OPINIÓN
“He trabajado toda mi vida con una sola idea: hacer bien las cosas y no hacer daño a nadie”

Entrevista a Celso Anca, fundador de Anka Demoliciones y ganador del Premio Honorífico Potencia 2025

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Celso Anca ha construido su trayectoria lejos del foco, con constancia, discreción y un profundo compromiso con el sector de la demolición. Fundador de Anka Demoliciones y una de las figuras más respetadas de la industria, su carrera fue reconocida recientemente con el Premio Honorífico Potencia, un galardón que le fue desvelado por sorpresa por su hijo, Daniel Anca, durante la ceremonia de entrega, ante la mirada cómplice de familia, amigos y compañeros de profesión. En esta entrevista, Celso repasa una vida de trabajo, emprendimiento y asociacionismo, marcada por los valores familiares y por una manera de entender la empresa que ha dejado huella en varias generaciones del sector.

Celso Anca, fundador de Anka Demoliciones
Celso Anca, fundador de Anka Demoliciones.

Celso, antes de entrar en su trayectoria, permítanos empezar por lo más reciente: ¿cómo vivió ese momento en el que su hijo Daniel le desveló, por sorpresa, que era el nuevo Premio Honorífico Potencia?

Fue una gran sorpresa. Hacía un par de años que no podía acudir a la entrega de los Premios por diferentes motivos personales, y este año, en un escenario como el estadio Metropolitano, acompañado por toda la familia y amigos, me hacía especial ilusión, con la ignorancia de lo que venía.

Una vez que mi hijo Daniel empezó su speech, me costó entre veinte y treinta segundos verme reflejado, lo que tardó en los agradecimientos y presentación. Luego, escuchar toda mi trayectoria y, sobre todo, el momento de salir de leer el papel para improvisar los sentimientos fue muy emocionante. Creo que éramos mi esposa y yo los únicos que no sabíamos de este reconocimiento, y verme en los vídeos que me grabaron así lo delatan.

¿Qué significa para usted recibir este reconocimiento de una revista —Potencia— que ha acompañado durante décadas la evolución del sector?

Potencia, y sobre todo sus redactores, trabajadores y directores, no son solo una revista, son amigos muy afines en los casi 40 años que Anka lleva en el sector y en los que hemos encontrado un soporte de comunicación con los suscriptores y lectores. Soy mucho de personas y, como excompañero de profesión, en mi papel de montador, me siento muy identificado con todos.

Su historia profesional arranca muy lejos del mundo de la demolición. ¿Qué recuerdos guarda de esos primeros años trabajando en el campo y más tarde en imprentas y editoriales?

Los años 50 y 60 en Jerez de los Caballeros (Badajoz) eran tiempos muy difíciles, pero que recuerdo con mucha añoranza y felicidad. Teníamos muy poco, pero éramos muy felices en familia.

Tuve la suerte de poder ayudar a mi familia cuidando piaras con 10 años. Hoy veo a mi nieto pequeño y me sorprendo de que a su edad tuviese que hacer lo que hacía. Este año, cuando fuimos al pueblo, hicimos recorridos que tenía que hacer para llegar a las dehesas y me preguntaba asombrado si iba solo, si pasaba miedo, etc… muchas preguntas que me emocionaban.

Afortunadamente tuvimos la suerte de que le encargaron a mi madre hacer las invitaciones de boda de un familiar y el atrevimiento de preguntar si hacía falta un ayudante. Ese creo que fue el primer punto de inflexión de mi vida, que me permitió aprender un oficio.

Llegar a un Madrid de oportunidades, entrar en La hoja del lunes, repartir octavillas de los resultados del fútbol a la salida de los cines, empezar en Altamira y crecer en Susaeta era aprovechar las oportunidades que los años 70 ofrecía la capital, más allá de las ganas de tener la independencia que la economía te da.

Son todo recuerdos maravillosos, tiempos de aprender y de los que mantengo amistades y conocimientos que me sirvieron para mi desarrollo personal y profesional.

