Intentaré en las próximas líneas aportar mi visión de por qué considero que la formación artística en nuestro país SÍ ocupa el lugar que debe, dicho esto en el sentido de que ocupa el lugar que la sociedad española quiere. Ahora bien, también intentaré exponer cuál creo yo que debería ser el lugar que podría ocupar, algunos de los motivos por los que en la ac- tualidad no se dan las condiciones para que lo ocupe, y qué iniciativas podríamos iniciar al respecto. En los 20 años que llevo en el mundo de la educación creo que nunca, y digo bien, ‘nunca’ he encontrado a nadie que no esté de acuerdo en que en España se le presta poquísima atención a la formación artística curricular obligatoria. Y es que para los que nos hemos formado en el modelo tradicional del sistema educativo español, y que, paradójicamente, es a los que nos corresponde intentar revertir esta situación, no nos resulta fácil dar una respuesta efectiva al reto. Y no es porque no queramos, sino porque, en mi opinión, venimos con el inmenso hándicap de haber experimentado un concepto de ‘arte’ equivocado. Para mí una de las claves está en dejar de mirar al siste- ma educativo como excusa para lamentarnos de cualquier carencia en el enfoque de la educación en nuestro país, y empezar a trabajar con la mentalidad de nuestra sociedad, siendo ésta quien terminará por determinar lo que su siste- ma educativo le ofrece. NO es verdad que nuestro sistema educativo sea malo por culpa de quienes legislan. Nuestro sistema educativo es malo, que lo es, porque la sociedad española tiene un modelo mental respecto a lo que es la educación y el para qué es la educación que, mientras no se cambie, hará estéril cualquier intento formal por mejorarlo desde el texto de la legislación. ¿Por qué en un porcentaje altísimo de las familias espa- ñolas escuchamos: • “Que nos parece muy importante el desarrollo de las competencias artísticas de sus hijos” (dicho esto sin saber realmente para qué pueden servir dichas competencias) • “Que nos parece muy importante que haya menos debe- res” (dicho esto sin saber exactamente el porqué y el para qué de los deberes) • “Que nos parece muy importante que los niños aprendan divirtiéndose” (sin asumir que aprender divirtiéndose no exime de hacerlo acompañados de normas y esfuerzo) Y sin embargo, cuando llega el momento de aplicar esa ‘su- puesta importancia’, en forma de más tiempo lectivo dedicado a la formación artística, y/o con metodologías absolutamente diferentes a las vividas por esos progenitores, y/o ‘a costa’ de tiempos que dedicar a las competencias matemáticas, lingüís- ticas o idiomáticas, entonces la aparente importancia inicial se torna reticencia? La respuesta no es, no puede ser, porque somos antiguos, poco formados, o porque la educación no nos importa. No es así. Es lógica la citada reticencia porque, como ya todos deberíamos saber, el ser humano no es capaz de entender ni de aprender aquello que no ha experimentado. Y nuestro modelo mental, el de los españoles que estamos por encima de los 30 años, los que paradójicamente somos responsables de hacer evolucionar todo esto, resulta que no hemos vivido lo que ahora queremos hacer, y por tanto, en el fondo no nos lo terminamos de creer, en definitiva, no lo hemos aprendido, (entendido el aprendizaje como la suma de planteamiento + experimentación. Sólo lo que me cuestiono a priori, y experimento a posteriori, termina por ser aprendido). En definitiva, somos las propias familias quienes terminamos por no ayudar a que en nuestros hijos el proceso de aprendizaje sea de verdad diferente al que nosotros hemos vivido, y el perfil de persona desemboque en algo diferente a lo que nosotros somos. Y no porque no queramos, sino porque no nos lo creemos. La mala noticia resultante de mi enfoque estaría en que se nos acabó la excusa, es decir, que la solución no pasa por reformar el sistema educativo, y que, por tanto, no depende de los poderes políticos. La buena noticia es que el asunto tiene solución, y que ésta pasa por los profesionales de la educación, entre los cuales están: • Los progenitores • Los directivos de los centros educativos • Los docentes Intervengamos, pues, en la sociedad, y el sistema educativo se transformará solo, sin necesidad de forzarlo, a medida que la sociedad lo haga, y no al revés como pretendemos permanen- temente hacer. Opinión 29