Trajes espaciales y ergonomía PROTECCIÓN LABORAL 80 | 3oTrimestre14 Del Apolo XI al vuelo de Felix Baumgartner Crónica de la transición tecnológica en la vestimenta espacial sobre otros trajes espaciales de apariencia dura y sombría diseñados por diferentes contratistas militares de la Administración USA. Como el objetivo era suministrar un produc- to acabado y fiable, todo debía de solucio- narse en aquel taller: mangas superiores e inferiores, torsos, sistemas de cierre, reve- ses... En ocasiones, las costureras tenían que agudizar el sentido del tacto, cosiendo a ciegas para engarzar partes ocultas, fre- cuentemente diminutas, en una indumenta- ria inusual, cuando no estrambótica para los usos terrestres. Al estar en juego la vida de los astronautas por la falta de oxígeno en la superficie lunar, el uso de los alfileres se restringió al máxi- mo. Los trajes eran sometidos a pruebas radiográficas y, si se detectaban alfileres que no hubieran sido oportunamente retirados al concluir su trabajo las costureras, había que descartar la pieza y empezar de nuevo. El tesón dio sus frutos y, durante más de 40 años, las costureras de Frederica –alre- dedor de 80 mujeres de manos diestras y vista diligente- fabricaron los trajes espa- ciales a la medida para la International Latex Corporation (ILC), de Dover, que había formado parte del grupo Playtex en la década de los sesenta. Viajar al espacio no puede considerarse un viaje de placer. El traje espacial, que es un medio de soporte vital en un entorno que constituye una amenaza constante para la vida, no se distingue por su comodidad. El progreso tecnoló- gico tiene siempre la última palabra en la vestimenta espacial, cuyos avances no pocas veces se convierten en solu- ciones de protección en la Tierra. Manuel Domene. Periodista Este reportaje se adentra en el ves- tuario espacial para sintetizar una evolución con dos hitos: el Apolo XI (primer vuelo tripulado que se posó en la luna) y el colosal vuelo del paracai- dista Felix Baumgartner (octubre de 2012). “A veces tienes que subir muy alto para entender lo pequeño que eres”, frase que se atribuye al protagonista de la hazaña, sintetiza el asombroso progreso de la tecnología y, al mismo tiempo, la paradoja, de que cuanto más sabemos y progresamos, más nos falta por saber y progresar. Sostenes, fajas... y trajes espaciales El 16 de julio de 1969 (ahora se cumplen 45 años) el mundo estaba expectante ante la gran gesta de la humanidad, que puso por vez primera un pie en la luna. Culminaba así una compleja operación en la que no puede negarse el protagonismo de unas anónimas costureras de Frederica, una población de Delaware (Estados Unidos). Las costureras, que entraron por derecho propio en la historia gracias a la aventura espacial de Estados Unidos, cambiaron la labor de confeccionar ropa interior femeni- na por la confección de los trajes espaciales, un conglomerado de 21 capas de material. Sobre el incipiente ingenio recayó el exi- gente cometido de preservar la vida de los astronautas, salvando el orgullo del pueblo americano, y de su gobierno enfrascado en la carrera espacial, frente a su competidor, la URSS. La empresa confeccionista de Frederica reci- bió tan inusual encargo debido al concien- zudo conocimiento que tenían aquellas mujeres del cuerpo humano, y sus habilida- des manuales con los materiales sintéticos para moldearlos a la anatomía. Triunfaron 18 Laika, la perrita astronauta involuntaria Los primeros trajes de astronauta se inspiraron en sus homólogos del pilotaje de aviones. De todos modos, a finales de los 50, las dos potencias espaciales (USA-URSS) lo desconocían todo sobre los vuelos cósmicos. Los rusos, inicialmente adelantados en la carrera espacial, quisieron despejar la incógnita de si un ser vivo resistiría la brutal ace- leración que se necesita para proyectar un artefacto en el espacio superando la gravedad terrestre. Laika, una perrita callejera, escogida por su condición de superviviente en la tierra, fue el convidado de piedra en un vuelo sin retorno. Fue instalada con escasas comodidades en un cubículo cilíndrico, con electrodos que monitorizaban el latido de su cora- zón, y un ventilador para aliviar al animal pionero en el espacio. Laika salió de nuestra atmósfera y orbitó alrededor de la tierra sin problema aparente para su vida, aunque sus latidos pronto se extinguieron en el espacio inconmensurable, a las 5-7 horas del lanzamiento, según fuentes solventes. Así, los rusos intuyeron que el corazón humano resistiría la prueba de atravesar nuestra atmósfera. La perrita Laika, cual conejillo de indias, abrió al hombre las puertas del espacio, convirtiéndose en el primer cosmonauta terrícola. La muerte del animal debió producirse por estrés y sobrecalentamiento de la nave Sputnik 2, aunque son muchas las versiones que han circulado al respecto. En cualquier caso se la envió a una muerte deliberada y, si hubiera sobrevivido, el plan de las autoridades soviéticas no era precisamente convertirla en heroína nacional, sino sacrificarla con comida envenenada, pocos días después de su regreso. A Laika la seguirían una docena de perros-cosmonautas soviéticos, cinco de los cuales regresaron vivos a la tierra. La experimen- tación canina resultó fundamental para el despegue de los vuelos tripulados por humanos.