Celso Anca, durante el agradecimiento en los XIX Premios Potencia, ante la atenta mirada de su hijo Dani
Celso Anca, durante el agradecimiento en los XIX Premios Potencia, ante la atenta mirada de su hijo Dani.

A los 16 años tomó la decisión de emigrar a Madrid siguiendo los pasos de sus hermanos. ¿Qué fue lo más difícil de aquel cambio y qué le enseñó esa etapa?

No es que tomara la decisión, es que la circunstancia obligaba y los hermanos mayores abrieron camino. Siempre digo que mi padre y mis hermanos sí que fueron valientes al pasar del cerro. Era mi primera vez fuera de mi pueblo, pero con la ilusión de reunir de nuevo a la familia con las oportunidades que nos ofrecía Madrid.

Llegamos a Palomeras, donde hoy está la Asamblea de la Comunidad de Madrid. Era un descampado sin agua corriente y los días de lluvia era un barrizal.

Pasamos de un pueblo de 20.000 habitantes a la gran ciudad. De tener todo a 10 minutos andando a tener que coger autobuses y metro para hacer 15-16 horas de trabajo. Tiempos de mucha movilidad laboral, de enorme inflación, de pedir préstamos a los bancos, escuchar conceptos que nunca había oído, pero gracias a tener tenacidad e ilusión hacía que volasen las semanas. Llegaba el sábado y nos dedicábamos a montar y desmontar coches y motos, a ir a los bailes y a hacer deporte, en mi caso boxeo.

Comparado con el día de hoy, nada que ver. Tiempos difíciles hacen personas fuertes, y eso considero que es lo que me pasó a mí.

En el discurso, Daniel destacaba el salto que supuso para usted compaginar su trabajo en Susaeta con la creación de su primera empresa, Zelanka. ¿Qué aprendió entonces sobre emprender que luego le sirvió en la demolición?

Era, y sigo siendo, muy inquieto. Muy emprendedor sería hoy. Ascendía muy rápido en Susaeta, veía que era un sector con mucho potencial. Eran finales de los 80 y se leía mucho. Además, yo necesitaba ganar dinero. Quería casarme, tener mi coche, mi casa, tener muchos hijos y eso se conseguía trabajando. Tenía la oportunidad de hacerlo y así empecé a hacer un poco de hucha para montar Zelanka.

Empezamos como distribuidora de Susaeta. Las tardes las dedicaba a visitar quioscos y papelerías para encargar los pedidos que en la mañana siguiente mi mujer preparaba para repartir por la tarde. Y otra tarde, y otra mañana, y así varios meses hasta que empezamos a hacer cartera, crecer y contratar comerciales y ayudantes de almacén. Llegamos a tener puestos de venta ambulante estratégicamente colocados a la puerta de los cines donde estrenaban las películas de los libros que vendíamos. Un crecimiento exponencial y una etapa maravillosa de trabajo eficiente.

Esa etapa fue momento de aprender a hacer equipo, técnicas de venta, empecé a conocer la figura de los impuestos, de la contabilidad, de las amortizaciones de las inversiones. Fue una etapa importantísima que luego tuvimos que adaptar a un negocio totalmente diferente y con un volumen mucho mayor también.

¿Recuerda el momento en que sus hermanos le animaron a entrar en el sector y a fundar Anka Demoliciones? ¿Qué le convenció para dar un giro tan grande?

Sí, claro. Son momentos que no se olvidan. Todos los fines de semana nos reuníamos en torno a la mesa camilla de casa de mi madre. Siendo ocho hermanos, en una casa de 70 m² y como se vivían antes las familias, os podéis imaginar. Finales de los 80. Había mucha comunicación directa, no teníamos tantas distracciones y, afortunadamente, todos trabajábamos, no teníamos las carencias que nos trajeron a Madrid.

Esa tarde fue una más. Alfonso, Plácido y Paco estaban trabajando y dirigiendo equipos de trabajo en empresas importantes de la demolición de Madrid. Viendo el crecimiento de Zelanka y el auge del sector de la demolición, ellos proponían, pero no fue hasta finales del 87 cuando se dio el paso, y el poder contar con mi familia llevando la parte que yo desconocía y su confianza fue el empujón para una nueva apuesta.

