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La tirada corta: ¿una salida para el sector gráfico?

Manolo Gómez, Procograf26/09/2012
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Como siempre, y especialmente en estos últimos tiempos, intentaré que este artículo sea producto de un análisis de datos y hechos, pero no dejará de tener el aspecto de una reflexión sincera, sin pontificar acerca del futuro y sin pretender que mi opinión valga más allá de lo que es: una opinión.

Y voy a enfocarlo hacia la actividad de impresión de tirada corta que pueda dar servicio al sector editorial, que es el que consume este tipo de producto de forma mayoritaria; además, está bien estructurado y no resulta difícil conseguir datos que nos ayuden a entender el presente para intentar imaginar el futuro. El presente de la tirada corta es ya fácil de comentar, y eso haremos, pero el futuro parece mucho más incierto, toda vez que algo tan delicado como los hábitos de lectura cambian a una velocidad que produce un cierto vértigo.

Para empezar, el presente lo analizaremos desde la perspectiva de la llamada impresión digital, aunque soy de la opinión de que el offset no ha dicho aún la última palabra. Manejando datos del sector editorial, del año 2011 (¿tendremos algo así, algún día, en el sector gráfico?), decir que, desde el 2007, los ejemplares producidos han bajado en torno a un 20%, que es casi el mismo porcentaje en el que se han incrementado los títulos. La tirada media ha bajado casi un 10% desde el 2010 al 2011, y se sitúa en torno a los 3.500 ejemplares por título. Este dato pudiera sorprendernos y no parece, precisamente, ayudar a que aceptemos que la tirada corta sea tan necesaria. Otra cosa será el día en que las empresas editoriales vean el producto de impresión digital como algo digno y acepten que no se puede almacenar, indefinidamente, tanto libro que no se vende. Da lo mismo que se amortice cada año o no, el coste es excesivo.

Entrando ya en la impresión, de todos son conocidas las iniciativas empresariales que han empezado su andadura, precisamente, en la tirada corta. Han sido, en general, un rotundo éxito. Y no pocos impresores de offset han virado su actividad hacia esta parcela, con resultados dispares: desde aquellos que no han podido rentabilizar las inversiones hasta aquellos otros que han ido dejando de imprimir en offset para hacerlo en digital. En los casos en que la iniciativa ha funcionado bien, hay un denominador común: la instalación está diseñada para dar un servicio que consiga que el cliente reciba un producto en el que se note la menor diferencia posible con respecto al que recibe de la impresión tradicional. Ha habido demasiados intentos de conseguir que la editorial acepte como irremediable un producto poco afortunado.

Por todo ello, parece que hay dos premisas previas, a aceptar: hay que montar instalaciones diseñadas pensando en el cliente y sus necesidades (no en las de los vendedores de maquinaria, tan expertos en convencernos de que sus necesidades y las nuestras coinciden), y apostar, en un momento como este, por la tecnología adecuada. Todo ello, con la sana intención de ganar dinero y seguir en la actividad.

Y para montar una buena instalación, eligiendo entre offset y digital, habremos de pensar en los tres pilares básicos del producto: calidad, coste y plazos de entrega. Y ese ejercicio tiene poco de subjetivo y de dejarse llevar por impulsos, ya que lo que se mide se controla. ¿La calidad es comparable a la del offset? Bueno, en algunos casos, casi, limitaciones aparte; la estabilidad ya parece otra asignatura diferente (y pendiente, casi siempre). Y el capítulo de acabados aún no está tan bien resuelto como necesitaríamos, con lo que el producto final no siempre es lo que quiere el cliente (encuadernar con PUR es una buena alternativa pero no siempre gusta, y puede preferirse un cosido hilo)

En cuanto al coste, basta con usar las dos herramientas que tantas veces dejamos olvidadas: el sentido común y “la cuenta de la vieja”. Con una base tan sencilla, manejando con mucha delicadeza algo que podríamos llamar precios “medios” de mercado, podemos llegar a conclusiones tan básicas como las que se muestran en las tablas y gráficos siguientes:

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En cuatricromía, el punto en el que la tirada ya empieza a costar menos en offset estaría en torno a los 225 ejemplares, aunque los fabricantes de maquinaria digital nos suelen contar otra cosa.

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Y si pensamos en imprimir en negro, lo de los precios medios se convierte ya en algo mucho más delicado, pero haremos un intento, obteniendo resultados así:

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En este caso, la máquina digital considerada es de las llamadas de alta producción; como podemos ver, la frontera se sitúa en torno a los 500 ejemplares, bastante lejos, una vez más, de lo que los fabricantes opinan cuando intentan vender.

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En cuanto a los plazos, podemos decir que una máquina digital de color, de gama media, puede hacer, cómodamente, 200 libros de 200 páginas en un turno; al offset le podría costar algo así como dos horas más. Por supuesto que una máquina digital puede hacer más, pero también tienen sus limitaciones de carga de trabajo por día. En negro, podemos aceptar que 500 libros por turno, en digital, son fáciles de conseguir pero en offset podríamos tardar algo menos, en una máquina imprimiendo a 1/1. De todas formas, las comparaciones serán más fáciles cuando los fabricantes de maquinaria digital dejen de manejar como capacidad de producción aquello de “tantos miles de páginas A4 por minuto”

Y, por si nuestras dudas fueran pocas, sufrimos ahora el batiburrillo de apariciones de nueva maquinaria (o tecnología, como lo queramos llamar), que va desde el tóner (de uno u otro tipo) al inkjet (esperanzador), pasando por híbridos de base offet y añadidos digitales. Y no podemos olvidar las máquinas con la “coletilla” DI, por supuesto, ni la nueva tecnología que tanta expectación ha despertado. ¿Qué quedará de todo esto? Aquello que sea capaz de conseguir que las tres “patas” (calidad, coste y plazos) sean lo suficientemente fuertes como para que la empresa de impresión sobreviva en la parcela de mercado escogida.

Y no olvidemos algo muy importante: el mejor producto no siempre es el que sobrevive; algo de esto podrían contarnos empresas como Kodak o Heidelberg, por poner un caso.

¿Hablar del futuro? ¿En qué espacio de tiempo? Por supuesto, no me atrevo pero hay datos, desarrollados para la federación de gremios de editores de España, que parecen hablar por sí solos: “El total de lectores, en soporte digital, representa un 85% en la población de entre 14 y 24 años; sin embargo, en la de más de 65 años hablamos de un 10%”.

No me atrevo ni a hacer comentarios. Pero no resultaría mal ejercicio que, con la cabeza fría, pensáramos en la evolución de nuestro sector desde la década de 1970.

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