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ARTÍCULO 32 tecnogarden En el nombre del Padre El estrés en las plantas puede ser hereditario Las manos temblorosas, no enfocadas, agarrando el encendedor. El rostro preocupado, la expresión torcida. Los pulmones contraídos. Detrás sigue la fiesta, la celebración. El hijo no está, está maniatado a un árbol, borracho, maldito, heredero de un hechizo en el que no participó. Los fantasmas del padre aparecerán por la noche en el cuarto del hijo. Tras las puertas del armario, debajo de la cama, en la esquina tras la butaca; o quizá dentro de la cama, a su lado, entre las sábanas, compartiendo la almohada, el pijama, la piel, el músculo, la sangre, cada célula de su cuerpo. Los fantasmas del padre a veces se esconden en el hijo y a veces el hijo es su fantasma. Thomas Vinterberg inauguró con Festen (1998) el movimiento fílmico Dogma 95, ideado junto a su compatriota Lars von Trier. Ambos propusieron unas normas que pretendían desnudar el cine de su época de la sobreproducción hollywoodiense y dar mayor importancia a la historia y al proceso creativo, agrupándolas en una especie de manual al que llamaron “Voto de castidad”. Entre las normas del Voto destacaban el utilizar iluminación natural, localizaciones y sonidos reales o rodar cámara en mano. En una escena de la película danesa, una historia de revelaciones durante el sesenta aniversario del padre de familia, el díscolo hijo pequeño aparta a sus propios hijos de su padre para que no se impregnen de sus pecados. No sabe que algunas herencias son silenciosas y actúan con independencia de la distancia. Hablamos, por supuesto, de la epigenética.

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