La primera obra no se llegó a cobrar, un inicio duro. ¿Cómo se afronta un tropiezo así sin perder la motivación?

Pues como se dice: los gitanos no quieren buenos inicios, jejeje. Pues la verdad es que fue muy frustrante porque el trabajo se realizó y no había motivos para el impago. No fue una obra muy importante, pero sí fue un revés importante. Afortunadamente las siguientes sí se cobraron y pudimos subsanar el agujerito que nos hizo esa primera obra.
Celso, tras recoger el galardón de manos de Lucas Varas, director de la revista Potencia
Celso, tras recoger el galardón de manos de Lucas Varas, director de la revista Potencia.

Quienes han trabajado con usted hablan de una forma de hacer empresa basada en la cercanía, la reinversión y el esfuerzo diario. ¿Diría que esos valores han sido la clave para atravesar crisis como la del 92?

Siempre he creído que lo más importante en la empresa es quienes la componen. Los trabajadores, los proveedores, los clientes y mi figura fue la de engrasar la máquina. Que los trabajadores cobren antes de que les lleguen las letras, que los proveedores no nos tengan que reclamar los pagos o estemos por encima de los créditos o bancos y que los clientes quieran repetir la experiencia de trabajar con Anka.

Somos una familia sin vicios, sin más ambición que el trabajo, cercana y que siempre ha vivido la realidad del momento, en las buenas pero también en las malas, muy unidos.

La crisis del 92 fue muy dura en lo emocional, sobre todo por la pérdida de confianza en esos clientes que, sabiendo de la situación de sus compañías, no tuvieron el coraje de advertirlo. Había amistad en muchos de ellos y fue muy desilusionante. Afortunadamente no teníamos deuda bancaria, los proveedores estaban al corriente y los trabajadores no bajaron los brazos en el esfuerzo del trabajo.

Durante su trayectoria, Anka Demoliciones ha participado en proyectos de gran calado. ¿Hay alguna obra o reto técnico que recuerde con especial cariño?

Me hace especial ilusión poder pasear por el centro de Madrid y ver que nosotros hemos contribuido a que haya nuevos edificios, construyendo espacios. Ilusión, muchos: la Biblioteca Nacional, la CECA, el actual Ayuntamiento, el Banco de España, los andenes de la Estación de Atocha, la Torre Rioja, etc. Muchos y tan variados.

El reto ha sido ir adaptando la capacidad de nuestra compañía a la exigencia del cliente, haciéndole ver que la demolición es calidad, seguridad, tranquilidad y prestigio. Si una obra no empieza bien, y lo primero es la demolición… malo. Seguimos trabajando con clientes de hace muchos años que han evolucionado en sus empresas o con otros que han progresado a consultorías y ese es mi mayor orgullo, que nos sigan llamando.

Usted asumió en 2004 la presidencia de Aeded, con el objetivo —logrado— de unir a un sector entonces muy fragmentado. ¿Qué recuerda de aquella etapa y de los cambios que se consiguieron?

Era otro estilo. Un sector muy independiente, muy exclusivo y en el que se desconfiaba de todo el mundo. No dábamos tantos datos como ahora, nos cruzábamos de acera para no coincidir y eso no era positivo para el sector. Mi manera de ser me llevó a visitar a todos los referentes locales y proponerles un cambio de miras, de colaboraciones y de integración en Aeded de más empresas que nos hiciesen más fuertes.

Pero el paso más importante que dimos fue la contratación de una secretaría externa, Rabuso, para el trabajo del día a día. El crecimiento inicial que se generó me quitaba mucho tiempo de Anka y se decidió que alguien nos representase y nos motivase. José Blanco lleva haciendo esta labor más de 15 años para Aeded y nos sigue poniendo en pie y llevando a las máximas instituciones para que nuestro sector progrese.

Agradezco también a Pilar de la Cruz, que llevaba mucho tiempo detrás de mí para pertenecer a Aeded. Habíamos coincidido en varias reuniones y Dani, por afinidad generacional, hablaba y aprendía de sus experiencias en EDA, en las actuaciones del terremoto de Turquía, etc.

