La energía de hoy debe ser ya el ahorro, nuestra principal baza en política energética los análisis de los organismos internacionales, en las exposiciones de motivos de las normas que se aplican al sector o en los discursos de buenas intenciones de los políticos. El problema está en las recetas. La trágica paradoja está en la escasa coherencia de las respuestas a este diagnóstico. Lo lamentable es la complacencia de nuestros políticos, la fuerza de los que en defensa de sus intereses presionan para mantener el status quo actual pese a admitir los síntomas del enfermo. Somos conscientes de que la “energía de hoy” no puede ser la de mañana pero no actuamos en consecuencia. Esa incoherencia alcanza el grado superlativo en nuestro país en el que buena parte de los problemas señalados se agudizan, empezando por el nivel de dependencia energética del exterior que es el más elevado de la Unión Europea (si contabilizamos, como deberían hacerlo las estadísticas oficiales, la generación nuclear obtenida de la combustión de un uranio que importamos al cien por cien) y que nos supone una factura anual en importaciones de 50.000 millones de euros. Una incoherencia que se agrava por la marcha atrás que este y el anterior gobierno han aplicado al desarrollo de las renovables destruyendo un tejido industrial, una posición de liderazgo tecnológico que por primera vez nos situaba en la vanguardia de unos de los sectores de futuro. La excusa para este giro son las tensiones existentes en nuestro sistema eléctrico a las que son ajenas las tecnologías renovables aunque una bien orquestada e interesada campaña las quiera señalar como responsables del déficit de tarifa o del exceso de capacidad. En realidad, en el origen de estas tensiones está el tremendo error estratégico de las compañías que han puesto en marcha en diez años 27.000 MW de ciclos combinados que queman gas que tenemos que importar y que producen emisiones de gases de efecto invernadero, es decir que inciden en los problemas de este insostenible modelo energético. Lo más indignante es que el discurso de esas compañías encontraremos siempre referencias a la necesidad de reducir emisiones y nuestra dependencia energética. Es la fiel caricatura de esa disfunción. La energía de hoy debe ser lo más pronto posible la energía de mañana. Si somos conscientes de que este modelo es insostenible no podemos perder ni un minuto más en actuar para cambiarlo, no podemos mantenerlo porque unos pocos tengan los mecanismos para confundir a la opinión pública o para lograr que los políticos antepongan los intereses de las grandes corporaciones a los del conjunto de la sociedad. La energía de hoy debe ser ya el ahorro, nuestra principal baza en política energética, la eficiencia, en la que nos queda un amplio trecho por recorrer, y las renovables que han demostrado su viabilidad tecnológica, que reducen día a día sus costes y que responden íntegramente a los desafíos medioambientales, estratégicos, económicos y sociales que plantea la energía. Esta es la receta coherente con el diagnóstico. ENERGÍAS RENOVABLES EDH 29