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tecnogarden 47 guillas –contenedores de granos– maduran se desprenden de la planta. Los agricultores primigenios recogerían y sembrarían semillas silvestres que crecerían convirtiéndose en un primitivo huerto de gran diversidad genética. A la hora de la siega, habrá una colección de plantas ya maduras que habrán perdido gran parte del grano, plantas que aún no habrán madurado, y otras que estén en el momento justo. Estas últimas estarán en mayor proporción, y una parte se usará como alimento y la parte que sobre para sembrar de nuevo. A la siguiente generación, la proporción de plantas que madurarán en el momento justo de la siega será aún mayor, y por tanto respecto a esa característica esa población será más homogénea. Además, este tipo de recogida del grano constituye la condición perfecta para que una mutación espontánea que produzca la total indehiscencia del grano se expanda dentro de la población. Y es que, si este no se cae nunca, siempre se recoge todo el grano de esa planta, mientras que si solo madura en el tiempo justo habrá cierta proporción de granos que se caerán además de haber una cierta dependencia del ambiente respecto al tiempo de maduración. Así, es fácil que la indehiscencia se convierta, de nuevo, de manera totalmente inconsciente, en una característica fácilmente fijada en una especie doméstica. ¿Te gustará ser Hauser? El conjunto de caracteres fenotípicos que diferencian una especie doméstica de una silvestre constituye el denominado como síndrome de domesticación. Parece como si el lenguaje, en un acto de rebeldía ante los beneficios de este proceso evolutivo hacia su dueña y señora, la humanidad, haya querido imprimir en la domesticación un matiz negativo. Síndrome de abstinencia, síndrome de Estocolmo, síndrome de pánico, síndrome de inmunodeficiencia adquirida, síndrome de domesticación. Y lo cierto es que para qué quiere el pobre trigo no perder sus granos, con lo que pican, con lo que pesan, con lo gritones que son. Imagino al trigo como una oscura y afligida hembra de ¿qué?, dibujada probablemente por H. R. Giger, soportando eternamente el peso de unos vástagos deformes clavados en su carne a través de sus pequeñas e irregulares mandíbulas. Quizá más que Giger se trate de un cenobita. Imaginemos un escape de esos tan temidos en el mundo de los cultivos modificados genéticamente. Pero en este caso el escape ocurre durante el transporte del trigo del campo a un molino. En este ejemplo el grano está dentro de un saco. Hay un perro en la parte de atrás del remolque, porque de repente hay un remolque, claro. Está apaciblemente dormido. Una mosca revolotea. Se posa en el perro. El perro se rasca la cara. La mosca echa a volar y vuelve a posarse. El perro abre los ojos, se sacude, la mosca levanta el vuelo y se posa en el saco con grano. Nada gusta más a un perro que cazar moscas, y así es como Toby se abalanza mandíbula por delante hacia ella, mordiendo, rompiendo el saco, y provocando que un estrecho arroyo de granos de trigo nazca desde el saco hasta el final del remolque, desembocando tras una caudalosa cascada en el camino. El suelo del camino es duro, y supongamos que ninguna de las semillas allí depositadas acaba germinando. Pero digamos que, al paso de otro vehículo, una semilla acaba siendo desplazada hasta el margen del camino, algo más fértil, donde crece avena loca, una gramínea silvestre. La planta de trigo crece hermosa, más alta que la avena, orgullosa de su porte. Me dirás tú ahora para qué le sirve al trigo mantenerse turgente y no perder el grano cuando madure. Al trigo no le sirve para nada. Realmente el trigo durará ahí bien poco. Y aunque se acabe quebrando, sus semillas competirán con las de la avena que rápidamente crece y se reproduce. No tiene nada que hacer, más que boquear en busca de oxígeno durante un par de generaciones. Lo cierto es que el síndrome de domesticación tiene mucho de síndrome –médico– al restringir las posibilidades de supervivencia de las especies cultivadas en un ambiente natural. Son menos competitivas, aunque tampoco importa mucho porque realmente no tienen de qué preocuparse salvo si son reemplazadas por otra variedad más productiva –aunque incluso en esas hoy día serán preservadas en un banco de germoplasma. Lo curioso –vuelta de tuerca shyamalanesca– es que lo que he contado es lo que se creía de modo bastante Pollos ferales en Hawái descendientes de los llevados por polinesios hace unos mil años. Crédito: Chad Blair, Civil Beat.

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