Introducción En el Neolítico las poblaciones humanas cambia- ron la técnica de obtención de alimentos basada en la caza y la recolección, por otra en la que los alimentos vegetales se producían de forma dirigida. A partir de ese momento, los procesos de selección empírica que iniciaron los primeros agricultores en diferentes zonas geográficas, buscando respuestas a necesidades y usos concretos, generaron una gran variabilidad genética en las especies cultivadas. Esta diversidad está sufriendo una importante erosión desde el momento en que las numerosas formas que se mantenían en pequeñas explotaciones, unas veces para autoconsumo y otras para su comercialización a pequeña escala, comenzaron a ser sustituidas por un número reducido de variedades procedentes de la mejora científica. Estas variedades, más aptas para los grandes mercados, más productivas y con resis- tencias a múltiples factores bióticos y abióticos tienen en general una base genética más estrecha que las formas más primitivas. El reconocimiento de esta rápida pérdida de genes y genomas llevó a la comunidad científica a emprender acciones orientadas a conservar la diversidad vegetal, presente tanto en las especies cultivadas como silvestres de uso potencial en alimentación y agricultura. Desde el siglo XIX, pero con especial atención a partir de las décadas de los 60 y 70 del siglo XX, la conservación de los denominados recursos fitogenéticos para la alimen- tación y la agricultura pasa por el estudio de su cultivo, la búsqueda y obtención de material, con especial inte- rés en las variedades tradicionales, y su custodia a largo plazo en infraestructuras destinadas a tal fin. Brásicas 31