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El material de la junta Si tuviéramos que revisar qué material nos ha acompañado durante más años en la historia de la construcción, sin duda, la arcilla sería uno de los finalistas. Desde las primeras construcciones hasta nuestros días, este material ha estado presente, de muchas formas distintas. Seguramente también fue uno de los primeros que, a partir de una pasta amorfa, se moldeó para adaptarlo mejor a los requerimientos que se le solicitaban. Curiosamente, este material ha quedado oculto muchas veces ya sea con revocos (de cemento, cal o yeso) o con esmaltes. Así, ha quedado escondido a los ojos humanos, como si de un material poco noble se tratara. Pero este escrito no pretende reflexionar sobre la cerámica en sí, sino sobre los materiales que rellenan los intersticios que quedan entre las piezas de cerámica: la junta. Aquel material que permite que las piezas cerámicas formen un elemento constructivo en sí mismo. En los inicios, los paralelepípedos secados al sol, de forma irregular, necesitaban de abundante arcilla húmeda para agregarse unos a otros. Hasta los revocos que escondían las fábricas podían ser de arcilla, formando un muro compuesto prácticamente por un solo material. Posteriormente, las piezas cerámicas mejoraron su regularidad y proporción, así como los morteros que las unían mejoraban en resistencia. Estas nuevas fábricas, mucho más resistentes, eran capaces de soportar mayores cargas. Aparecieron también revocos mucho más capaces de afrontar las inclemencias meteorológicas o mucho más finos, más acorde para un acabado interior. Abreviando toda la evolución, algo parecido a esta composición, es la que ha llegado hasta nuestros días. Un elemento constructivo, formado por cerámica, mortero de cemento y yeso, principalmente. Alguien podría pensar que esta era la meta de la cerámica. Contrariamente, el sector no se desvaneció con los nuevos preceptos constructivos: técnicas en seco, industrialización, prefabricados… Así, este material evolucionó a formatos muchos mayores –llegando a piezas del suelo al techo- y regulares. Esto permitía una más rápida puesta en obra y, gracias a la precisión de sus piezas, se podían ejecutar juntas menores; lo que significa menos agua, un secado más rápido y mayor velocidad de construcción. La posibilidad de extrusión de la cerámica permitió la formación de secciones difícilmente imaginables con otras técnicas. Estas nuevas piezas no son auto portantes, sino que cuelgan de estructuras de montantes y travesaños, fijadas a la estructura del edificio formalizando la piel exterior de la fachada. Últimamente, también han aparecido productos en los que las piezas cerámicas van entrelazadas a una red de alambres, generando celosías de gran calidad formal y visual. Así pues, el mundo de la cerámica ha sabido no solo evolucionar su producto, sino el material de las juntas, pasando de una pasta amorfa a esta trama de perfiles metálicos. Y quizás, lo más interesante de esta evolución, es la posibilidad de reciclaje, ya sea de la cerámica en sí, como de este material ‘intersticial’ capaz de transformar estos pequeños elementos cerámicos en grandes sistemas arquitectónicos. TRIBUNA Oriol Muntané Doctor Arquitecto y Profesor de la UPC

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