Fue el inicio de nuestra internacionalización, de aprender de nuestros colegas europeos, de abrir las miras, de grandes cambios estructurales en nuestra compañía. Me hicieron miembro de honor de la demolición europea en Londres 2012.

Celso Anca estuvo arropado por su familia y amigos durante el homenaje
Celso Anca estuvo arropado por su familia y amigos durante el homenaje.

Aunque dejó la primera línea de Anka Demoliciones en 2014, nunca ha dejado de trabajar: acude a la oficina, revisa ofertas, asiste a congresos… ¿Qué es lo que le impulsa a seguir tan activo?

Pues que es mi vida, mi ilusión y que está mi familia trabajando por hacer Anka mejor cada día.

Mi presencia es testimonial, ayudo con ciertos estudios, reviso datos económicos, libero tensiones con consejos y bromas y acompaño a Dani muy de vez en cuando porque no me veo en forma en esa vorágine diaria. Acudir a ferias, congresos y eventos es maravilloso por el reconocimiento que me dan y ver cómo progresa el sector.

EDA celebra su convención una vez al año y me sirve para conocer ciudades, ver a mis amigos y mantener mi nivel de inglés. Además, soy presidente de la Federación de Gremios de la Construcción y debo estar al día de lo que se mueve en las asociaciones que represento.

Soy una persona activa y me gusta mucho el día a día; además, entre nosotros, trabajo menos en la oficina que si me quedara en casa.

En la actualidad, su hijo Daniel lidera la compañía como CEO. ¿Cómo vive usted esa continuidad familiar y de qué se siente más orgulloso al ver cómo está guiando Anka Demoliciones hacia el futuro?

Dani lleva muchos años trabajando conmigo y desde antes de que me jubilara dirigiendo Anka, con sus aciertos y sus errores. Creció viéndome trabajar de sol a sol y ha seguido mi camino en ese aspecto. Viajamos juntos, me consulta mucho y disfrutamos, o sufrimos, del día a día.

Me siento muy orgulloso de verle relacionarse con todos los compañeros nacionales e internacionales, y tiene un carisma y una personalidad arrolladora que le hace ser muy querido en el sector.

Ojalá le acompañe ese punto de suerte necesario y pueda llegar al menos tan lejos como yo, que acabé en Kazajistán.

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Mirando hacia atrás, desde los años 60 hasta hoy, ¿cómo describiría la evolución del sector de la demolición en España y cuál cree que ha sido su mayor transformación?

Para mí, la mayor evolución que ha tenido el sector es la seguridad. Las medidas que se toman para ejecutar los trabajos, las herramientas que se emplean, que mejoran la ergonomía y el medio ambiente. Los estudios que se hacen de las obras y la disparidad de métodos de ejecución que existen. La formación, todavía a mejorar, de los trabajadores.

El desarrollo de la tecnificación que hemos experimentado también es enorme y nos permite llegar a alturas con implementos que facilitan y aceleran los procesos. Y medioambientalmente seguimos mejorando, reduciendo los vertidos ilegales y aumentando la valorización de cada vez más materiales.

Pero claro, también hemos involucionado. Se ha perdido esa figura de aprendiz que escalaba en la empresa. Tenemos una enorme pérdida de valor humano y de especialización y eso es muy grave para un futuro muy incierto.

Para terminar, Celso: ¿qué le gustaría que permaneciera como legado de su trayectoria, tanto para su familia como para las generaciones que vienen en el sector?

Pues que se me recuerde como se hizo en la cena de los Premios Potencia, como una buena persona que trabajó por y para el sector con humildad y que no se olviden de que sigo teniendo la medalla de presidente de honor y estoy a disposición de ellos para lo que necesiten.

Muchas gracias a vosotros por todo lo que hacéis por el sector y os animo a que seáis críticos con él, porque el halago debilita y se necesita siempre impulso.

“Siempre he creído que lo más importante en una empresa son las personas: trabajadores, proveedores y clientes; mi papel ha sido engrasar esa máquina”
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