundarios no deseados.

Y es en este clima resacoso de tanta punto.com, que de la noche a la mañana crecía y posteriormente se desmoronaba, de tanta diversificación compulsiva para volver a redescubrir el “core business” (Vivendi…y tantos otros) de diferentes ingenierías e imposibles arquitecturas contables en los que muchos perdieron sus ahorros, amistades, su trabajo, e incluso su libertad, es en este clima pues, en el que la singladura en busca del norte no ha hecho más que empezar, bajo formas coma la de la RSC, y el desarrollo sostenible, como un compendio de buenas prácticas y modelos de gestión que han de ayudar a evitar la repetición de lo ya vivido y a garantizar un futuro estable y seguro capaz de generar y capturar la confianza de las citadas partes interesadas o “stakeholders”.

La dificultad de tangibilizar meta conceptos complejos como los de RSC, desarrollo sostenible, etc., es clara, hay que superar barreras y se requiere para ello un cierto esfuerzo por parte de todos. Un esfuerzo regulador, y de consenso ya que, en la actualidad, como en toda realidad emergente, existe una gran cantidad de terminología, a veces confusa y poco concreta, críptica, que intenta aclarar las cosas y no siempre lo consigue.

La triple cuenta de resultados, una necesidad

Estamos ante una realidad compleja, multifactorial que se impone como exigencia a las empresas (organizaciones) que pretenden competir en nuestra sociedad actual, también compleja, multifactorial.

En este sentido se exige a la empresa aportaciones en diferentes dimensiones. La primera, la de siempre, la económica, necesaria porque sin ella muere el proyecto, pero que ya no es suficiente (con la excusa de hacer dinero rápido y fácil, se crearon grandes proyectos que finalmente tras fracasar, sus repercusiones fueron devastadoras para todo su entorno).

Acompañando al resultado económico, enfatizamos otros ejes, el social y el medioambiental.

De ahí la triple cuenta de resultados: que evidencia resultados económicos-sociales-medioambientales.

Parece demostrado que las empresas que aportan valor a largo plazo son las que gozan de mayor reputación
Pero no se trata de cambiar la actividad de la empresa y dedicarse a hacer obras sociales y perder dinero, como algunos piensan, se trata de hacer lo mismo que antes, pero mejor, teniendo en cuenta, sin comprometer ni pervertir la rentabilidad necesaria para la perdurabilidad del negocio, los efectos e impactos que, con algunas buenas políticas, pueden generar mayor valor a empleados, accionistas, mejorar las relaciones con proveedores, clientes, preservar el medio ambiente, aportar valor, etc.

Se trata, pues, en la línea de la mejora continua y la autoexigencia asociada a la evolución hacia la optimización, de mejorar la eficiencia, reconquistando la credibilidad y la reputación: dos factores esenciales para competir ahora y en el futuro.

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Es necesario establecer un orden entre tanta información, y consensuar modelos asequibles para cualquier gestor, aportando un poco de luz y criterios manejables y en los que sea posible percibir su aplicabilidad y utilidad. Este es uno de los mayores retos cuya superación supondrá la consolidación y asunción por parte de la comunidad empresarial de la cultura de la RSC.

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