De acuerdo con las cifras de 2015 del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), el 31% de todos los alimentos producidos en Estados Unidos no se comen, y cada estadounidense tira más de 16 kg de comida al mes. Además, según el USDA, el estadounidense medio tira el 40% del pescado fresco, el 23% de los huevos y el 20% de la leche que compra. El impacto de estos residuos va más allá de los contenedores de basura. Cuando se tiran los alimentos, también se desperdician los recursos necesarios para producirlos, procesarlos y transpor- tarlos. Para producir los alimentos que se desechan se emplean enormes cantidades de productos químicos, fertilizantes, combus- tibles y tierras y, en EE UU, el 25 % del agua total que se consume. Los alimentos que no se comen acaban en vertederos, donde su descomposición provoca el 25% de las emisiones de metano (un gas de efecto invernadero 20 veces más dañino que el CO2) de EE UU, según la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA). Los consumidores y las marcas son cada vez más conscientes de los daños ambientales y financieros que supone comprar alimentos que se acaban tirando a la basura. Una parte del flujo de residuos que se suele olvidar son los residuos de coste completo, que pro- ceden de productos que se fabrican, envasan y distribuyen sin llegar nunca a venderse y consumirse. Para abordar esta pérdida de manera directa, los fabricantes, junto con los minoristas y los organismos gubernamentales, se esfuerzan cada vez más en imple- mentar soluciones de envasado avanzadas que prolonguen la vida útil de almacenamiento y minimicen los residuos. Envases diseñados para incrementar la vida útil Un ejemplo muy alabado entre los minoristas es el de los supermer- cados británicos Tesco. En 2014, esta cadena presentó un informe en el que indicaba que había desperdiciado 28.500 toneladas de alimentos, un movimiento arriesgado desde el punto de vista de las relaciones públicas, pero que respondía a un buen motivo. “No solo queremos reducir los residuos alimentarios en nuestras ope- raciones. Tenemos la responsabilidad compartida de reducir los residuos alimentarios en toda la cadena de valor: en los campos, en las granjas, en las redes de distribución y en nuestros propios hoga- res", afirmaba Tesco en el informe. ”Al compartir esta información hemos añadido una importante prueba al debate del tratamiento de los residuos alimentarios. Ya estamos tomando medidas para abordar los puntos más importantes de la cadena de valor, además de donar los excedentes de alimentos a las personas necesitadas". Junto con los esfuerzos comunitarios destinados a combatir los residuos alimentarios, Tesco abordó la cuestión de la mejora de los envases. Las pechugas de pollo de la cadena constituyen un caso ilustrativo: en lugar de venderse en bandejas envueltas con plástico, se ofrecen en un envase predividido en porciones que per- mite a los consumidores cocinar una pechuga y guardar el resto. Al encontrar una forma de reducir los residuos basada en el diseño más que en la tecnología, Tesco asumió también el coste adicional del envasado para animar a los consumidores a luchar contra el despilfarro. Otro ejemplo es el nuevo diseño de los envases de Muchtar Ismailow de K-Bis Studio, que mantiene los zumos, la leche y otras bebidas y alimentos en formato líquido en buen estado durante mucho más tiempo. El envase I-Pack se puede comprimir y cuenta con un cierre 100% hermético que ocupa el mismo espacio que el 29 tapón de un envase de cartón para bebidas estándar, manteniendo la presurización tras abrir el producto. El resultado es una mayor vida útil de almacenamiento de la leche, los zumos, las sopas o las salsas una vez abiertos. Asimismo, el envase plegado y vacío se puede reciclar con facilidad. Los procesos de MAP, HPP y pasteurización conservan la frescura Además de buscar materiales y recipientes que conserven los alimentos y las bebidas durante más tiempo, las empresas están explorando soluciones y métodos de envasado más complejos para reducir los residuos. El envasado en atmósfera modificada (MAP) puede prolongar en gran medida la vida de los alimentos frescos o mínimamente pro- cesados, reduciendo al mismo tiempo el impacto ambiental. Por ejemplo, mitiga significativamente la cantidad de oxígeno que queda en las bolsas de productos como el queso rallado, las patatas fritas y las carnes, lo que retrasa su descomposición. Los gases que permanecen dentro (normalmente nitrógeno y CO2) no reaccionan SOSTENIBILIDAD