Editorial  PROTECCIÓN LABORAL 72 | 3oTrimestre12 Elogio de la mujer El concepto de los tiempos modernos sobre la “incorporación de la mujer al mundo del trabajo” adolece de miopía histórica. La mujer ha trabajado desde la noche de los tiempos: mientras el hombre cazaba, la mujer recolectaba frutos silvestres y, a lo largo de la historia, su trabajo ha complementado al del hombre, o ha sido aún más importante que el de éste. Cuando el hombre se ha dedicado a sus veleidades personales, sus ‘obligaciones sociales’ o devociones de género, la mujer ha sido el pilar de la familia educando a los hijos y dando cohesión al grupo doméstico. ¡Cuántos seres humanos no han aprendido sus primeras canciones, cuentos, o a garabatear las primeras letras conducidos por una mujer –su madre, su abuela, o una hermana mayor! Es absurdo tener que pedir que la mujer sea aceptada en el mundo del trabajo –y reconocida su especificidad de género-, cuando la mujer ha trabajado siempre, y ha sido el engranaje imprescindible para el avance de las civilizaciones. Todo elogio de la mujer es una pretensión vana, pues siempre nos quedaremos cortos en el reconocimiento. La mujer es un ser frugífero (literalmente, significa que da fruto). Da el fruto de sus entrañas, crea la vida, y la trae al mundo pariéndola con dolor, pero con valentía y entereza. En cambio, no es extraño el caso de hom- bres (colaboradores necesarios en el hecho de procrear) que acompañan a sus mujeres en el trance melodra- mático del parto, y acaban por perder el conocimiento en el paritorio. Bajo su apariencia de fragilidad, la mujer derrocha fuerza, coraje y amor, porque no es sino amor el hecho de perpetuar la vida aun con riesgo de la propia, adquiriendo una carga vitalicia como es la crianza y posterior cuidado de los hijos. Tal es la importancia de la mujer en la civilización que ya en el libro de libros un proverbio afirma literalmen- te: “la mujer sabia edifica su casa, mas la necia con sus manos la derriba”. No toca aquí valorar la necedad por- que, como seres humanos, las mujeres también están sujetas al error. Sin embargo, cuando compiten, las mujeres se convierten en campeonas (medallero olímpico femenino español en los JJOO de Londres), erudi- tas, heroínas o pioneras. El tesón y la tenacidad las lleva a la excelencia, a derribar los muros que les ha impuesto la sociedad a lo largo de los siglos para convertirlos en meros peldaños. Volviendo a la frase con que iniciábamos este artículo, creemos que lo correcto es hablar de la ‘incorporación de la mujer al mundo laboral retribuido y con el correspondiente reconocimiento social’. Claramente, este aspecto poliédrico tiene muchos vértices mejorables. Compatibilizar el trabajo remunerado, fuera de casa, y el trabajo doméstico es una tarea difícil, que exige no poco esfuerzo por parte de las mujeres. Normalmente la situación se salda con el problema conocido como la “doble jornada”. La conciliación laboral-familiar apor- ta a la mujer algo tan satisfactorio como un “salario emocional”, lo que ratifica su inclinación y desvelo natura- les por el cuidado de la familia. Sí, la sociedad es un agregado de familias, cada una de las cuales orbita en torno a una mujer. Y, contra lo que el lector pudiera pensar, este artículo no lo ha escrito una mujer auto-reivindicando al género, sino un hom- bre que lo ha tenido muy fácil. Bastándole con rememorar la vida de su propia madre. ¿Acaso no es la madre el ser más importante, la condición sine qua non de la existencia de todo sujeto? Nacer y, sobre todo, crecer sano (física y espiritualmente) depende de una madre que, cuando se ve desbordada en su ingente labor, echa mano de la abuela, esa especie de ‘super-madre’, igualmente sabia y solícita. Así pues, ¿qué sería del mundo sin la mujer? No es justo que se las ignore o margine. Por eso, más que elogios, las mujeres se merecen el reconocimiento de su papel como pilares imprescindibles de la sociedad (en el pasado, en el presente y en el futuro). Justo es también que se ‘feminice la ergonomía’ (ver artículos en este número), contemplando la especificidad de la mujeres insertas en el mundo laboral, esos seres del mal llama- do ‘sexo débil’ que, cada día, nos regalan las pruebas diáfanas de su fortaleza. El mundo orbita en torno a la mujer, no se nos ocurre mejor elogio.