2oTrimestre08 | PROTECCIÓN LABORAL 55 Técnicas de protección (ver cuadro “Riesgos comunes de la maquina- ria”). El eje de la toma de fuerza del tractor, que conecta el tractor y la cosechadora, transmi- tiéndole su esfuerzo de giro mediante juntas universales u horquillas, es una fuente de energía cinética, y accidentes con resultados catastróficos en cuanto al alcance y gravedad de las lesiones. Este eje de la toma de fuerza debe ir protegido con una carcasa protectora. Los accidentes más frecuentes con este eje ocurren cuando la horquilla atrapa una parte floja de la ropa, enredando al que la lleva pues- ta. Tampoco pueden descartarse los acciden- tes que afectan a las manos, ya sea por descui- do o por exceso de confianza. Todos los sistemas hidráulicos funcionan a presión, que puede llegar a los 14.000 Kpa, un valor tres veces superior a la presión necesaria para perforar la piel. Por tanto, nadie en su sano juicio debe tapar con un dedo una man- guera hidráulica que pierda líquido, puesto que éste podría ser inyectado a través de la piel, obligando a una extirpación quirúrgica urgente para evitar el desarrollo de una posi- ble gangrena. Los sistemas hidráulicos almace- nan energía. Si falla algún punto del sistema hidráulico, puede ocurrir un accidente, ya que una manguera hidráulica rota puede rociar líquido a gran distancia. Malas vibraciones El empleo de maquinaria en las actividades agrícolas transmite vibraciones, interesante problema dentro del apartado de riesgos mecánicos, cuyo alcance y repercusión se está menospreciando. La tecnología de los tractores ha mejorado hasta unos niveles de sofisticación impensa- bles hace sólo unas décadas. De todos modos, la suspensión no consigue amortiguar y filtrar todas las vibraciones que se transmiten al habitáculo y que repercuten no sólo en las extremidades superiores, sino en todo el siste- ma musculo-esquelético del tractorista. Peor es aún el uso de ciertos equipos manua- les, como es el caso de las desbrozadoras, la inevitable motosierra, las moto-azadas y los motocultores, cuyo efecto vibrante está en proporción directa a su potencia. Quien haya manejado un moto-cultor para labrar asentirá con nosotros que su manejo requiere dosis importantes de pericia, destreza, paciencia, fuerza física y resistencia. Pese a todo, el giro de las fresas, combinado con la irregularidad y la dureza del terreno y el tiro de la máquina someten al labrador mecanizado a un drástico “centrifugado” que ninguna naturaleza huma- na tolera sin resentirse. El efecto de las vibra- ciones puede conducir a la invalidez de las manos para su normal desempeño, no diga- mos ya para lidiar con la “mula mecánica”. Poco hay que comentar sobre la sierra de cadena (motosierra) como fuente de vibracio- nes, de la que ya hablamos en el reportaje sobre los trabajos de la madera. Nos referire- mos también a los conocidos como “vibros”, unas pértigas vibradoras que sustituyen a las tradicionales varas con las que se vareaba o apaleaba la aceituna para recogerla en fardos, en el suelo. Los “vibros”, como indica su nom- bre, generan vibraciones que tiran las olivas, pero que, en mayor o menor medida, se trans- miten también al sistema mano-brazo del ope- rario que los maneja. La intensidad de la vibra-