Mercados de carbono
7 de septiembre de 2010
Cuando una organización, cualquiera que sea la razón para ello, quiere emprender su particular lucha contra el cambio climático tiene tres opciones a su disposición. Evitar, reducir o compensar. En pocos años tendrá además una cuarta opción: secuestrar, es decir, capturar el CO2 que sale por tubos de escape y chimeneas y almacenarlo en formaciones geológicas estancas.
Evitar implica cambios tecnológicos, mejora de procesos o cambio de combustibles fósiles (carbón, petróleo o gas natural) a biocombustibles y a energías renovables. Por ejemplo, si un municipio captura el metano en su vertedero evita emisiones a la atmósfera de un potente gas de efecto invernadero (GEI) veinte veces más perjudicial que el anhídrido carbónico. Reducir implica eficiencia energética, uso de nuevos materiales aislantes, también mejora de procesos y, en el peor de los casos, reducción del tamaño del proceso productivo.
Pero en cualquier proceso productivo, ya sea del sector primario, industrial o de servicios, es inevitable emitir, directa o indirectamente, gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global. Por ello, desde instancias mundiales, regionales y nacionales se ha promovido la creación de los Mercados de Carbono. Una empresa puede así compensar sus emisiones, las inevitables, reducir su huella de carbono a cero y alcanzar la denominada 'neutralidad de carbono'.
En esencia, se trata de comprar toneladas de emisiones reducidas por otros agentes, en cualquier otro lugar del planeta, que contarán con los ingresos derivados de esas ventas para poner en marcha las acciones que lleven a tales reducciones. En ocasiones, se tilda este mecanismo, que emana del Protocolo de Kioto, de hipócrita. Y no lo es. Porque estos proyectos se dicen que son ‘adicionales’, es decir, que no se llevarían a cabo de no ser por los ingresos que supone la venta de reducciones en el mercado. En otras palabras: de no ser porque el equipo gestor de un centro comercial de, digamos, Barcelona, decide convertirse en ‘carbono neutral’, el proyecto de huerto fotovoltaico de Tidjika, en el corazón de Mauritania, no habría sido posible y continuarían usando, en su lugar, generadores diésel. Eso no es hipocresía.
En los mercados de carbono se compran y se venden 'créditos de carbono'; un crédito de carbono es una tonelada de CO2-equivalente (hay seis gases de efecto invernadero cuyas reducciones generan créditos de carbono: CO2, CH4, SF6, N2O, CFC y HFC) que no se ha emitido a la atmósfera o que se ha suprimido (capturado o secuestrado).
Los créditos de carbono
Cuando uno va al mercado a por tomates, los ve, los toca, los huele y te vas a casa con ellos. Cuando uno va al mercado a por créditos de carbono, o te fías o te vuelves a casa sin ellos. El Protocolo de Kioto, y todas las legislaciones nacionales que este ha inspirado, han previsto mecanismos, más o menos complejos, de aseguramiento de la veracidad de la reducción. Todos ellos pasan en algún momento del proceso por la intervención de una Entidad Operacional Designada; en España es AENOR pero hay más de diez entidades globales que están acreditadas por Naciones Unidas para intervenir en el proceso de construcción de la confianza de este tipo de proyectos.
Hay créditos de carbono diferente origen y “confianza”: los de máxima confianza, denominados CER (Certified Emission Reduction), han seguido, para probar que reducen emisiones y cuantificarlas, una metodología aprobada por Naciones Unidas, al amparo del paraguas de los Mecanismos de Flexibilidad establecidos en el Protocolo de Kyoto, es decir, Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) o de Aplicación Conjunta (AC). Su inclusión o no en las modalidades recogidas de forma oficial es clave en el procedimiento generador de créditos y la tipología de los mismos. Las actividades reconocidas por Naciones Unidas permiten la obtención de estos CER, cuya transacción se efectúa en los mercados regulados (como, por ejemplo, el que existe en la Unión Europea).
Los siguientes en la escala de confiabilidad son los VER, (Verified Emission Reductions), denominados créditos voluntarios, que han seguido una metodología o estándar no aprobado (o en estudio de aprobación) por Naciones Unidas pero que sí es reconocida, a través de la verificación por un organismo de prestigio, por el mercado.
Finalmente, los créditos de menor confianza, y que por desgracia abundan, se originan en proyectos que claman que reducen emisiones pero que no pueden ser verificados ni auditados. Muchas ONG promueven proyectos de este tipo.
Los créditos voluntarios no crecen en ‘tierra sin ley’, sino que existen una serie de estándares que permiten asegurar la confianza en los mismos. Se trata de protocolos desarrollados por entidades independientes de reconocida autoridad, que establecen una serie de requisitos para asegurar que las reducciones de emisiones sean reales, medibles, permanentes, adicionales, verificadas independientemente y únicas. En el proceso participan tres actores claves: el desarrollador del proyecto, las entidades validadoras/verificadoras y los comités de los estándares, siendo imprescindibles para alcanzar la meta.
Los créditos de carbono son un producto de mercado, y como tal están sometidos a los vaivenes en los valores propios de las plataformas de transacción abierta. Los CER tienen generalmente un precio superior a los VER, debido a la mayor demanda, ligada a cierto carácter de ‘necesidad’. Los compradores de los CER son generalmente empresas sometidas a límites legales de emisiones, y que acuden a la compensación para conseguir cumplir sus obligaciones, no así los de VER, cuya demanda suele ir asociada a motivaciones de marketing. Por dar unas cifras reales, en junio de este año los EUA (CER del mercado regulado europeo) se comercializaban a 14,40 euros/tonelada de dióxido de carbono (Point Carbon, 11 agosto), mientras que podían encontrarse VER desde 3,10 euros/tonelada de dióxido de carbono (Ecosystem Marketplace). Las formas de negociar las transacciones también son variables, y beben tanto de las herramientas económicas tradicionales como de novedades. Mirándonos al ombligo, en el mercado europeo existen modalidades para unidades ya generadas y créditos futuros. Los contratos spot negocian transacciones inmediatas, mientras que otras modalidades como los forward y futuros (propiamente dichos) recogen intercambios de créditos que serán generados en un futuro.
Y después de compensar nuestras emisiones...
Una vez compensadas nuestras emisiones, ¿hemos terminado? Si la finalidad es el cumplimiento de límites legales la respuesta es afirmativa, a falta de cumplimentar los trámites correspondientes antes las autoridades. Pero, ¿y si ha surgido de una iniciativa propia o queremos ir más allá de lo exigido? Entonces queda todavía un paso decisivo: la comunicación ante los grupos de interés de la empresa: clientes y accionistas. La compensación de emisiones contribuye al desarrollo de una imagen verde de la compañía, lo que aporta valor añadido a la marca y ventaja frente a los competidores ante nuevos targets más sensibilizados con la preservación del medio ambiente. En este sentido es fundamental que si los créditos son voluntarios cuenten con el respaldo de un estándar de prestigio reconocido internacionalmente.
El éxito de la compensación de emisiones como instrumento para las empresas y beneficio para la sociedad, en base a los proyectos generadores de los créditos, queda patente en la explosión de iniciativas tanto para CER como VER, así como el ingente número de profesionales que ocupa. En este sentido cabe destacar la trayectoria de EcoSecurities, empresa pionera en la asesoría y desarrollo de proyectos de reducción de emisiones, y generadora hace casi una década del primer crédito de carbono del mundo, en un proyecto forestal en Costa Rica.