La dignidad de un almirante
Por: Juan Díaz Cano, presidente de la Real Liga Naval Española
Si algo nos enseña la Historia es que, con cierta periodicidad, las sociedades pierden el norte y se degradan hasta dejar la gobernanza de las mismas en personajes cuya catadura moral representa lo más turbio del ser humano. Este caprichoso giro de la Historia se ha instalado en Cataluña, donde se ha producido el acceso a los poderes públicos de personajes insignificantes cuya única carta de presentación es el odio al mérito ajeno como justificación final a su propia insignificancia. Si hace poco más de un mes el Ayuntamiento de Barcelona se permitía retirar la estatua de Antonio López, fundador de la Compañía Trasatlántica, hace unos días los responsables de esta corporación retiraban el nombre de una calle al Almirante Pascual Cervera para sustituirlo por el de un sujeto tan menor que su nombre no merece ni siquiera una mención en este modesto artículo.
Es posible que, a estas alturas, como consecuencia de este prejuicio tan español de evitar exaltar los valores patrios, no mucha gente conozca la historia del almirante Pascual Cervera. Una historia que comenzó a escribirse cuando, con motivo del hundimiento accidental de un acorazado norteamericano en aguas cubanas, el presidente del Consejo de ministros español, Mateo Práxedes Sagasta, decide planificar un nuevo Trafalgar. Nunca serán conscientes, ni al día de hoy, los políticos norteamericanos que la pérdida de Cuba y Filipinas no fue sino una maquiavélica operación planificada desde las zahúrdas del Estado español. En la mente de Sagasta, a grandes problemas, y Cuba lo era, grandes soluciones.
La planificación de un nuevo Trafalgar exigía una derrota heroica de nuestros marinos ante unas muy superiores fuerzas navales estadounidenses. Exigía también un protagonista que escribiese esa página en la historia de España. Y ese protagonista no fue otro que el almirante Cervera a quien se le encomendará el mando de una escuadra que el 3 de julio de 1898 será aniquilada por los potentes barcos norteamericanos. Cervera es el elegido porque cumple el perfil preciso: es hombre educado, digno, previsible, carente de mentalidad política, y respetuoso con el mando. Lleva mucho tiempo alejado de la primera línea de combate y no destaca especialmente por sus cualidades tácticas ni de estratega. Con este bagaje a cuestas Cervera parte hacia su encuentro con la Historia.
Arribado a Santiago de Cuba, Cervera observará cómo la trampa a la que ha sido conducido se cierra definitivamente. Rodeado en puerto de una escuadra americana muy superior, Cervera será obligado por el general Blanco, gobernador de la isla, a abandonar el refugio de Santiago. Sin grandes opciones tácticas a su alcance el almirante intentará salvar el mayor número posible de barcos y de hombres en tan desigual combate. Saldrá de puerto el primero al mando de su buque insignia, el Infanta María Teresa, intentando concentrar sobre él todo el fuego enemigo mientras el resto de barcos, amparados en este sotafuego momentáneo tratarán de alcanzar La Habana.
El resto del relato es suficientemente conocido. La escuadra española desaparecerá en aguas de Cuba, España perderá sus últimas posesiones coloniales y la decadente clase política de la Regencia encontrará en esta derrota un punto de fuga que permitirá el sostenimiento de un modelo político que el reinado de Alfonso XIII se encargará de finiquitar.
Pascual Cervera fue un héroe digno al que la valentía y el arrojo adornaron en su momento de abrazar la Historia, consciente de que había sido enviado, junto a sus hombres, a una muerte cierta. Y a pesar de ello aceptó su destino. Solamente por lo que significó el desenlace del desastre del 98 la figura del almirante Cervera seguirá siempre impresa en alguna página de la Historia.