Arquitectura bioclimática, cuando el cerramiento se convierte en estrategia energética

El sector de la edificación afronta un reto ineludible: reducir sus niveles de consumo energético y, por ende, su huella de emisiones. Actualmente, los edificios representan aproximadamente el 42 % del consumo final de energía en la Unión Europea mientras que, en el hogar, el uso destinado a calefacción y agua caliente ronda el 63,5 % del total. Si se tiene en cuenta únicamente la actividad de climatización (calefacción + refrigeración), en algunos informes se aproxima al 50 % del consumo final energético en el conjunto de los edificios.

Estas cifras posicionan a los cerramientos de cualquier tipo de edificación—paredes, cubierta, suelo y especialmente ventanas— en una posición estratégica. Porque cada hueco, cada carpintería, cada acristalamiento definen conductas térmicas que inciden directamente en la demanda de calefacción o refrigeración del edificio. En este sentido, un reciente informe de Glass for Europe estima que la sustitución de acristalamientos por vidrios de alto rendimiento en toda la UE podría llegar a reducir el consumo energético anual de los edificios en torno al 29 %. Asimismo, estudios sobre el rendimiento de ventanas muestran que, al compararse con acristalamientos antiguos, los sistemas modernos pueden alcanzar ahorros significativos en la carga de calefacción.

En consecuencia, cuando se diseña una edificación eficiente, el cerramiento debe dejar de considerarse un mero ‘elemento constructivo’ y debe abordarse como estrategia energética. En ese marco, surge el paradigma de la arquitectura bioclimática, que sitúa la envolvente como elemento activo de gestión térmica.

Ante esta creciente demanda y necesidad tanto de los profesionales del sector, como del común de la sociedad, la arquitectura bioclimática se presenta como la única disciplina capaz de adaptar el diseño del edificio al clima local y así aprovechar recursos naturales (sol, viento, vegetación, masa térmica) con el objetivo de reducir la demanda energética mediante decisiones pasivas de diseño. Entre sus principios fundamentales se incluyen:

• Evaluación del clima: orientación solar, vientos dominantes, horas de sol, microclima local.
• Aprovechamiento del sol: captación en invierno, protección en verano.
• Ventilación natural: diseño de flujos que permitan refrescar y ventilar sin acudir a sistemas mecánicos.
• Envolvente diseñada con rendimiento térmico: aislamientos adecuados, carpinterías de altas prestaciones, vidrios de control, estanqueidad.
• Minimización del impacto energético y ambiental: elección de materiales, ciclo de vida, recursos locales.

La creciente adopción de esta filosofía responde a varios factores: políticas energéticas más exigentes (como la Energy Performance of Buildings Directive en la UE) que exigen mejores estándares de envolvente; el aumento del coste de la energía que convierte cada kWh evitado en ahorro; y una conciencia social creciente sobre la sostenibilidad y el confort interior.

Dentro de esta lógica, el cerramiento se convierte en componente clave: no solo debe limitar pérdidas térmicas en invierno (mediante aislamiento, baja transmitancia y estanqueidad) sino también regular ganancias térmicas en verano (a través de protección solar, ventilación y control de la radiación). Los beneficios que aporta una envolvente diseñada bioclimáticamente pueden sintetizarse en tres grandes líneas:

1. Disminución de la carga de calefacción al reducir pérdidas térmicas desde el interior al exterior.
2. Disminución de la carga de refrigeración al bloquear ganancias solares indeseadas y facilitar ventilación/refresco.
3. Mejora del confort interior al aportar temperaturas más estables, menores corrientes de aire, contacto térmico más benigno con carpinterías/vidrios.

En definitiva, el cerramiento deja de ser una barrera pasiva para actuar como filtro térmico inteligente, piedra angular de la reducción del consumo energético y de la mejora del bienestar en el interior de los edificios.

Dentro del desarrollo de la arquitectura bioclimática contemporánea, la protección solar ha pasado de ser un elemento estético a consolidarse como una herramienta de control térmico y energético de primer orden. Los sistemas de lamas y celosías permiten que la envolvente del edificio se comporte como un regulador activo capaz de ajustar la radiación solar, reducir la demanda de climatización y mejorar el confort interior.

Diversos estudios europeos sobre sombreados dinámicos estiman que su correcta aplicación puede generar ahorros de entre un 20 % y un 30 % en refrigeración, además de una reducción notable de la carga de calefacción en invierno gracias a la gestión selectiva de la radiación solar. En este sentido, soluciones como las desarrolladas por Durmi, empresa referene en el diseño y fabricación de elementos de protección solar, seguridad y ahorro energético para edificios y viviendas, representan un ejemplo destacado de cómo la protección solar se integra en la estrategia energética del cerramiento.

En concreto, sus sistemas de lamas orientables Durmi —como el Dutec 600e— permiten regular el ángulo de inclinación en función de la posición del sol, bloqueando la radiación directa en los meses cálidos y permitiendo la captación solar durante el invierno. Fabricadas en aluminio extrusionado de alta durabilidad, estas lamas pueden automatizarse mediante sensores o sistemas motorizados, optimizando su comportamiento térmico sin intervención manual.

Desde el punto de vista técnico, estos sistemas actúan como una extensión activa del cerramiento. Su posición en el exterior evita que el calor penetre en el interior, lo que resulta mucho más eficiente que tratar la carga térmica una vez generada. A nivel global, esta regulación dinámica reduce la demanda de refrigeración, evita el deslumbramiento y estabiliza la temperatura operativa del espacio, incrementando el confort sin necesidad de consumo adicional.

Del mismo modo, las pérgolas bioclimáticas de Durmi complementan esta filosofía gracias a una estructura de lamas móviles que permiten controlar la radiación solar y la ventilación natural. Creando un microclima exterior que, al integrarse con la envolvente del edificio, contribuye al equilibrio térmico general.

En conjunto, las lamas y sistemas de control solar representan una evolución del concepto de cerramiento: ya no actúan únicamente como barrera, sino como componente regulador que adapta el edificio al entorno climático. Integrar soluciones de protección solar como las de Durmi permite disminuir el consumo energético, optimizar el comportamiento térmico del edificio y avanzar hacia una arquitectura verdaderamente bioclimática, en la que cada elemento constructivo participa activamente en la eficiencia global.