ra, de los conocimientos que le permiten al hombre delimitar los espacios donde transcurre su vida. Sobre este orden humano notamos otro género de mar- cas. Éstas son las grietas. Ellas tejen un registro aún más antiguo de las mismas leyes que someten nuestra piel. Edward Hopper: La luz que lo dice infinitamente Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música... Jorge Luis Borges. El fin.5 Seleccionamos la obra Mañana en Cabo Cod [Imagen 9] de Edward Hop- per para abordar una relación particular entre una luz cálida que genera fuertes contrastes entre sombra proyectada y objeto iluminado, la imagen de reposo y el sentimiento de espera, y también con la dimensión de observador inadvertido en la que participa el espectador frente a la obra. Estos temas pretenden aportar con una mirada a los fenómenos que constituyen de las escenas bíblicas den- tro de los nichos laterales de la Iglesia. Siendo varios, también seleccionamos uno representativamente: la escena de María orando por un Jesús crucificad. El sentido de la luz a la que nos re- ferimos es capturada claramente por Borges en el cuento El fin. Es aquella luz natural e intensa que proyecta contras- tes y un tono cálido con el que baña todo lo que se encuentre bajo el sol. Es aquella luz que por encontrarse en las primeras horas del atardecer y últimas del amanecer, todavía vienen carga- das con la imagen de la infinidad de la llanura, por ser estos los lugares desde donde mejor se aprecian esos momen- tos del día. Esa idea inconmensurable del espacio está cerca de su par referen- te al tiempo, la eternidad. Si esto valiese como un tono de luz, sería el tono con el que se satinan todos los objetos dis- puestos en la pintura. Sobre la postura de la protagonista podríamos afirmar que contemplándola se pierde cualquier medida del tiempo. Si la composición fuera un cuadro en una cinta cinematográfica, resultaría difícil imaginarse cualquier aconteci- miento que se haya sucedido antes o que aguardase luego. Apoyada contra un escritorio, proyecta su mirada. Su atención fugada nos notifica la expecta- tiva de un avenir. Ella espera en reposo, pero no nota nuestra presencia. La dimensión doméstica que trae la figuración de una ventana abierta nos hace intuir que estamos accediendo a la intimidad de alguien sin su consenti- miento. Al cobrar consciencia de esto, nuestra atención ya no está puesta tan sólo en nosotros y lo que sentimos, sino que se suma el pudor de llegar a inte- rrumpir el momento al otro con nuestra presencia. De este conflicto surge una tensión que nos hace cómplices frente a lo que vemos. Apreciando el reposo y la contemplación con los que ella aguarda el avenir de algo indefinido, el espectador responde de igual manera aguardando descifrar el motivo de su espera. Este estado lo reconocemos también frente a la escena de María y Jesús en la Iglesia de Santa María del Mar. En este caso, lo que presenciamos se aleja de lo doméstico. El pudor que reclama el mo- mento es por aquella intimidad a la que se retira emocionalmente alguien cuando conmemora a una pérdida profunda. El respeto profundo y universal frente a la idea de la muerte hace aún más intensa la tensión de la que es cómplice el espectador. Aún dejando de lado el re- lato bíblico. El observador no solamente desea permanecer desapercibido aguar- dando descifrar la escena. Lo hace por un instinto animal de empatía. El enigma de la escena está en la postura que guarda María. Confronta- da con la crucifixión de su único hijo, se aparta de la acción y se recluye. Cabizbaja pero firme. Sintiendo el dolor más intenso para una madre, no la vemos inmutada. Sometida, reposa en pena. Ante ello, nuevamente perdemos la medida del tiempo. La iluminación con la que apreciamos esto no es la luz natural del sol del poniente o naciente. Sin embargo, es un efecto que evoca ese sentimiento. La intensidad de la luz y los contrastes que genera entre sobra y cuerpos, la altura a la que se encuen- tran los soportes de las luminarias en relación a la escena, el reflejo cálido del color del material que hace de tez de Jesús. Estos elementos nos remiten a esa luz cargada de inconmensurables. Esa luz que satina la espera de María con eternidad. ■ AULA cd|19