Jubilación voluntaria, ¿una alternativa factible?
Paula Llull15/12/2014
Aumentar la edad de jubilación a los 67 fue uno de los puntos más polémicos del plan de reforma de las pensiones que planteó el gobierno socialista en su último año de legislatura. Medida que finalmente quedó aprobada, haciéndose ésta efectiva de forma paulatina durante un período de 14 años.
Una disposición que aparentemente podrá solucionar la supuesta saturación del sistema de pensiones público, recaudando durante dos años más las cotizaciones que le pertenecen al trabajador, compensando así el aumento de la esperanza de vida en los últimos 30 años.
El error es quizás intentar ligar la esperanza de vida con la productividad. El aumento de la primera difícilmente comportará el mantenimiento de la segunda. Algunos economistas afirman que de hecho, la productividad cae en picado alrededor de los 63 años.
Aun así este promedio puede devenir un indicador erróneo cuando se trata de representar precisamente factores como la productividad o la esperanza de vida. En función de la profesión que se desarrolle, dicho promedio puede resultar exagerado, o por el contrario quedarse corto.
De hecho, las diferencias en cuanto a esperanza de vida y productividad entre alguien que dedica su jornada a trabajar en una labor que requiere esfuerzo físico –un carpintero- y otro que desarrolla un esfuerzo intelectual –un profesor universitario- son abismales. De esta forma, el primero dejará de producir mucho antes de dichos 63 años y en cambio, para el segundo la jubilación puede llegar a convertirse en un suplicio en caso de llevar a cabo una labor que le resulte intelectualmente estimulante.
Por ello, la propuesta de jubilación voluntaria no parece tan descabellada. Aquél que trabaja desarrollando tareas de desgaste físico podrían jubilarse a los sesenta, compensados por todos aquellos que decidan seguir desarrollando su carrera, o seguir trabajando en aquello que les apasiona. Eso no supone un riesgo, ya que de cada vez más y gracias a la tecnología, las profesiones pueden llevarse a cabo sin necesidad de realizar un esfuerzo físico que desgaste.
La productividad probablemente se multiplicaría, dejando paso al desarrollo de las tareas físicas a alguien joven que pueda producir más en el mismo tiempo que una persona de sesenta años, compensándose por todos aquellos que a los 65 todavía se ven tan o más capacitados que el primer día para ejercer su profesión. Si es trabajo intelectual, la persona que lo desarrolle tendrá muchos más conocimientos a los 65 que a los 35. Este tipo de jubilación puede incluso propiciar un desperdicio de talento, siguiendo con el ejemplo del profesor universitario.
En tal caso, podrían corregirse ciertos errores del sistema de pensiones. Quepa decir, que esta no sería la solución definitiva, solo una medida más a contemplar si finalmente se pudiera demostrar la supuesta inviabilidad del sistema.
Aun así, la problemática de las pensiones no es solo esa. Abarca una serie de factores mucho más complejos, siendo la edad de jubilación una sola de las variables que se cuestionan. Habría que ver si ciertamente el problema radica en la caducidad del sistema público por culpa de los factores socioeconómicos, o por el contrario la reforma es solo una justificación para que a la larga los inversores privados puedan, por fin, movilizar ese capital.
Paula Llull
Una disposición que aparentemente podrá solucionar la supuesta saturación del sistema de pensiones público, recaudando durante dos años más las cotizaciones que le pertenecen al trabajador, compensando así el aumento de la esperanza de vida en los últimos 30 años.
El error es quizás intentar ligar la esperanza de vida con la productividad. El aumento de la primera difícilmente comportará el mantenimiento de la segunda. Algunos economistas afirman que de hecho, la productividad cae en picado alrededor de los 63 años.
Aun así este promedio puede devenir un indicador erróneo cuando se trata de representar precisamente factores como la productividad o la esperanza de vida. En función de la profesión que se desarrolle, dicho promedio puede resultar exagerado, o por el contrario quedarse corto.
De hecho, las diferencias en cuanto a esperanza de vida y productividad entre alguien que dedica su jornada a trabajar en una labor que requiere esfuerzo físico –un carpintero- y otro que desarrolla un esfuerzo intelectual –un profesor universitario- son abismales. De esta forma, el primero dejará de producir mucho antes de dichos 63 años y en cambio, para el segundo la jubilación puede llegar a convertirse en un suplicio en caso de llevar a cabo una labor que le resulte intelectualmente estimulante.
Por ello, la propuesta de jubilación voluntaria no parece tan descabellada. Aquél que trabaja desarrollando tareas de desgaste físico podrían jubilarse a los sesenta, compensados por todos aquellos que decidan seguir desarrollando su carrera, o seguir trabajando en aquello que les apasiona. Eso no supone un riesgo, ya que de cada vez más y gracias a la tecnología, las profesiones pueden llevarse a cabo sin necesidad de realizar un esfuerzo físico que desgaste.
La productividad probablemente se multiplicaría, dejando paso al desarrollo de las tareas físicas a alguien joven que pueda producir más en el mismo tiempo que una persona de sesenta años, compensándose por todos aquellos que a los 65 todavía se ven tan o más capacitados que el primer día para ejercer su profesión. Si es trabajo intelectual, la persona que lo desarrolle tendrá muchos más conocimientos a los 65 que a los 35. Este tipo de jubilación puede incluso propiciar un desperdicio de talento, siguiendo con el ejemplo del profesor universitario.
En tal caso, podrían corregirse ciertos errores del sistema de pensiones. Quepa decir, que esta no sería la solución definitiva, solo una medida más a contemplar si finalmente se pudiera demostrar la supuesta inviabilidad del sistema.
Aun así, la problemática de las pensiones no es solo esa. Abarca una serie de factores mucho más complejos, siendo la edad de jubilación una sola de las variables que se cuestionan. Habría que ver si ciertamente el problema radica en la caducidad del sistema público por culpa de los factores socioeconómicos, o por el contrario la reforma es solo una justificación para que a la larga los inversores privados puedan, por fin, movilizar ese capital.
Paula Llull
