46 Si fuera tan fácil, querido Johannes, me habría com- trumento. Su sonido puede transportarnos a otro lugar, prado un 'oboe Rigoutat' en aquel momento, igual que hace ocho años adquirí aquel seductor iMac blanco. La consistencia de la madera oscura africana y el brillo de las llaves de níquel plateado son más atrayentes que cualquier cosa de plástico que haya salido de la sede de Apple de Cupertino (California). Ver un hermoso Rigou- tat en mi escritorio a diario sería un placer, aunque silen- cioso y culpable. En cambio, reproducir la música con el iTunes del iMac no tiene nada del otro mundo. Para aquellos que admiramos la música pero no sabemos tocar, es reconfortante y, para ser sincero, algo mortifi- cante también, escuchar un oboe... o cualquier otro ins- pero también puede provocar que uno se pregunte qué ha hecho con su tiempo cuando podía haberse dedicado a estudiar música. El dueño de la empresa, Philippe Rigoutat, adora la músi- ca del oboe y, como sus antepasados, ha dedicado su vida a tocar y fabricar este instrumento, como si una sola de estas dos cosas no fuera suficiente. El abuelo de Phi- lippe fundó la empresa en 1922 después de trabajar para su padrastro, monsieur Leblanc, propietario de una famo- sa compañía de fabricación de clarinetes. A pesar de ser el director de la fábrica, Rigoutat fue despedido por su implicación en la causa comunista durante lo que se co- Tornos que hacen música Hace unos años vi un folleto de ordenadores iMac en el que se podía leer el siguiente lema: “El cuerpo tiene 206 huesos. Seguro que alguno es creativo”. Ese mensaje podría adaptarse para las personas que visitan el taller de oboes Rigoutat, en Saint Maur des Fossés, a las afueras de París: “El cuerpo tiene 206 huesos”, pensé mientras estaba allí, “seguro que alguno es musical”. Parafraseando a Johannes Sebastian Bach, tocar el oboe es fácil. Solo hay que pulsar la llave adecuada en el momento apropiado, y el instrumento sonará solo. Matt Bailey MECANIZADO panorama