OPINIÓN
EDITORIAL ALBERT PUYUELO

Una frontera diluida

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El ciclismo virtual vive un momento de auge total, impulsado por los formatos competitivos ‘presenciales-virtuales’ y por una creciente convergencia con los e-sports.

Editorial publicada en el Tradebike 102.

Clasificatoria femenina de los UCI Cycling Esports World Championships, una competición a través MyWhoosh

Clasificatoria femenina de los UCI Cycling Esports World Championships, una competición a través MyWhoosh.

El debate sobre qué es el deporte y qué espacio ocupan los llamados e-sports se vuelve aún más confuso cada vez que el ciclismo virtual da un paso hacia adelante. Quizá porque seguimos mezclando conceptos. No deberíamos comparar videojuegos competitivos con actividades físicas reales que usan plataformas digitales. ¿O sí? las fronteras se difuminan cada vez más. Los videojuegos profesionales ya reúnen a miles de espectadores en estadios y, por su parte, el deporte tradicional busca nuevas audiencias. No olvidemos que una generación entera ha crecido entendiendo la pantalla como parte del terreno de juego.

Esta intersección plantea muchas preguntas: ¿podrían ser los e-sports un reclamo eficaz para atraer nuevos ciclistas? ¿Son deporte? ¿Debemos medirlos como se mide una especialidad física? Las dudas son legítimas, especialmente cuando el espectáculo se convierte en elemento central. Pero también es cierto que la tecnología ha abierto caminos insospechados para quienes jamás habrían tenido acceso al alto rendimiento.

Ejemplos recientes muestran que lo virtual puede ser una puerta de entrada real al deporte profesional. En el cine, Gran Turismo recrea el caso de Jann Mardenborough, un joven británico que pasó del videojuego al volante de un coche de carreras oficial. En el ciclismo hemos visto un caso comparable: el australiano Jay Vine, hoy en el UAE Team Emirates XRG, llegó al WorldTour tras ganar la academia de Zwift en 2020, una vía que eligió después de no encontrar salida en el ciclismo tradicional desde su país. La tecnología le permitió competir de forma real.

Las plataformas de simulación ciclista ofrecen entornos imposibles: puertos alpinos, islas imaginarias o escenarios diseñados para el espectáculo visual. Pero lo más relevante no es el decorado, sino las oportunidades competitivas. Y algunos lo ven muy claro: el año pasado hubo un cambio importante en los UCI Cycling Esports World Championships. Pese a que los recorridos eran virtuales, la final fue presencial por primera vez.

Este año, a través de MyWhoosh, compitieron en la final 22 mujeres y 22 hombres de 18 países. Todos ellos reunidos en un plató en Abu Dabi. El formato evocaba directamente la estructura de los videojuegos de élite: finales presenciales, público potencial, equipos visibles, tensión real. ¿Una imitación del modelo de los e-sports? Probablemente sí, aunque aquí los atletas sudan, respiran, pedalean y producen vatios reales.

Las grandes finales de League of Legends, por ejemplo, se celebran en estadios repletos, donde la audiencia vibra como si asistiera a un derbi futbolístico. ¿Puede el ciclismo virtual aspirar a algo así? Quizá. Al menos hay deportistas implicados, no solo jugadores sentados en una silla gamer con un ordenador delante y bebidas energéticas de medio litro. Aunque, lo admito, quizá esta percepción también es generacional. Puede que algunos sintamos que llamar deportista a alguien que compite sin levantarse de la silla resulte excesivo y esperpéntico. O quizá nos estamos quedando atrás. El tiempo lo dirá.

Y, hablando de intrusiones raras en el deporte… no hay que olvidar cuando la institución más influyente del deporte moderno tomó una decisión inesperada: el COI incluyó el break dance en el programa olímpico. ¿Y por qué no otras disciplinas, como (por decir cosas random) el pole dancing, el guaguancó, la sardana, el acro-yoga o el tango? Cada elección abre nuevos interrogantes sobre los criterios reales para definir qué es susceptible de ser deporte olímpico. Al menos, la anécdota australiana de la competición de break dance dejó imágenes memorables.

Si el COI ya ha demostrado flexibilidad —y cierta extravagancia— en su selección de especialidades, no sería descabellado pensar que, por influencia abu-dabhiana, la próxima vez nos sorprenda diciendo que habrá medallas para el ciclismo virtual.

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