Rescatar algo más que dinero
Nos repetimos hablando de la necesidad de rescatar ahorros, planes de pensiones, activos financieros y fondos de inversión. Propuestas de rescate que, sin excepción, presentan todas ellas un sabor economicista, crematístico o monetario y, en todo caso, siempre material, como si se tratara de rescatar el botín del galeón hundido, el arca perdida o el tesoro de Tutankamón. No es cosa de poner en duda la conveniencia de tales rescates pero la pregunta es inevitable: ¿Es eso todo cuanto tenemos que rescatar para salir de la crisis y retomar el camino?
Recientemente la secretaria general de Confebask, Nuria López de Guereñu, ha apuntado con sencillez y brevedad inusitadas algunos de los males que atacan a la línea de flotación de la sociedad vasca donde, a su juicio, “se prima más el tener que el ser, se busca la satisfacción inmediata, derivamos nuestras responsabilidades a terceros, tendemos a trabajar con desmotivación y escasa proactividad, subrayamos la cultura de los derechos frente a la de los deberes y todo ello nos lleva a vivir por encima de nuestras posibilidades”. No es fácil decir más en menos palabras y al alcance del entendimiento de cualquiera. La secretaria de nuestra patronal no se contenta con poner el dedo en la llaga sino que, además, al igual que lo hacen los grandes líderes, se atreve a proponer la solución a nuestros problemas: “Necesitamos una vuelta a las raíces, a la cultura y modos de hacer de nuestros padres y de todos los que nos precedieron. Una vuelta, en definitiva, a los comportamientos y a las actitudes que han procurado el actual grado de desarrollo y bienestar, muchos de los cuales han estado lamentablemente ausentes en los últimos tiempos”.
Aunque no hayan generado revuelo social alguno, tanto el diagnóstico como la propuesta de Nuria López de Guereñu suponen toda una revolución, por cuanto que, al margen de su literalidad, hablan de recuperar valores perdidos y de recobrar protagonismos cedidos a terceros. Ni el problema de fondo es económico ni la solución nos va a venir de fuera. Y mientras no terminemos de aceptarlo viviremos en una crisis existencial permanente de la que nadie va a venir a sacarnos.
No cabe argumentar ignorancia a la hora de plantear soluciones a la crisis. Ni las instituciones ni la ciudadanía en su conjunto pueden obviar que la única máquina capaz de generar puestos de trabajo en una sociedad democrática es la empresa. No hay mejor invento. Es, hoy por hoy, la única alternativa. Como dicen los jóvenes “es lo que hay”. El paro disminuye cuando las empresas son exitosas y aumenta cuando no lo son. Y la garantía del éxito empresarial radica en su competividad. Las empresas que resultan competitivas terminan siendo exitosas y generando puestos de trabajo. Las que no lo son, no sólo no crecerán sino que reducirán sus recursos e inexorablemente, tarde o temprano, desaparecerán. Es una verdad de Perogrullo que no requiere demostración pero que, paradójicamente, parece necesario recordarlo.
La competividad empresarial pasa por innovar e internacionalizarse. No es nada nuevo. Desde el acero de Bilbao que proclamó Shakespeare como símbolo de calidad hasta la vuelta al mundo de Elkano y la pesca de la ballena en Terranova, los vascos llevamos cinco siglos traspasando fronteras y abriendo mercados. El mapamundi no es ya el extranjero, sino la aldea global que acuñó Marshall Mcluhan en 1962. Es hora de que toda empresa competitiva que se precie haga suyo lo que las teorías de la comunicación formularon hace ya medio siglo.
Pero no debemos olvidar que, en el mercado global, no sólo compiten las empresas, sino también los países, las sociedades y los propios ciudadanos. Los países compiten entre ellos, con su propia marca de país, en innovación, investigación y conocimiento, como compiten en la implicación y compromiso de sus instituciones respecto al tejido empresarial.
Las sociedades compiten con la ambición y acierto de sus proyectos estratégicos. En palabras del profesor Daniel Innerarity “la relación con el futuro se ha de cultivar, como lo hacemos con las demás aptitudes humanas […]. Hay sociedades que se relacionan patológicamente con su propio futuro, mientras que otras lo tratan de una manera razonable y provechosa”.
Y también, claro, compiten los propios ciudadanos. Parafraseando a John F. Kennedy —“No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tú país”—, no es cuestión de convertir a la empresa en tótem incuestionable y objetivo vital, pero sí de llevar al ánimo de todos sus componentes que su propio desarrollo profesional y humano, su continuidad en el trabajo e incluso su propio estatus económico están íntimamente relacionados con el éxito de su aportación a la empresa.
Nadie duda de que sea importante el talento de instituciones, empresas y ciudadanos. Pero es momento de reivindicar que siendo importante el talento, lo es aún más el talante. Que la aptitud es importante pero la actitud imprescindible. Que el talento sólo rinde cuando va unido al compromiso.
Volviendo al principio, es importante afrontar el rescate —seguramente inmerecido— de los activos financieros de tanto banco desmadrado, como el rescate —sobradamente merecido— de nuestros ahorros y pensiones, pero tan importante o más es, al menos en términos sociales, recuperar los valores del esfuerzo, el gusto por el trabajo bien hecho, la lista de nuestros deberes, la humildad de no vivir por encima de nuestras posibilidades y el convencimiento de que nuestro futuro depende más de nosotros mismos que de cuanto puedan hacer los demás por nosotros.