Riesgos emergentes PROTECCIÓN LABORAL 61 | 4oTrimestre09 bién puede conducir al aislamiento y a la falta de contacto humano. Los psicólogos Weil y Rosen, autores de libro TechoStress, ya citado, afirman que “la cre- ciente necesidad de tecnología crea una dependencia”. Y al contar siempre con ella, en cuanto algo ‘les sale mal’, los tecno-adictos caen en una especie de depresión. También advierten que algunas personas están tan enfrascadas en la tecnología que “corren el riesgo de perder su propia identidad”. Existen estudios curiosos que recogen, por ejemplo, las fobias que desarrollan los info- agobiados. Así, las cosas que más fastidian a un usuario informático son: la escasa velo- cidad del software (61% de los casos), la escasa velocidad de la máquina (60%), que el sistema se cuelgue (54%), la pérdida de datos (46%), los errores de programación (45%), recibir mensajes no deseados (44%) y la dificultad para comprender el ‘interfa- ce’ o jerga informática (44%). No es extra- ño que circulen chistes al respecto subra- yando el hecho que los usuarios informáticos “odian” más al creador de Microsoft que a Bin Laden. Tecno-fobia La tecno-fobia es la cara menos amable del tecno-estrés. El impacto de la tecnología de información avanzada ha conducido a situa- ciones incómodas de pérdida de privacidad, exceso de información, pérdida progresiva del contacto cara a cara y el tener que aprender en forma permanente nuevas habilidades. Es el “boom” de la tecnología, renovarse (adaptarse) o ‘morir’ si no se intenta. Aunque también hay personas que ‘mueren’ en el intento. Son muchos los ejemplos en que la mecaniza- ción tecnológica de los procesos coloca a personas en una indeseable situación de estrés tecnológico. Por poner algunos ejem- plos, citaremos la mecanización de tareas administrativas en los servicios de Correos, o la irrupción de los sistemas de diseño CAD- CAM en la industria de la confección. En ambas situaciones, muchos trabajadores habi- tuados a los sistemas tradicionales del matase- llos o el patronaje se han visto “trasplantados” a procesos radicalmente diferentes, con máquina de por medio, e ‘interfaces’ de usua- rio no excesivamente ‘amigables’ o, cuando menos, difíciles de interpretar por todos los públicos. La consecuencia ha sido obvia: los patronistas tradicionales o los funcionarios de correos, con muchos años de oficio, han mostrado una lógica resistencia a sucumbir a los ‘encantos’ del ordenador, percibido como un ‘tirano’. Es lo que los expertos defi- nen como la “resistencia al cambio”. Ya sabemos que algunos cambios son traumáti- cos, y así lo perciben aquellas personas que dan por hecho que la tecnología les ha llega- do tarde, o no es para ellos. Las excusas podrán ser de variada índole, pero siempre con el denominador común de una fobia tecnológica subyacente. Así pues, el tecno-estrés también se refiere a un estado de irritación (“burnout” – “estar quemado”) provocado por la falta de habili- dades para adaptarse con rapidez a los cam- bios tecnológicos. Como sabemos, el estrés y la tensión son normales; son respuestas de adaptación. Los necesitamos para superar- nos ante retos y dificultades y para que fluya la adrenalina. Aunque hemos de aprender a convivir con las tensiones provenientes de nuestro trabajo, demasiado estrés laboral puede tener consecuencias negativas. En el caso de los tecnófobos, su estrés procede de las máquinas y otras situaciones de la organi- zación del trabajo. ¿Por qué evitar el “multi-tasking”? Un estudio reciente del National Institute of Health encontró que una región del cerebro específica y bien desarrollada gestiona un comportamiento multi-funcional o de tareas múltiples. Esta habilidad permite a las perso- nas distraer temporalmente su atención de la tarea principal hacia actividades alternas, para regresar posteriormente a la tarea inicial. El problema surge cuando se están haciendo “demasiadas cosas” a la vez, concepto que variará en función del sujeto. En ese entorno de multi-tarea, el cerebro carga con todos esos requerimientos extras, en espera de ser resueltos, lo que suele cursar con dificulta- des para la concentración a lo largo del día y, lo que es peor, puede que las tareas pen- dientes emerjan inopinadamente a media noche. “Estamos creando situaciones que Filtros más o menos drásticos En nuestro entorno conocemos experiencias de empresas para atajar o intentar con- trolar el problema. El abanico de posibilidades va desde una drástica desconexión del correo a establecer filtros, que pueden ser los conocidos filtros “anti-spam” que incorporan los propios programas de correo (o programas específicos), o una perso- na-filtro que se encarga de recibir, cribar y redirigir el correo útil al resto de personas y departamentos de la empresa. Esta opción, que supone la dedicación plena de una persona, aporta como contrapartida un evidente relax y mayores posibilidades de rendimiento para el resto de la plantilla. Con todo, el correo seguirá inundando nuestras bandejas de entrada, por lo que las empresas han de plantearse poner en marcha acciones de “catarsis” eficaz del correo (tipo filtros) e intervenciones psicosociales para frenar la progresión del estrés de los receptores. En cuanto a las opciones drásticas de desconectar el correo -tan legítimas como cual- quier otra- un secretario de una asociación de periodistas me comentaba que “hace un tiempo decidí no abrir el correo. Cada uno te pide una cosa y, si me dedicase a atenderlos, la asociación se paralizaría porque no podría ocuparme de otra cosa”. Parece una situación extrema con regusto de vuelta atrás, pero el citado secretario no tenía dudas de haber hecho lo mejor: “siempre hemos funcionado, incluso cuan- do no existía internet. Quien realmente está interesado en contactar con nosotros recurre a los sistemas tradicionales, y nadie queda desatendido”. Es probable que el ejemplo comentado nos parezca radical, pero responde a una rea- lidad. La persona que así se manifestaba era renuente a la tecnología, de edad avan- zada. Probablemente un ciudadano tecnófobo curtido en el uso de las comunicacio- nes clásicas.