3oTrimestre12 | PROTECCIÓN LABORAL 72 Riesgos eléctricos teslas (μ/T). El campo de fuerza magnética en interiores alcanza los 30-50 cm (el auri- cular de un teléfono) y hasta un metro o más (caso de los muebles). Los niveles de expo- sición dependen del tipo de edificio, siendo más alta en aquéllos de estructura metálica (7 a 14 μ/T), a lo que habrá que añadir el geomagnetismo (campo magnético terres- tre), y el derivado de cualquier aparato eléc- trico-electrónico, con lo que nuestra exposi- ción al campo magnético estático puede alcanzar valores de entre 100 y 1.000 μ/T, incrementables al viajar en medios de trans- porte (especialmente metro o tranvía). En definitiva, estamos expuestos a unos niveles de ‘electricidad sucia’ que jamás padecieron nuestros antepasados antes de T. A. Edison. Nuestra exposición incluye la natural (no vivimos bajo una campana de cristal en sen- tido estricto sobre la tierra) y la artificial aña- dida, que no es poca. Y ahí reside el proble- ma, un problema que tiene que ver con nuestro estilo de vida... Con cables o sin cables Como se dice en el párrafo anterior, es una cuestión de estilo de vida. ¿Quién está dis- puesto a llenar sus oficinas y sus casas de antiestéticos cables que lo cruzan todo, afe- ando paredes y creando una telaraña visible? Para evitar esas marañas de cables físicos, la tecnología recurrió a los sistemas inalámbri- cos (wireless), sustituyendo un problema antiestético por otro peor, de salud. Es bien sabido que la tecnología avanza, y en su avance siempre tiene una parte oscura, para la que no encuentra soluciones inmediatas, ni a largo plazo (a veces). Son los consumi- dores de dichas tecnologías –bien informa- dos- los que deben moderar los impulsos de la industria. El automóvil ha sido un gran avance. Sin embargo, hemos tardado dema- siadas décadas en descubrir que contamina y que, cada vez, resulta menos sostenible. Ser o no ser inalámbrico, ésa es la cuestión trascendente, escribiría hoy Shakespeare (to be or not to be wireless). La mayor preocu- pación en torno al electrosmog actualmente son los productos inalámbricos. La revolu- ción inalámbrica lo ha invadido todo: escue- las, bibliotecas, hogares, aeropuertos, hote- les y negocios. Encontramos “zonas Wi-Fi” (¡como servicio de cortesía!) en lugares públicos. Se extinguen los dispositivos con cables, dando origen a nuevas generaciones de teclados, ratones y otros dispositivos ina- lámbricos (Bluetooth), además de variados dispositivos de sensor remoto y etiquetas de identificación mediante radiofrecuencia (RFID), que se insertan en productos de consumo, pasaportes, pacientes hospitaliza- dos, mascotas, y bebés en unidades neonata- les. La gente se pone pendientes Bluetooth con radiofrecuencia, que lanzan microondas pulsantes directamente a su cerebro. En esta ‘orgía’ de lo inalámbrico el rey ya es el WiMax, la red de redes inalámbrica (por supuesto) que permite a los usuarios canali- zar todos sus servicios de telecomunicacio- nes. Algo parecido a lo que haría una mazo de cable de una sección considerable, pero (¡ah!) con el gran adelanto: sin cable. Es wireless. Nuestra pasión-adicción (y falta de criterio) respecto de las nuevas tecnologías produce muchos otros cuadros patéticos Los ‘nasciturus’ (en el vientre materno) ya sufren graves exposiciones pre-natales por- que sus ‘amantes’ progenitores tuvieron la feliz idea de colocar radio-monitores de bebé que –wireless, que te quiero wireless- trans- miten radiofrecuencias para certificar que sus hijos estén “a salvo” de todo mal (antes de venir a este mundo radioeléctrico). En España mismo, los pre-adolescentes pueden tener que ir al psicólogo si sus padres les niegan el teléfono móvil (nor- malmente, de alta gama o ‘smartphone’). Es tal la presión del entorno, que un pre- adolescente, que se siente inseguro por definición, se ve marginado. “Mis compa- ñeros me hacen el vacío porque no tengo un Smartphone” es una queja demasiado frecuente. Lo que no saben estos pre-ado- lescentes consumistas de tecnología elec- tro-basura es que en su edad adulta pueden padecer las consecuencias de su temprana adicción a los ‘aparatejos’. Algunos estudios han encontrado que la radiofrecuencia aumenta los niveles de endorfinas y estimula los centros de placer del cerebro. Sin embargo, también interac- túan con nuestro sistema inmune, pudiendo desajustarlo. Y el riesgo va en proporción inversa a la edad, por lo que los menores son los más indefensos La maraña de cableado puede ser tan problemática como su sustitución indiscriminada por sistemas inalámbricos La ‘cloaca’ CEM ya no se circunscribe a nuestra casa-edificio-oficina: ahora se amplía a toda la ciudad, que es como un ser- wifi palpitante y en constante expansión. Los grupos de antenas se montan en torres, cubiertas de edificios altos y puntos promi- nentes, adosadas a edificios de apartamen- tos, o disimuladas en huecos de ascensores, silos, farolas y hasta campanarios. Así, dis- frutamos de una exposición omnipresente y omnidireccional, que nos irradia directa- mente las 24 horas, todos los días. Un operador de telefonía ha encontrado un argumento publicitario impecable: “¿Está bien comunicado?” (el pisito, se supone). “¡Claro, 100 Mb!”. Antes entendíamos otro concepto por “comunicado”. Volviendo a la disyuntiva del cable o el ina- lámbrico, por supuesto que hubo vida (comu- nicativa) antes del wi-fi, la habrá después del wi-fi y, sobre todo, tenemos alternativas a los sistemas inalámbricos. Son alternativas basa- das en el cable. En el hogar, la tecnología PLC nos permite convertir la red eléctrica de la casa en una red informática de cable (‘wired’, con las mismas ventajas de los wi-fi, y algún inconveniente menos). El gobierno alemán advirtió en 2007 a sus ciudadanos que no usaran la tecnología Wi- Fi de routers inalámbricos, especialmente en los colegios. *Manuel Domene. Periodista. 93